Les refirió otra parábola, diciendo: «El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo». (Mateo 13:24).
Las parábolas de Jesús son tesoros al alcance de todos nosotros. En una sociedad corno la suya, conocedora de la agricultura, Cristo comparó la obra de Dios con la de un hombre que no solo siembra, sino que escoge las mejores semillas para su campo.
Me agrada saber que Dios considera que yo soy «una buena semilla», y que me hace partícipe de la cosecha celestial. Sin embargo, no estamos exentos de que el enemigo haga crecer maleza junto a nuestra planta, para intentar ahogarla. Por lo cual, debemos estar en guardia para no dejar que las zarzas toquen nuestra raíz y la contaminen o la ahoguen. De una cosa sí podemos estar seguras, y es de que Dios constantemente hace su obra. Él siempre siembra buena semilla, pero espera que tú y yo podamos mantener esa semilla pura.
Quiero compartir contigo este maravilloso poema anónimo:
«Tú no fuerzas una flor a que abra, / la flor la abre Dios; / tú la plantas, la riegas, la resguardas, / lo demás lo hace Dios. / Tú no obligas a un amigo a que te ame. / el amor lo da Dios; / tú lo sirves, lo ayudas, en ti la amistad arde, / lo demás lo hace Dios. / Tú no obligas a un alma a que crea, / la fe la da Dios; / tú obras, trabajas, confías y esperas, / lo demás lo hace Dios. /Así que no trates de adelantarte a su plan de amor. / Trabaja, ayuda, vive para amarlo, / lo demás lo hará Dios».
No le preocupes por la obra que Dios debe realizar en ti, sino por la obra que debes hacer con tu vida. Cuida la semilla que Dios ha sembrado en el campo de tu corazón. Riégala, cultívala, y con seguridad tu cosecha será de acuerdo al plan divino.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Las parábolas de Jesús son tesoros al alcance de todos nosotros. En una sociedad corno la suya, conocedora de la agricultura, Cristo comparó la obra de Dios con la de un hombre que no solo siembra, sino que escoge las mejores semillas para su campo.
Me agrada saber que Dios considera que yo soy «una buena semilla», y que me hace partícipe de la cosecha celestial. Sin embargo, no estamos exentos de que el enemigo haga crecer maleza junto a nuestra planta, para intentar ahogarla. Por lo cual, debemos estar en guardia para no dejar que las zarzas toquen nuestra raíz y la contaminen o la ahoguen. De una cosa sí podemos estar seguras, y es de que Dios constantemente hace su obra. Él siempre siembra buena semilla, pero espera que tú y yo podamos mantener esa semilla pura.
Quiero compartir contigo este maravilloso poema anónimo:
«Tú no fuerzas una flor a que abra, / la flor la abre Dios; / tú la plantas, la riegas, la resguardas, / lo demás lo hace Dios. / Tú no obligas a un amigo a que te ame. / el amor lo da Dios; / tú lo sirves, lo ayudas, en ti la amistad arde, / lo demás lo hace Dios. / Tú no obligas a un alma a que crea, / la fe la da Dios; / tú obras, trabajas, confías y esperas, / lo demás lo hace Dios. /Así que no trates de adelantarte a su plan de amor. / Trabaja, ayuda, vive para amarlo, / lo demás lo hará Dios».
No le preocupes por la obra que Dios debe realizar en ti, sino por la obra que debes hacer con tu vida. Cuida la semilla que Dios ha sembrado en el campo de tu corazón. Riégala, cultívala, y con seguridad tu cosecha será de acuerdo al plan divino.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera