Jehová guarda a los sencillos. (Salmo 116:61)
Permíteme parafrasear un párrafo inspirado que se encuentra en el libro de Elena G. de White titulado La educación: «La mayor necesidad del mundo es la de mujeres que no se vendan ni se compren; mujeres que sean sinceras y honradas en lo más íntimo de sus almas; mujeres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; mujeres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; mujeres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos» (p. 54).
La sinceridad es una virtud indispensable, en nuestra travesía por este mundo. Nos lleva a ver las cosas como Dios las ve y no bajo nuestra propia interpretación. Cuando participamos de las actividades de la iglesia, debemos tener en cuenta que la sinceridad con que hagamos las cosas es lo que Dios recibirá con agrado. Si la sinceridad está ausente de nuestro proceder, nada de lo que hagamos será elogiado por Dios. Puede, ser que obtengamos recompensas humanas, pero en los registros celestiales solo aparecerá la palabra «hipócrita».
Jesús luchó contra el mal de la hipocresía que imperaba en sus días. Los dirigentes religiosos, en lugar de enseñar la verdadera adoración, vivían una vida sin amor y ofrecían una imagen distorsionada del verdadero carácter de. Dios. En varias ocasiones Jesús les reprochó su hipocresía y los exhortó a tomar un rumbo diferente. Aunque sus ojos llenos de lágrimas censuraban la actitud incorrecta de aquellos dirigentes, su corazón lleno de amor estaba dispuesto a perdonarlos, restaurarlos y salvarlos, si ellos lo permitían. Ese mal ha llegado hasta nuestros días.
Sería bueno que pudiéramos formularnos las siguientes preguntas: ¿Qué nos mueve a participar en la iglesia? ¿Vamos a la iglesia a encontrarnos con Dios o simplemente convertimos el templo en un club donde compartimos toda clase de temas triviales con nuestras amigas? ¿Es la hora del culto un concurso de moda que queremos ganar? Cuando nos asignan alguna responsabilidad, ¿la aceptamos por mero compromiso, por quedar bien, o porque nos complace servir con nuestros talentos y recursos al Dios que nos da todo?
Sea nuestro obrar con absoluta sinceridad, entonces brillaremos.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Permíteme parafrasear un párrafo inspirado que se encuentra en el libro de Elena G. de White titulado La educación: «La mayor necesidad del mundo es la de mujeres que no se vendan ni se compren; mujeres que sean sinceras y honradas en lo más íntimo de sus almas; mujeres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; mujeres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; mujeres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos» (p. 54).
La sinceridad es una virtud indispensable, en nuestra travesía por este mundo. Nos lleva a ver las cosas como Dios las ve y no bajo nuestra propia interpretación. Cuando participamos de las actividades de la iglesia, debemos tener en cuenta que la sinceridad con que hagamos las cosas es lo que Dios recibirá con agrado. Si la sinceridad está ausente de nuestro proceder, nada de lo que hagamos será elogiado por Dios. Puede, ser que obtengamos recompensas humanas, pero en los registros celestiales solo aparecerá la palabra «hipócrita».
Jesús luchó contra el mal de la hipocresía que imperaba en sus días. Los dirigentes religiosos, en lugar de enseñar la verdadera adoración, vivían una vida sin amor y ofrecían una imagen distorsionada del verdadero carácter de. Dios. En varias ocasiones Jesús les reprochó su hipocresía y los exhortó a tomar un rumbo diferente. Aunque sus ojos llenos de lágrimas censuraban la actitud incorrecta de aquellos dirigentes, su corazón lleno de amor estaba dispuesto a perdonarlos, restaurarlos y salvarlos, si ellos lo permitían. Ese mal ha llegado hasta nuestros días.
Sería bueno que pudiéramos formularnos las siguientes preguntas: ¿Qué nos mueve a participar en la iglesia? ¿Vamos a la iglesia a encontrarnos con Dios o simplemente convertimos el templo en un club donde compartimos toda clase de temas triviales con nuestras amigas? ¿Es la hora del culto un concurso de moda que queremos ganar? Cuando nos asignan alguna responsabilidad, ¿la aceptamos por mero compromiso, por quedar bien, o porque nos complace servir con nuestros talentos y recursos al Dios que nos da todo?
Sea nuestro obrar con absoluta sinceridad, entonces brillaremos.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera