Alabaré a Jehová en mi vida; cantare salmos a mi Dios mientras viva. (Salmos 146:2).
Alabar a Dios no es una tarea difícil. De hecho, toda la naturaleza alaba su Creador. Cada mañana tengo la dicha de que me despierten unos pequeños cantores, unos gorrioncillos que dan la bienvenida al nuevo día y agradecen a Dios de antemano por el cuidado que recibirán a lo largo de él. El danzar de las palmeras al son de la suave brisa, el titilar mágico de las estrellas, el zumbido de una abeja en su afanoso trabajo, lodo, todo proclama que hay un Creador que merece alabanza.
¿Por qué, entonces, resulta tan difícil que los humanos, seres extraordinariamente beneficiados por el misterio de la encamación, dediquen los talentos que el mismo cielo les ha otorgado para adorar a Dios?
El noble y sublime don de la música ha sido ultrajado por personas que han vendido su lealtad al enemigo y le prodigan alabanza situándolo en el lugar de Dios. La recreación sana que puede beneficiar al alma con una melodía de quietud y paz ha sido reemplazada por sonidos estridentes que alteran el sistema nervioso y provocan sensaciones y acciones reprobables. Hombres y mujeres pactan con el enemigo para lograr el éxito en su carrera musical.
Resulta sumamente difícil definir en nuestra época cuál es la música que rinde alabanza a Dios, pues las épocas cambian y con ellas los sonidos. Lo que para mí es una melodía sublime, para mis hijos es una canción de cuna, y lo que para ellos es una canción alegre, para mí se convierte en bullicio. Siendo que la música es uno de los dones más atacados por el enemigo, no debemos descuidar los principios establecidos por Dios, quien es el autor de dicho tálenlo.
Si la letra o la música de tu canto no te inspiran alabanza al Creador, puedes estar segura de que no lo estás adorando a él. Cuando te unas a tu congregación para elevar oraciones musicales, recuerda que los ángeles se unen a ti cuando tu alabanza es sincera y por amor.
La música te acerca más a Dios. Asegúrate de que sea al Dios correcto.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Alabar a Dios no es una tarea difícil. De hecho, toda la naturaleza alaba su Creador. Cada mañana tengo la dicha de que me despierten unos pequeños cantores, unos gorrioncillos que dan la bienvenida al nuevo día y agradecen a Dios de antemano por el cuidado que recibirán a lo largo de él. El danzar de las palmeras al son de la suave brisa, el titilar mágico de las estrellas, el zumbido de una abeja en su afanoso trabajo, lodo, todo proclama que hay un Creador que merece alabanza.
¿Por qué, entonces, resulta tan difícil que los humanos, seres extraordinariamente beneficiados por el misterio de la encamación, dediquen los talentos que el mismo cielo les ha otorgado para adorar a Dios?
El noble y sublime don de la música ha sido ultrajado por personas que han vendido su lealtad al enemigo y le prodigan alabanza situándolo en el lugar de Dios. La recreación sana que puede beneficiar al alma con una melodía de quietud y paz ha sido reemplazada por sonidos estridentes que alteran el sistema nervioso y provocan sensaciones y acciones reprobables. Hombres y mujeres pactan con el enemigo para lograr el éxito en su carrera musical.
Resulta sumamente difícil definir en nuestra época cuál es la música que rinde alabanza a Dios, pues las épocas cambian y con ellas los sonidos. Lo que para mí es una melodía sublime, para mis hijos es una canción de cuna, y lo que para ellos es una canción alegre, para mí se convierte en bullicio. Siendo que la música es uno de los dones más atacados por el enemigo, no debemos descuidar los principios establecidos por Dios, quien es el autor de dicho tálenlo.
Si la letra o la música de tu canto no te inspiran alabanza al Creador, puedes estar segura de que no lo estás adorando a él. Cuando te unas a tu congregación para elevar oraciones musicales, recuerda que los ángeles se unen a ti cuando tu alabanza es sincera y por amor.
La música te acerca más a Dios. Asegúrate de que sea al Dios correcto.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera