La oración del justo es poderosa y eficaz (Santiago 5: 16).
Mi hermano Gustavo sufrió un derrame cerebral a la edad de 41 años. Entonces él vivía en Valle Hermoso, Tamaulipas. Nos separaban muchos kilómetros de distancia, así que después de recibir la noticia emprendimos un largo viaje para verlo. Entonces escuchamos el diagnóstico del neurólogo: estado de coma. Después de una larga cirugía comentó que sería mejor empezar los preparativos para trasladar el cuerpo, pues su estado era muy grave y no daba ninguna esperanza de vida. Agregó que si creíamos en algún milagro lo pidiéramos a Dios. Nos unimos en oración toda la familia. Un pastor vino a ungir a Gustavo. Ya estábamos resignados a perderlo y esperábamos que mi hermano descansara, pues no mejoraba. Pasaron 45 días y el doctor ordenó la última tomografía; después de ese estudio, si no veía ninguna mejoría, lo desconectaría de los monitores. Ese día oramos con todo el corazón, rogamos a Dios para que hiciera un milagro. Tuve la oportunidad de entrar al lugar del examen, tomé su mano y oré, sabía que mucha gente hacía lo mismo en ese momento. Cuando la camilla salió se dejó ver el cuerpo inerte de Gustavo, pero increíblemente, él abrió sus hermosos ojos verdes y sorprendido me dijo: «¿Qué pasa? ¿Qué hago aquí?» Yo no lo podía creer y rápidamente llegaron los médicos. ¡Una vez más Dios había hecho un milagro! Sé que Dios nos dejó a Gustavo para darnos un ejemplo de paciencia, pues las secuelas de su enfermedad lo dejaron en silla de ruedas y con muchos problemas de salud. Lo maravilloso de todo fue que él nunca renegó, no se quejó de nada y mantuvo un carácter dócil y amable. Vivió fiel a Dios nueve años más y murió con la firme esperanza de resucitar una mañana gloriosa en que el Rey lo llame. En esta mañana te invito a orar sin cesar, pues solo el día en que estemos al lado de nuestro Dios nos despediremos de la dulce oración que durante nuestra vida terrenal nos mantuvo en comunicación con Dios.
Mi hermano Gustavo sufrió un derrame cerebral a la edad de 41 años. Entonces él vivía en Valle Hermoso, Tamaulipas. Nos separaban muchos kilómetros de distancia, así que después de recibir la noticia emprendimos un largo viaje para verlo. Entonces escuchamos el diagnóstico del neurólogo: estado de coma. Después de una larga cirugía comentó que sería mejor empezar los preparativos para trasladar el cuerpo, pues su estado era muy grave y no daba ninguna esperanza de vida. Agregó que si creíamos en algún milagro lo pidiéramos a Dios. Nos unimos en oración toda la familia. Un pastor vino a ungir a Gustavo. Ya estábamos resignados a perderlo y esperábamos que mi hermano descansara, pues no mejoraba. Pasaron 45 días y el doctor ordenó la última tomografía; después de ese estudio, si no veía ninguna mejoría, lo desconectaría de los monitores. Ese día oramos con todo el corazón, rogamos a Dios para que hiciera un milagro. Tuve la oportunidad de entrar al lugar del examen, tomé su mano y oré, sabía que mucha gente hacía lo mismo en ese momento. Cuando la camilla salió se dejó ver el cuerpo inerte de Gustavo, pero increíblemente, él abrió sus hermosos ojos verdes y sorprendido me dijo: «¿Qué pasa? ¿Qué hago aquí?» Yo no lo podía creer y rápidamente llegaron los médicos. ¡Una vez más Dios había hecho un milagro! Sé que Dios nos dejó a Gustavo para darnos un ejemplo de paciencia, pues las secuelas de su enfermedad lo dejaron en silla de ruedas y con muchos problemas de salud. Lo maravilloso de todo fue que él nunca renegó, no se quejó de nada y mantuvo un carácter dócil y amable. Vivió fiel a Dios nueve años más y murió con la firme esperanza de resucitar una mañana gloriosa en que el Rey lo llame. En esta mañana te invito a orar sin cesar, pues solo el día en que estemos al lado de nuestro Dios nos despediremos de la dulce oración que durante nuestra vida terrenal nos mantuvo en comunicación con Dios.
Lupita López Cervantes
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.