lunes, 21 de mayo de 2012

DIENTES GRANDES, PROBLEMAS PEQUEÑOS


«Mira a Behemot, criatura mía igual que tú, que se alimenta de hierba, como los bueyes» (Job 40:15.NVI).

Ten cuidado, que hoy vamos a explorar un territorio desconocido. Mira, ¡es un behemot! ¿Y qué es un behemot?, seguramente te preguntarás. Bien, los expertos en la Biblia no están seguros, pero algunos creen que pudo haberse tratado de un hipopótamo. Lo que Dios le estaba diciendo a Job era: «Yo hice el hipopótamo y también te hice a ti, por lo tanto, puedo hacerme cargo de tus problemas».
¿Quieres saber por qué crear a un hipopótamo fue algo tan maravilloso? Baja conmigo al río para que echemos un vistazo al asombroso hipopótamo. Mira esos dientes tan grandes. Algunos de los dientes de abajo pueden llegar a medir hasta 30 centímetros de largo. Piensa en lo difícil que sería masticar si tus dientes de abajo fueran así de largos. ¿Ves por qué es tan asombroso que Dios haya creado el hipopótamo?
Así como Dios le dijo a Job que él se encargaría de sus problemas, nosotros también debemos confiar en él para que se encargue de los nuestros. Después de todo, si Dios pudo crear a un animal cuatro metros y medio de largo con dientes de treinta centímetros, también puede encontrar una solución para esos problemas que parecen demasiado grandes en nuestra vida.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PERDIDA


Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia. (Salmo 66:20).

Cuando apenas tenía unos cinco años experimenté el gozo de una oración contestada. Vivía con mis padres en el campo. Nuestra casa estaba en las faldas de una montaña donde mi papá cortaba leña, y yo tenía la costumbre de ir a recibirlo todas las tardes cuando regresaba de su trabajo. Aquel día parece que fui más temprano a esperarlo, o que él se demoró más y, tras pasando la prohibición de ir más allá de un cercado, me adentré en el bosque.
Primero caminé por el sendero ya marcado por el paso diario de mi padre y de otros trabajadores, pero muy pronto perdí el rumbo y no reconocía nada a mi alrededor. La vegetación se volvía cada vez más tupida y enmarañada. Comencé a sentir miedo, llamé a mi papá, pero no hubo respuesta. Entonces recordé que mi mamá me había enseñado a orar. Mi mirada se detuvo en una pequeña piedra de forma singular que parecía haber sido colocada allí entre los matorrales como para que se arrodillara una niña, y eso fue lo que hice. Con la sencilla y tierna fe de mis cinco añitos oré a Dios, pidiéndole que pudiera encontrar a mi papá. ¿Y saben algo? Yo no encontré a mi padre, sino que él me encontró a mí. Apenas terminé mi oración ya él estaba de pie a mi lado. Algo lo había impulsado a ir hacia ese lugar por donde nunca pasaba.
Hermana mía, ¿en alguna ocasión te has sentido perdida física, espiritual o emocionalmente? Puedo confiarte que a mí me ha sucedido más de una vez, pero siempre recuerdo que Dios escucha toda plegaria que se le dirija con fe.
«Sabemos que Dios debe estar interesado en nosotros, así como el padre terrenal se interesa en su hijo, pero en un sentido mucho mayor. Me coloco como su hija y con fe sencilla le pido los pequeños favores así como le pediría los dones mayores, creyendo que el Señor escucha la oración sencilla y contrita» (A fin de conocerle, p. 144).
Acudamos a nuestro Padre celestial en humilde súplica y él renovará nuestra fe, así como el deseo de servirle.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Teresa González de Santos escribe desde Cuba

DIO TENÍA UN PLAN PARA RAFAEL


Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él [...] tenga vida eterna. Juan 3:16

Era joven, inteligente y le iba bien en los negocios. Pero tenía un serio problema: el alcohol. Cuando se pasaba de copas, se tornaba tan violento que asustaba incluso a sus compañeros de farra. Por eso, según escribe Lourdes E. Morales, lo llamaban «la fiera de Santurce» (El viajero, p. 28).
Su matrimonio, y luego el nacimiento de dos preciosas criaturas, lo alejaron parcialmente del alcohol, pero la muerte de su primogénito Rafaelito, de apenas cinco años, lo golpeó tan duramente que nuevamente buscó refugio en la bebida. Y continuó así hasta que cierto día sucedió algo que cambiaría por completo el curso de su vida y también el de mucha gente dentro y fuera de Puerto Rico.
Caminaba Rafael bajo un fuerte aguacero, llevando consigo un bulto de ropa a su negocio, una lavandería, cuando vio un papel en el suelo. Sin saber por qué, sintió el extraño deseo de recogerlo. Cuando llegó a la lavandería, se dio cuenta de que era parte de un libro. En poco tiempo sus ojos se detuvieron en las palabras de Juan 3:16. Como no pudo entender su significado, buscó la ayuda de una vecina.
Rafael recibió estudios bíblicos, abandonó la bebida, pidió perdón a quienes había maltratado y fue bautizado. Su bautismo fue seguido por muchos otros, gracias al testimonio poderoso que Rafael, ya convertido, daba de su Salvador. Tiempo después, decidió dedicar su vida a distribuir el libro que lo había transformado: la Biblia.
Con la bendición de Dios, Rafael llegaría a ser «el mejor colportor del mundo» (Ibíd., p. 111), un predicador del evangelio y, además, un hombre de corazón generoso que usaría sus bienes al servicio de Dios y de todo necesitado que encontrara en su camino.
Rafael López Miranda estaba haciendo esta obra en los Andes venezolanos, cuando varios asesinos, con trece balazos, acabaron con su vida. Aunque murió en 1922, los hechos de este héroe de la fe aún hablan por él. En el cielo sabremos cuántas almas conocieron a Cristo gracias a la obra de un hombre cuya vida cambió cuando supo que «Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él [...] tenga vida eterna».
Señor, que mí testimonio hoy ayude a muchos a creer en Cristo como el Salvador del mundo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA LEVADURA


«En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119:11).

Varios años atrás, mi esposa y yo compramos una panificadora eléctrica. Nos imaginamos el placer de comer pan fresco y bollos de canela. Tuvimos la máquina durante veinte y tantos años, hasta que, literalmente, se murió. A veces hacía hogazas de pan perfectas y otras el resultado no distaba mucho de un disco de hockey sobre hielo. El secreto para obtener un pan ligero y sabroso suele ser la levadura.
El hombre utilizó la levadura antes incluso de descubrir la escritura. Los jeroglíficos sugieren que, hace más de cinco mil años, las civilizaciones egipcias más antiguas ya usaban levadura viva y el proceso de fermentación para leudar el pan. En realidad, la levadura es una especie de hongo. Como las plantas, los hongos, para crecer necesitan humedad y algún tipo de alimento. El alimento preferido de las células de levadura es el azúcar, en sus distintas formas: sacarosa (azúcar de remolacha o de caña), fructosa y glucosa (que se encuentran en la melaza, la miel, el sirope de arce y las frutas) y la maltosa (derivada del almidón de la harina). A medida que la levadura va creciendo, las células liberan dióxido de carbono y alcohol etílico en el líquido que las rodea. Cuando la harina se mezcla (se amasa) con líquido, obtenemos la masa. El dióxido de carbono, que es un gas, queda atrapado en la masa y sigue creciendo, levantándola y haciendo que se vuelva suave y esponjosa.
En una parábola Jesús habló de una mujer que horneaba pan. Sabemos cuánta harina usó —tres medidas— pero no cuánta masa amasó. En la actualidad, para hacer una hogaza de pan, mi esposa probablemente use una cucharada sopera de levadura seca granulada por cada tres tazas de harina. Así consigue una hogaza.
La gracia de Dios se esconde en el corazón (Sal. 119:11) porque ahí es donde hace su obra, en nuestra esencia misma. Tiene que trabajar en lo más profundo de nuestro ser. Tenemos que guardarla como María guardó las palabras de Jesús (Luc. 2:51). Cuanto más a conciencia amasemos la masa, más esponjoso será el pan. Así como es preciso amasar a conciencia el pan, es necesario que amasemos la Palabra de Dios con nuestra vida, de manera que el reino de los cielos nos cambie. Señor, trabaja en mi corazón como la levadura leuda la masa. Ayúdame a crecer para que pueda compartir con otros el Pan de vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill