En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor. (Romanos 12:11)
Algunos consideran que este texto no debería seguir al anterior, en el que Pablo nos exhortaba a amamos los unos a los otros, porque ¿qué tiene que ver el trabajo con el amor? Pero Dios nunca se equivoca. El trabajo ennoblece y forja a la persona para nobles propósitos, mientras que, como decía Quevedo, «la ociosidad es polilla de todas las virtudes y feria de todos los vicios».
Después de la creación, Dios encomendó al ser humano que trabajara la tierra, porque consideró de vital importancia para él que no estuviera ocioso, de manera que su carácter pudiera desarrollarse con equilibrio y que sus afectos fueran puros. El consejo del apóstol resulta muy beneficioso para nosotros hoy: la pereza no es amiga del amor noble, mientras que las actividades espirituales proporcionan un oxígeno vital para nuestros pulmones.
Como madres a veces pensamos que librar a nuestros hijos del trabajo proporcionándoles toda clase de comodidades de acuerdo con nuestros recursos es la mejor forma que tenemos de mostrarles nuestro amor. Cuando era pequeña me diagnosticaron un soplo cardíaco, lo que alarmó a mi abuela, quien sacó la siguiente conclusión: «La niña no puede hacer ningún trabajo». Mi mamá había sido criada con mucha holgura económica y contaba con criadas para que hicieran los trabajos duros de la casa, mientras ella se dedicaba a bordar, tejer, ir a eventos sociales o estudiar. Cuando por las circunstancias se vio obligada a cambiar su estilo de vida, se vio forzada a desempeñar una función para la cual no estaba preparada. Sufrió mucho, así que le prometió a ese Dios que la había ayudado tanto, que el día que ella tuviera una hija, le enseñaría a trabajar y a valerse por sí misma.
Las palabras de mi abuela surtieron el efecto contrario. Hoy estoy profundamente agradecida a mi madre porque me enseñó el valor del trabajo, gracias al cual he podido ser útil a los demás y labrarme mi propio futuro.
Destruye con la ayuda divina la polilla de la pereza.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Algunos consideran que este texto no debería seguir al anterior, en el que Pablo nos exhortaba a amamos los unos a los otros, porque ¿qué tiene que ver el trabajo con el amor? Pero Dios nunca se equivoca. El trabajo ennoblece y forja a la persona para nobles propósitos, mientras que, como decía Quevedo, «la ociosidad es polilla de todas las virtudes y feria de todos los vicios».
Después de la creación, Dios encomendó al ser humano que trabajara la tierra, porque consideró de vital importancia para él que no estuviera ocioso, de manera que su carácter pudiera desarrollarse con equilibrio y que sus afectos fueran puros. El consejo del apóstol resulta muy beneficioso para nosotros hoy: la pereza no es amiga del amor noble, mientras que las actividades espirituales proporcionan un oxígeno vital para nuestros pulmones.
Como madres a veces pensamos que librar a nuestros hijos del trabajo proporcionándoles toda clase de comodidades de acuerdo con nuestros recursos es la mejor forma que tenemos de mostrarles nuestro amor. Cuando era pequeña me diagnosticaron un soplo cardíaco, lo que alarmó a mi abuela, quien sacó la siguiente conclusión: «La niña no puede hacer ningún trabajo». Mi mamá había sido criada con mucha holgura económica y contaba con criadas para que hicieran los trabajos duros de la casa, mientras ella se dedicaba a bordar, tejer, ir a eventos sociales o estudiar. Cuando por las circunstancias se vio obligada a cambiar su estilo de vida, se vio forzada a desempeñar una función para la cual no estaba preparada. Sufrió mucho, así que le prometió a ese Dios que la había ayudado tanto, que el día que ella tuviera una hija, le enseñaría a trabajar y a valerse por sí misma.
Las palabras de mi abuela surtieron el efecto contrario. Hoy estoy profundamente agradecida a mi madre porque me enseñó el valor del trabajo, gracias al cual he podido ser útil a los demás y labrarme mi propio futuro.
Destruye con la ayuda divina la polilla de la pereza.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera