domingo, 2 de diciembre de 2012

¡MENUDO TRUCO!


«El hombre es capaz de dominar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de animales del mar, y los ha dominado; pero nadie ha podido dominar la lengua. Es un mal que no se deja dominar y que está lleno de veneno mortal» (Santiago 3:7).

En alguna de nuestras excursiones juntos te hablé de mi perro Ricci. Mis hijos Kristen, Chris y Michael se las han ingeniado para enseñarle a Ricci « un par de trucos. Si sostienen una galleta sobre su cabeza y le piden que se siente, él se sienta. Si le piden que ladre, él ladra. Algunos perros pueden dar vueltas en el aire y tomar un frisbee. Ricci aún no ha aprendido a hacer eso.
Pero a pesar de que podemos enseñar a los animales a hacer cosas asombrosas, el versículo de hoy dice que nadie ha sido capaz de dominar la lengua. ¿Alguna vez has dicho algo que sabes que no debías haber dicho? Generalmente nos esforzamos por decir las cosas apropiadas, pero a veces formamos un tremendo embrollo con nuestras palabras.
Solo Jesús puede darnos el poder para decir las cosas correctas. Nuestros corazones son pecaminosos, y es por eso que decimos cosas indebidas. Jesús puede cambiar nuestros corazones y hacer que digamos las cosas correctas. Pídele a Jesús que domine hoy tu lengua. Para él ese es un «truco» fácil de realizar

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

HACER SU VOLUTAD


No os unáis en yugo des igual con los incrédulos. (2 Corintios 6:14).

Parecía que todo iba bien en mi vida: tenía un buen trabajo, muchos amigos y un novio. Pensaba seriamente en la posibilidad de formar mi propio hogar. Mi novio era un joven espiritual, pero no compartíamos la misma fe. Con frecuencia me acompañaba a la iglesia, sin embargo, no se sentía atraído por nuestra fe. Yo lo amaba y creía que él era el hombre de mi vida, y que si lo dejaba jamás iba a encontrar a otra persona igual. Pero, por otro lado, también conocía la voluntad de Dios.
Terminamos nuestro noviazgo. Debido a que ambos trabajábamos en la misma oficina nos seguíamos viendo a diario. Por esa razón oré a Dios para que nos alejara. Al poco tiempo él viajó a Estados Unidos para continuar con sus estudios. Aunque me sentía triste, aquel fue el comienzo de una nueva etapa en vida. El plan que tenía Dios para mi vida comenzaba a ejecutarse.
Asistí a un retiro de jóvenes y tuve la oportunidad de compartir con jóvenes de mi edad. Uno de ellos se llamaba Edgar y mis amigas comenzaron a bromear respecto a él; sin embargo, a mí no me gustaba. Poco tiempo después una amiga habló con Edgar y le dio a entender que había una joven en la iglesia que estaba interesada en él. Él inmediatamente supo de quién estaba hablando. Luego le dijo con mucha seguridad:
—Es Wilma, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—¡Es que yo llevo un año orando por ella!
Edgar me invitó a salir, y esa misma noche me dijo que deseaba que yo fuera su esposa. En aquel momento no le di muchas esperanzas. Más tarde oré pidiéndole al Señor que si Edgar era la persona que me convenía, me ayudara a no tener dudas. Al abrir la Biblia para estudiarla, el primer texto que encontré fue: «Pero Jehová respondió a Samuel: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón"» (1 Sam. 16:7). Dios me dio la prueba que necesitaba. Llevamos veinte años de casados y amo mucho a mi esposo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Wilma de Mongua

EL REY EN SU TRONO


Si el Hijo los hace libre, ustedes serán verdaderamente libres. Juan 8:36

Peter tendría apenas unos 18 años cuando decidió ser misionero en la China. Cuando el diácono pasó cerca de él con el platillo para las ofrendas, Peter no solo vació sus bolsillos; también colocó en el platillo un sobre en el que había escrito: «Entrego mi vida».
Y así fue: Peter entregó su vida a Dios. Durante unos veinte años, Peter Torjesen trabajó como misionero en la China hasta el día en que murió, el 14 de diciembre de 1939, víctima de una bomba japonesa. Poco después de su muerte, su esposa e hijos fueron apresados y confinados a un campo de concentración, junto a otros misioneros.
En ese lugar de confinamiento, una de sus hijas, llamada Kari, con frecuencia se reunía con varias amigas para orar. Al principio, Kari disfrutó de esos momentos de oración, pero con el paso del tiempo sintió que no la llenaban. En lugar de orar porque se hiciera la voluntad de Dios, las jovencitas del grupo solo pensaban en obtener su libertad.
Fue así como Kari comenzó a orar por su cuenta. Un día se encontró con una de sus amigas. De inmediato, la amiga la atacó por haber abandonado el grupo de oración: «¿Así que ya no somos lo suficientemente buenas para ser tus amigas? Claro, lo que pasa es que ahora eres más santa que nosotras», le dijo.
Kari no respondió una sola palabra, pero cuenta que en ese momento se sintió muy sola. Ya había perdido a su padre. Y ahora también perdía a sus amigas. Fue entonces cuando, en su momento de mayor soledad, elevó la oración que cambiaría su vida para siempre: «Señor», oró, «estoy dispuesta a permanecer en esta prisión por el resto de mi vida, si es eso lo que tú deseas, y si ese es el medio para que yo te conozca».
¿Qué la ayudó a tomar esa decisión? «Gradualmente descubrí —escribió ella años después— que había solo una cosa que el enemigo no me podía quitar. Es verdad, habían matado a mi padre y bombardeado nuestra casa. Habían arrojado en prisión a mi familia. Pero no habían podido arrancar a Dios de mi corazón» (Ruth Tucker, Sacred Stories [Relatos sagrados], p. 29).
Cristo en el corazón: No hay un tesoro mayor.  Un tesoro que nada ni nadie nos puede arrebatar.
Cristo bendito, te ruego que en este momento ocupes el trono de mi corazón.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

CÓMO EMPEORAR LAS COSAS


«Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (Marcos 10:45).

Cuando nuestro hijo menor era adolescente, su idea de una habitación ordenada no era precisamente la mía. Rara vez se hacía la cama y tenía toda la ropa esparcida por el suelo. En cierta ocasión, le había estado instando a que limpiara su cuarto y prometió que lo haría. Pero no lo hizo.
Seguí recordándoselo, pero no sirvió de nada. De hecho, parecía que cuanto más se lo mencionaba, peor se lo tomaba. Además, mi insistencia llegó a afectar nuestra relación. Mi hijo empezaba a molestarse. Me di cuenta de que el problema ya no era la habitación desordenada, sino que se había transformado en una lucha por el poder.
Era preciso cambiar de estrategia. Era preciso decidir algo. Si seguía insistiendo en el tema de la manera que lo había hecho, además de una habitación desordenada, tendría un hijo que me habría perdido el respeto. Entendí que la única manera posible de conseguir una habitación limpia y una buena relación con mi hijo pasaba por intentar algo inusual e inesperado. Algunos dirán que me dejé acobardar y me rendí como cabeza de familia. Pero, gracias a Dios, la cosa no terminó así.
Después de que mi hijo se fuera a trabajar, comencé mi nueva táctica. Fui a su habitación, hice la cama, colgué la ropa y la ordené. Esa noche, cuando regresó a casa, ninguno de los dos dijo nada al respecto.
Al día siguiente volví a ordenar su habitación, pero esta vez no fue tan difícil porque ya la había limpiado el día anterior. Cuando volvió a casa, de nuevo ninguno de los dos dijo nada al respecto.
No creerá lo que sucedió luego. Al día siguiente fui a su habitación y descubrí que él mismo la había ordenado y limpiado. Y eso fue todo. Ahora que ya es adulto, mantiene su casa limpia y en orden.
Es cierto: las acciones hablan con más fuerza que las palabras. Lo invito a recordar las palabras de Jesús: «Porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:15).  Basado en Juan 13:15.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill