viernes, 31 de agosto de 2012

MONTES QUE SE DERRITEN


«Debajo de sus pies se fundirán los montes como cera puesta al fuego, y los valles se abrirán en dos como cortados por las aguas de un torrente» (Miqueas 1:4).

¿Te has fijado cómo las velas de cumpleaños se derriten después de que las encienden? Casi siempre hay que soplarlas rápido antes de que la parte de arriba del pastel se llene de cera. A pesar de que la llama es pequeña, la cera gotea como agua. Simplemente no aguanta el calor
¿Qué crees que quiere decir el versículo de hoy cuando afirma que «se fundirán los montes como cera puesta al fuego, y los valles se abrirán en dos»? ¿Sabes de quién son los pies de los que está hablando el versículo? Por supuesto que son los pies de Dios. Suena un poco impresionante, ¿verdad?
Lo que he aprendido de este versículo, y de otros versículos similares que he leído en la Palabra de Dios, es que nuestro Padre celestial es alguien a quien debemos tener respeto, pues es muy poderoso. Eso es bueno, porque significa que él puede hacerse cargo de cualquier problema que yo pueda tener Yo sé que él puede protegerme de Satanás. También sé que me ama mucho. Me alegra que él pueda derretir montes como si fueran de cera porque eso significa que puedo confiar en su cuidado y protección.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

MIOPÍA ESPIRITUAL


¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? (Mateo 7:3).

Un hombre que padecía un serio problema de miopía se consideraba un experto en la evaluación de obras de arte. Un día visitó una galería con su esposa y unos amigos. Debido a que había olvidado los lentes en su casa, no podía ver las pinturas con mucha claridad. Pero eso no le impidió expresar sus opiniones. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, no dudó en criticarlo, y con cierto aire de superioridad dijo entre otras cosas que el sujeto estaba vestido de forma ordinaria y andrajosa. Luego continuó con sus comentarios despectivos hasta que su esposa logró llegar hasta él y lo apartó discretamente para decirle en voz baja: «Querido, estás frente a un espejo».
La psicología nos dice que la proyección es un mecanismo de defensa que consiste en atribuir nuestras propias faltas a los demás; es algo común en nuestros días. El Señor nos invita a ungir nuestros ojos con colirio para que nos demos cuenta de nuestra verdadera condición espiritual. Una vez que lo hagamos, el Espíritu Santo nos motivará a quitar primero la viga de nuestros ojos antes que señalar a nuestros prójimos para que realicen cambios en sus vidas.
Observemos lo que dice la sierva de Dios al respecto: «Si los hombres desean colocarse donde Dios pueda usarlos, no deben criticar a los demás para poner de relieve sus defectos. Esto constituye la tentación especial de Satanás por medio de la cual se esfuerza por estorbar la obra» (El evangelismo, p. 460).
«No debemos dar ocasión para criticar. Un momento de impaciencia, una simple respuesta áspera, la carencia de amabilidad y cortesía cristianas en algunas cosas pequeñas, pueden dar por resultado la pérdida de amigos, la perdida de la influencia. Dios desea que os presentéis lo mejor posible bajo todas las circunstancias: en presencia de aquellos que son subalternos como también en la presencia de vuestros iguales y superiores» (En los lugares celestiales, p. 232).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Hilda de Farfán

LO MEJOR DE LO MEJOR


Por fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que el que ofreció Caín. Hebreos 11:4

Si uno mira a simple vista las respuestas de Caín y Abel a la orden de Dios de traerle una ofrenda, parecieran tener más semejanzas que diferencias. Los dos construyeron un altar. Los dos trajeron una ofrenda. Los dos la ofrecieron a Dios. ¿Por qué entonces nos dice la Biblia que «el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda» (Gen. 4:4)?
Para contestar esta pregunta es necesario que en primer lugar respondamos otras dos. La primera: ¿Cuál fue la ofrenda de Abel y cuál la de Caín? Abel ofrendó al Señor las mejores crías de sus ovejas. Caín, por su parte, presentó el producto de su cosecha (ver Gen. 4:3-4).  La segunda: ¿Habían sido informados estos hermanos del sistema de sacrificios, y, más específicamente, de la sangre que Jesús, el Cordero de Dios, derramaría para salvarnos?
El libro Patriarcas y profetas nos dice que tanto Caín como Abel «conocían el medio provisto para salvar al hombre, y entendían el sistema de ofrendas que Dios había ordenado» (p. 51). Ahora bien, si Caín sabía que solo la sangre de un animal inocente podía simbolizar al Salvador prometido, ¿por qué ofrendó los frutos de su cosecha? Porque «prefirió depender de sí mismo» (p. 52), del fruto de sus esfuerzos. Y esto Dios no lo podía aceptar. Porque no hay nada que podamos ofrecer para ganarnos la salvación.
Sin embargo, aún hay algo más. Resulta que Abel no solo trajo el tipo de ofrenda que Dios le había ordenado, sino que también ofreció lo mejor de su rebaño. Pudo haber ofrendado lo bueno, pero decidió darle a Dios lo mejor. Con razón dice la Escritura que aunque Abel está muerto, sigue hablando por medio de su fe (ver Heb. 11:4).
¡Qué curioso! La Biblia no registra ni una sola palabra dicha por Abel, pero por su ejemplo nos recuerda que solo los méritos de Cristo nos pueden salvar. Y nos recuerda que Dios merece siempre lo mejor.
No esperes a llegar a viejo para dar a Dios lo mejor de tu vida. Dale tus mejores años. Tus mejores talentos. Tus mejores energías. A fin de cuentas, al ofrecer a Jesús, ¿no dio el cielo lo mejor para salvarnos?
Te ofrezco, Señor, lo mejor de mi vida.  Ayúdame a mantener esta decisión mientras viva.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

ME LEVANTARÉ


«¡Mirad por vosotros mismos! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: "Me arrepiento", perdónalo» (Lucas 17:3,4).

En una región remota de Canadá hay un pueblo que, durante cierto tiempo, estuvo aislado. Un día abrieron un camino de tierra para llegar hasta él. Ese pequeño pueblo ahora tiene un camino de entrada y salida. Si alguien llega a ese pueblo, solo tiene una manera de salir de él: dando la vuelta. Esa es la definición de arrepentimiento: darse la vuelta y andar en la dirección opuesta.
Todos nosotros hemos nacido en un pueblo que se llama Pecado y solo hay una manera de salir de él: el camino que construyó Dios. Hasta que Dios no intervino, no había manera de abandonarlo. Ese camino es su Hijo. Jesús dijo: «Yo soy el camino» (Juan 14:6). La Biblia llama arrepentimiento a la decisión de tomar el camino que nos llevará fuera del pueblo del Pecado.
Mientras todavía estaba en un país lejano, el hijo pródigo tomó la decisión: «Me levantaré e iré a mi padre». No se limitó a decirlo, lo hizo: «Entonces se levantó y fue a su padre». La decisión de regresar a casa era buena, pero su vida solo empezó a cambiar cuando se puso en marcha.
Mientras el joven perdido todavía iba de regreso a casa, su padre salió a buscarlo. No dice que el hijo pródigo viera a su padre, sino que fue este quien lo vio a él. Los ojos de la misericordia son más rápidos que los ojos del arrepentimiento. Los ojos de nuestra fe son débiles comparados con los ojos del amor de Dios. El ve al pecador mucho antes de que el pecador lo vea a él.
Allí estaba el hijo, dispuesto a confesar su pecado. Cuanto más ansiamos confesar nuestro pecado, tanto más desea Dios perdonarnos. Tan pronto como reconocemos nuestros pecados, Dios se afana en borrarlos del libro. Eliminará cualquier pecado que, de corazón, reconozcamos y confesemos ante él. Para él no hay pecado demasiado grande o demasiado pequeño que no pueda perdonar. Basado en Lucas 15:11-32.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill