“Oren también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas. Oren para que lo proclame valerosamente, como debo hacerlo”. Efesios 6:19, 20, NVI
La verdad es que lo descubrí como por casualidad, y si no hubiera sido por aquella santa encanecida, yo probablemente no estaría ahora halando de esto contigo. Se llamaba Ina Mae White, y un sábado después del culto tomó mis manos, me miró a los ojos y anunció: “Pastor, estoy orando por usted”. Resultó que llevaba algún tiempo haciéndolo. Nunca le había pedido que orara por mí. No era su cometido en la iglesia. Al parecer, un día el Espíritu simplemente le tocó el hombro y ella obedeció orando por su pastor.
Pronto empecé a llamarla por teléfono (su número sigue guardado en mi memoria) con necesidades de oración concretas. Si yo tenía un encargo de predicación fuera de la ciudad, llamaba a Ina Mae para pedirle que intercediera por mí, y le decía en qué huso horario me encontraría y las veces que estaría predicando.
Y, sobre la marcha, Ina Mae reunía un grupo de compañeros de oración para orar por su pastor cada mañana de sábado cuando predicaba. Y yo podía percibir dentro de mí cómo cambiaban las cosas, en cuanto a poder se refiere, gracias a su intercesión. Ella oraba, oraban ellos, y todo lo que Dios hacía era responder a sus oraciones llenas de fe.
Y lo que te digo es cierto: a este pastor le fue mucho mejor gracias al ministerio altruista de esas personas.
Créeme. Tu pastor necesita profundamente tu intercesión. Si no se te ocurre otro ser humano en el mundo entero al que poner en tu lista de oración, por favor, garabatea el nombre de tu pastor. Estamos en guerra, y la batalla no hace más que aumentar de intensidad. Por razones mejor conocidas por el enemigo, es más que evidente que ha marcado a cada dirigente espiritual para un ataque concertado. Te cargas al dirigente y vences al pueblo: esa estrategia diabólica es más vieja que el mundo.
Y por eso Pablo no tenía complejos a la hora de pedir a sus congregaciones que oraran por él. “Oren también por mí [o sea, ustedes tienen muchas más cosas por las que orar, pero, por favor, inclúyanme] para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio”. Porque no hay ningún regalo más potente e influyente que una congregación pueda dar a su pastor que la promesa “Estoy orando por usted”. Hoy Ina Mae duerme en Jesús. Pero él sabe, y yo también, que la influencia de sus oraciones jamás perecerá.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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