miércoles, 8 de febrero de 2012

¿QUIÉN SE HA COMIDO MI NARANJA?

«Hay, sin embargo, algunos insectos alados que caminan en cuatro patas y que ustedes podrán comer: los que además de sus patas tienen zancas para saltar, y también toda clase de langostas, grillos y saltamontes».

¿Oyes ese zumbido constante? Prepara tu red para atrapar insectos. ¡Ahora! ¿Qué has atrapado? ¡Mira ese, es un saltamontes! ¿Y este otro? Es como " un saltamontes, pero verde brillante, con la cabeza é aplastada y largas antenas. Sus alas parecen las hojas de un árbol. A esta clase se la conoce como saltamontes verde. Según nuestro versículo de hoy podemos comerlo, pero mejor dejémoslo donde estaba.
Hay muchas clases de saltamontes, pero hoy quiero hablarte de uno en especial que vive en Norteamérica, cuyo nombre científico es Scuddería furcata. Son muy lindos, pero los cultivadores de naranjas de California los detestan porque estos pequeños insectos destruyen las naranjas abriendo agujeritos en su superficie. Imagínate que compras unas naranjas en el supermercado y están todas agujereadas.
Satanás se parece mucho a esta clase de saltamontes. Él trata de tomar las cosas buenas que Dios ha hecho y arruinarlas. Aléjate lo más que puedas de Satanás. No dejes que él arruine tu vida como este insecto arruina las naranjas en California.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

SOMOS ESPECIALES

Porque a mis ojos eres de gran estima, eres honorable y yo te he amado; daré, pues, hombres a cambio de ti y naciones a cambio de tu vida (Isaías 43: 4).

Miles de mujeres y de niños son abusados por quienes deberían prodigarles amor y cuidado. Cuando el abusador es un padre, un esposo, o incluso un novio, la persona abusada puede sufrir las consecuencias del abuso toda la vida.
El abuso en cualquiera de sus modalidades, ya sea físico, psicológico o sexual, constituye un atentado a nuestra condición de hijos de Dios. Sin embargo, muchas veces la astucia del abusador logra confundir a la víctima para que crea que merece el castigo y que lo recibe por su bien. De manera, se acepta el abuso.
Ninguna persona tiene derecho a abusar de otra; los hijos no son propiedad de sus padres, ni las esposas de sus maridos. Todos somos propiedad de Dios, quien es el único que puede disponer de nuestras vidas.
Por lo general los abusadores son individuos con graves trastornos de personalidad. Necesitan atención psicológica y espiritual especializada. Algunos expertos han encontrado que la mayoría de los abusadores fueron a su vez víctimas de violencia durante su niñez o adolescencia. En sus vidas existe un historial ensombrecido por golpes, insultos, violaciones y otros abusos. Por esa razón no se puede esperar que un abusador corrija su conducta mediante el mero ejercicio de su voluntad, sino que necesita ayuda profesional.
Algunas madres hacen uso de la violencia física, afirmando que el niño la merece por mostrar una conducta agresiva o de rebeldía. En ese sentido debemos ser cuidadosas y analizar nuestros métodos disciplinarios. Si como madres las únicas herramientas que empleamos para resolver problemas de conducta son los golpes y los insultos, quizá estemos abusando de nuestros hijos.
En el caso de un esposo o novio que ejerza algún tipo de violencia física o psicológica para someter a quien dice amar con la excusa de que lo hace por el bienestar de ambos, la mujer sencillamente estará siendo víctima de un chantaje. De ninguna manera dichos actos podrían considerarse como expresiones de amor.
Cada ser humano es especial y por tanto merece un trato respetuoso y delicado. Los golpes, los insultos, los sobrenombres, las burlas, nos rebajan en nuestra calidad de hijos de Dios y nos alejan del ideal divino.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Erna Alvarado de Gómez

EL VALOR DE UN REGALO

No presentaré al Señor mi Dios holocaustos que no me hayan costado nada. 2 Samuel 24:24

¿Qué aprecias más cuando recibes un regalo? ¿La calidad? ¿El precio? ¿La necesidad que suple? Para ayudarte a responder esta pregunta, piensa en un regalo que ocupe un lugar especial en tu corazón.
Uno de mis escritores favoritos, Lewis Smedes, cuenta que cierto día estaba llegando a su casa con su esposa Doris, cuando vio una caja que el correo había dejado en la entrada. Cuando la abrió, encontró dentro de ella una hermosa manta, de color blanco, tejida a mano. El regalo había sido enviado por Sue, una amiga de ellos que habían conocido hacía treinta años. En la misma caja encontraron una nota que decía: «Cada milímetro de esta manta ha sido tejido con amor» (A Pretty Good Person [Una persona bastante buena], p.13).
¿Qué crees que Lewis valoró más del regalo de su amiga Sue? ¿El costo monetario? Lo que Lewis más apreció fue que en ese regalo venía «un pedacito» de la vida de su amiga Sue. El tiempo que ella dedicó para tejerla, el cariño con que la tejió y los recursos que invirtió transmitieron a Lewis un mensaje inconfundible: en el verdadero regalo recibimos parte de la vida de quien lo da.
Quizás por esta misma razón el rey David, cuando se propuso edificar un altar a Dios para dedicar allí una ofrenda (ver 2 Sam. 24), expresó las palabras de nuestro versículo para hoy: «No presentaré al Señor mi Dios holocaustos que no me hayan costado nada». El verdadero regalo siempre tiene un costo, no para el que lo recibe, sino para quien lo da.
De acuerdo a esta forma de «medir» el valor de un regalo, ¿podrías pensar ahora en un regalo en el que hayas recibido «un pedacito» de la vida de quien te lo obsequió?
Y ahora me permito hacerte la pregunta más importante: Si el verdadero regalo tiene un costo para el que lo da, y nos trae «un pedacito» de la vida de esa persona, ¿cuál es el mayor regalo que tú y yo hemos recibido alguna vez? Sin lugar a dudas, ese regalo es Jesucristo, el Tesoro más precioso del cielo, quien en la cruz entregó su vida por amor a ti y a mí.

Gracias, Padre por el maravilloso regalo de tu hijo amado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

POR CAUSA DE LA JUSTICIA

«Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5:10).

Observe que esta bienaventuranza no se limita a decir: «Bienaventurados que son perseguidos», sino: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia». Jesús tampoco dijo: «Bienaventurados los que padecen persecución porque son unos indeseables». Y aún menos: «Bienaventurados los cristianos que son perseguidos por su grave falta de inteligencia y porque son unos verdaderos necios y atolondrados a la hora de dar testimonio de su fe».
A menudo sufrimos una persecución «suave» (nos critican) a causa de nuestras acciones o por ser como somos. Pero la promesa: «Porque de ellos es el reino de los cielos» no se aplica a esas personas. Es para los que padecen persecución por causa de la justicia». Debemos ser muy claros al respecto. Abrigar un espíritu de justicia propia puede acarrearnos grandes sufrimientos y numerosas dificultades innecesarias. Nos cuesta distinguir entre el prejuicio y el principio, no conseguimos entender la diferencia que existe entre el hecho de que los demás se sientan molestos por causa de nuestro carácter o por causa de que somos justos.
Jesús no dijo: «Bienaventurados los que son perseguidos! porque son fanáticos». El fanatismo lleva a la persecución. Una definición de fanatismo es el énfasis excesivo sobre una verdad en detrimento de otras. El texto no dice: «Bienaventurados los perseguidos por ser demasiado entusiastas».
Asimismo, la Biblia no dice: «Bienaventurados los que padecen persecución porque cometen algún error o ellos mismos están equivocados en algún asunto». El apóstol Pedro lo dijo de este modo: «Así que, ninguno de vosotros padezca cómo homicida, ladrón o malhechor, o por entrometerse en lo ajeno». ¿Se apercibía de a quiénes pone en la misma categoría que los asesinos y los ladrones? ¡A los que se entrometen en lo ajeno! (ver 1 Ped. 4:15).
Aparentemente, algunos cristianos sufren manía persecutoria. Solo son felices cuando alguien los persigue y disfrutan diciéndoselo a los demás. Pero, por lo general, ocultan que ellos son la causa de su padecimiento. No estaría de más que le echáramos un vistazo a nuestra vida.(Basado en Mateo 5: 10-12).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill