El hace habitar en familia a la estéril que se goza en ser madre de hijos. (Salmos 113:9)
Aunque en nuestros días tener hijos no es tan importante para una mujer como lo era en los tiempos bíblicos, muchos hogares no escatiman esfuerzos en la búsqueda incesante de la risa infantil. Los hijos son como las flores del jardín, y aunque hay jardines muy hermosos con solo plantas verdes, las flores siempre dan un toque de alegría inigualable.
Visité en una ocasión a un matrimonio que vivía en una casa muy hermosa. Su diseño invitaba a la comodidad y gozaban de unas vistas impresionantes. Conversando con ellos, que eran la envidia de muchos, me di cuenta de que había un gran vacío en su corazón. «Nos falta la risa, el bullicio, el reguero e incluso el llanto de un hijo. ¿A quien dejaremos todo lo que tenemos?, dijo ella.
En la Biblia encontramos ejemplos de varios hogares que anhelaban fervientemente la llegada de un bebe. Abraham, por ejemplo, le dijo a Dios: «Cómo no me has dado prole, mi heredero será un esclavo nacido en mi casa» (Gen. J 5: 3). También Manoa y su esposa deseaban la presencia de un hijo. Para la mujer que hospedo al profeta Eliseo tener descendencia fue el don más maravilloso que podría haber recibido. Seguramente recordaras muchos casos más, pero no es mi intención centrarme en el pasado, sino en el presente. ¿Tienes hijos? ¿Que significan para ti?, ¿No tienes todavía descendencia? ¿La deseas? ¿Por qué?
Cuando mi esposo y yo nos casamos no faltaron los consejeros voluntarios que nos alentaban a que nos «embulláramos» y tuviéramos bebes. Siempre me resulto negativa la idea de traer hijos al mundo por un mero embullo, pues son una responsabilidad enorme.
Alégrate en las promesas divinas. Dios puede hacer de ti una madre gozosa y feliz. Puede desatar las ligaduras de infertilidad de tu cuerpo y de tu alma y convertirte en una madre amada, recordada y siempre lista para suplir las necesidades de sus hijos. Si ese es tu deseo, ora: «Señor, dame el gozo de ser una madre bendecida por ti».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Aunque en nuestros días tener hijos no es tan importante para una mujer como lo era en los tiempos bíblicos, muchos hogares no escatiman esfuerzos en la búsqueda incesante de la risa infantil. Los hijos son como las flores del jardín, y aunque hay jardines muy hermosos con solo plantas verdes, las flores siempre dan un toque de alegría inigualable.
Visité en una ocasión a un matrimonio que vivía en una casa muy hermosa. Su diseño invitaba a la comodidad y gozaban de unas vistas impresionantes. Conversando con ellos, que eran la envidia de muchos, me di cuenta de que había un gran vacío en su corazón. «Nos falta la risa, el bullicio, el reguero e incluso el llanto de un hijo. ¿A quien dejaremos todo lo que tenemos?, dijo ella.
En la Biblia encontramos ejemplos de varios hogares que anhelaban fervientemente la llegada de un bebe. Abraham, por ejemplo, le dijo a Dios: «Cómo no me has dado prole, mi heredero será un esclavo nacido en mi casa» (Gen. J 5: 3). También Manoa y su esposa deseaban la presencia de un hijo. Para la mujer que hospedo al profeta Eliseo tener descendencia fue el don más maravilloso que podría haber recibido. Seguramente recordaras muchos casos más, pero no es mi intención centrarme en el pasado, sino en el presente. ¿Tienes hijos? ¿Que significan para ti?, ¿No tienes todavía descendencia? ¿La deseas? ¿Por qué?
Cuando mi esposo y yo nos casamos no faltaron los consejeros voluntarios que nos alentaban a que nos «embulláramos» y tuviéramos bebes. Siempre me resulto negativa la idea de traer hijos al mundo por un mero embullo, pues son una responsabilidad enorme.
Alégrate en las promesas divinas. Dios puede hacer de ti una madre gozosa y feliz. Puede desatar las ligaduras de infertilidad de tu cuerpo y de tu alma y convertirte en una madre amada, recordada y siempre lista para suplir las necesidades de sus hijos. Si ese es tu deseo, ora: «Señor, dame el gozo de ser una madre bendecida por ti».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera