Además, todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o tino fino. (Éxodo 35:25).
Cuando era niña, nuestra iglesia fue multada con una suma considerable de dinero que debía pagar en un plazo demasiado corto, por lo que cada miembro tuvo que realizar un gran sacrificio para superar aquel revés. Incluso los niños contribuimos a que nuestra iglesia se mantuviera abierta. En los días de Moisés también los israelitas tuvieron que buscar estrategias para reunir el material necesario para la construcción de un tabernáculo donde adorar al Dios que los acababa de liberar. Los corazones fueron conmovidos, ya que la ofrenda fue tan generosa que Moisés tuvo que pedir que nadie diera más.
La iglesia necesita recursos para llevar el mensaje de salvación a este mundo, para construir templos, hospitales, escuelas, etcétera. Hay muchas manos que se extienden esperando la ayuda de los que profesan ser seguidores de Cristo.
Una niñita pobre que iba descalza y con ropas raídas cantaba alegre mientras sus piecitos iban dejando sus huellas sobre la húmeda arena de la playa. Un señor bien vestido se le acercó para preguntarle el porqué de su alegría. «¿Le cantas a un Dios que permite que vayas con los pies descalzos?», dijo el hombre. «No, señor, le canto a un Dios que está esperando que usted venga a calzarme».
Muchas personas, movidas por el Espíritu Santo, extienden su mano al necesitado y mitigan la pena del doliente. Una de esas personas puedes ser tú. Quizás no tengas mucho que dar o consideres que tú misma necesitas ayuda, pero cuanto más pobres somos, más ricos podemos ser, porque nos acercamos más a un Dios que tiene en sus manos todas las riquezas del universo.
Esfuérzale en ser generosa con tus recursos, por escasos que sean, porque tu tesoro está en el cielo. Aquella pobre viuda que dio solo dos monedas fue reconocida por el mismo Cristo como la mayor donante entre los ricos. El pequeño aporte que dimos en aquella ocasión ayudó a sobrepasar la cantidad requerida. Aquellas mujeres israelitas también dieron lo que tenían. Y tú, ¿qué tienes y qué darás? Dios está esperando por tus manos para hacer grandes maravillas.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuando era niña, nuestra iglesia fue multada con una suma considerable de dinero que debía pagar en un plazo demasiado corto, por lo que cada miembro tuvo que realizar un gran sacrificio para superar aquel revés. Incluso los niños contribuimos a que nuestra iglesia se mantuviera abierta. En los días de Moisés también los israelitas tuvieron que buscar estrategias para reunir el material necesario para la construcción de un tabernáculo donde adorar al Dios que los acababa de liberar. Los corazones fueron conmovidos, ya que la ofrenda fue tan generosa que Moisés tuvo que pedir que nadie diera más.
La iglesia necesita recursos para llevar el mensaje de salvación a este mundo, para construir templos, hospitales, escuelas, etcétera. Hay muchas manos que se extienden esperando la ayuda de los que profesan ser seguidores de Cristo.
Una niñita pobre que iba descalza y con ropas raídas cantaba alegre mientras sus piecitos iban dejando sus huellas sobre la húmeda arena de la playa. Un señor bien vestido se le acercó para preguntarle el porqué de su alegría. «¿Le cantas a un Dios que permite que vayas con los pies descalzos?», dijo el hombre. «No, señor, le canto a un Dios que está esperando que usted venga a calzarme».
Muchas personas, movidas por el Espíritu Santo, extienden su mano al necesitado y mitigan la pena del doliente. Una de esas personas puedes ser tú. Quizás no tengas mucho que dar o consideres que tú misma necesitas ayuda, pero cuanto más pobres somos, más ricos podemos ser, porque nos acercamos más a un Dios que tiene en sus manos todas las riquezas del universo.
Esfuérzale en ser generosa con tus recursos, por escasos que sean, porque tu tesoro está en el cielo. Aquella pobre viuda que dio solo dos monedas fue reconocida por el mismo Cristo como la mayor donante entre los ricos. El pequeño aporte que dimos en aquella ocasión ayudó a sobrepasar la cantidad requerida. Aquellas mujeres israelitas también dieron lo que tenían. Y tú, ¿qué tienes y qué darás? Dios está esperando por tus manos para hacer grandes maravillas.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera