Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete y no peques más. (Juan 8:11).
La sentencia estaba a punto de ser ejecutada. Pocos segundos separaban la vida de la muerte. Algunos se sentían satisfechos porque creían que se estaba haciendo justicia; otros, con lágrimas, luchaban contra la idea de no haber podido hacer nada para que la víctima fuera liberada. Muchos han experimentado la injusticia humana mientras otros juegan con el mal sin recibir su merecido. Pero la escena que se mostraba aquel día en el templo no pondría de manifiesto la justicia humana, sino la divina.
Era cierto que la mujer era culpable. ¡Había sido hallada en el mismo acto del adulterio! Y había testigos. ¿Te imaginas el complot? Los que pecaron con ella solo encontraron culpable a la mujer. ¿Y ellos? Hay personas que acusan porque quieren librarse de su propia culpa. Condenar a un culpable es la gran vía de escape para muchas conciencias. Y en realidad allí había muchos culpables. Jesús podía haber hecho un juicio público y haber revelado los secretos de cada acusador. Podía haberlos sentenciado por sus maldades, pero Cristo no condena, él salva.
Cuando soy condenada por los demás tengo un abogado que puede limpiar aún los residuos de la tela de araña con que me ha atrapado el pecado. Pero esto no me exonera de la condición de pecadora. Cristo no le dijo a la mujer cómo poner su vida en orden. Simplemente le dijo: «Ni yo te condeno, vete y no peques más». ¿Cómo no pecar más? Jesús no la había convertido en santa, no la habla tocado con una varita mágica para eliminar su inclinación al pecado. Jesús, mediante palabras llenas de amor y perdón, le estaba diciendo que, si lo aceptaba como Salvador, él cambiaría su vida.
Cristo no espera que tú cambies para ir en tu ayuda. Te dice que confíes en que él puede vencer lo que para ti es imposible. Cuando un insecto cae en una tela de araña, por más que luche no puede liberarse de ella, tiene que esperar que alguien más poderoso que él le dé la libertad. Dios es ese alguien. Acude a él.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La sentencia estaba a punto de ser ejecutada. Pocos segundos separaban la vida de la muerte. Algunos se sentían satisfechos porque creían que se estaba haciendo justicia; otros, con lágrimas, luchaban contra la idea de no haber podido hacer nada para que la víctima fuera liberada. Muchos han experimentado la injusticia humana mientras otros juegan con el mal sin recibir su merecido. Pero la escena que se mostraba aquel día en el templo no pondría de manifiesto la justicia humana, sino la divina.
Era cierto que la mujer era culpable. ¡Había sido hallada en el mismo acto del adulterio! Y había testigos. ¿Te imaginas el complot? Los que pecaron con ella solo encontraron culpable a la mujer. ¿Y ellos? Hay personas que acusan porque quieren librarse de su propia culpa. Condenar a un culpable es la gran vía de escape para muchas conciencias. Y en realidad allí había muchos culpables. Jesús podía haber hecho un juicio público y haber revelado los secretos de cada acusador. Podía haberlos sentenciado por sus maldades, pero Cristo no condena, él salva.
Cuando soy condenada por los demás tengo un abogado que puede limpiar aún los residuos de la tela de araña con que me ha atrapado el pecado. Pero esto no me exonera de la condición de pecadora. Cristo no le dijo a la mujer cómo poner su vida en orden. Simplemente le dijo: «Ni yo te condeno, vete y no peques más». ¿Cómo no pecar más? Jesús no la había convertido en santa, no la habla tocado con una varita mágica para eliminar su inclinación al pecado. Jesús, mediante palabras llenas de amor y perdón, le estaba diciendo que, si lo aceptaba como Salvador, él cambiaría su vida.
Cristo no espera que tú cambies para ir en tu ayuda. Te dice que confíes en que él puede vencer lo que para ti es imposible. Cuando un insecto cae en una tela de araña, por más que luche no puede liberarse de ella, tiene que esperar que alguien más poderoso que él le dé la libertad. Dios es ese alguien. Acude a él.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera