Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo el rostro del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu (2 Corintios 3: 18).
En su libro sobre la historia de la cirugía plástica, Holly Brubach escribe: «Yo tengo la teoría de que para cuando cumples cincuenta años, tienes el rostro que mereces. Después de cinco décadas de fruncir el ceño repetidamente, o reír, o mostrar preocupación, la actitud de uno hacia la vida queda grabada en la cara». Ése es un vivo recordatorio de que todos los días ponemos una cara que dice al mundo mucho sobre nosotros. Aunque la Biblia no menciona la cirugía plástica, sí presenta el asombroso concepto de que conocer a Dios y pasar tiempo con él en oración y en su Palabra puede afectar nuestra apariencia. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, después de reunirse con Dios, su rostro brillaba tanto que los hijos de Israel no podían mirarlo fijamente (Éxo. 34: 29, 30). Pablo comparó esa gloria con la gloria mayor que experimentan los que tienen una relación personal con Cristo. Dijo que estamos siendo transformados por el Espíritu Santo, el cual mora en nosotros, y nos estamos pareciendo cada vez más al Señor Jesús (2 Cor. 3: 18). Aunque la comunión con Cristo no nos dé un rostro perfecto, puede reemplazar la causa de los enojos y la frente arrugada con una paz interior que muestre la belleza de Cristo a través de nosotros. No hay cosmético para el rostro que se pueda comparar con la gracia transformadora de Dios.
En su libro sobre la historia de la cirugía plástica, Holly Brubach escribe: «Yo tengo la teoría de que para cuando cumples cincuenta años, tienes el rostro que mereces. Después de cinco décadas de fruncir el ceño repetidamente, o reír, o mostrar preocupación, la actitud de uno hacia la vida queda grabada en la cara». Ése es un vivo recordatorio de que todos los días ponemos una cara que dice al mundo mucho sobre nosotros. Aunque la Biblia no menciona la cirugía plástica, sí presenta el asombroso concepto de que conocer a Dios y pasar tiempo con él en oración y en su Palabra puede afectar nuestra apariencia. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, después de reunirse con Dios, su rostro brillaba tanto que los hijos de Israel no podían mirarlo fijamente (Éxo. 34: 29, 30). Pablo comparó esa gloria con la gloria mayor que experimentan los que tienen una relación personal con Cristo. Dijo que estamos siendo transformados por el Espíritu Santo, el cual mora en nosotros, y nos estamos pareciendo cada vez más al Señor Jesús (2 Cor. 3: 18). Aunque la comunión con Cristo no nos dé un rostro perfecto, puede reemplazar la causa de los enojos y la frente arrugada con una paz interior que muestre la belleza de Cristo a través de nosotros. No hay cosmético para el rostro que se pueda comparar con la gracia transformadora de Dios.
Evelyn Omaña
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.