«Jehová, Dios mío, a ti clamé y me sanaste» (Salmo 30:2).
Al que está enfermo y pide ser sanado, si su oración es respondida afirmativamente, le es fácil tener fe. Pero si, habiéndolo pedido, no es sanado, es probable que le resulte difícil tener fe en el poder de la oración. Más de uno ha admitido: «He dejado de orar porque es evidente que Dios no me escucha».
El novelista y dramaturgo W. Somerset Maugham llegó a esa conclusión cuando, de niño, tartamudeaba. Su tío metodista solía hablarle del poder de la oración, por lo que el joven decidió orar pidiendo ser sanado. Una noche antes de acostarse, Maugham pidió a Dios que lo liberara de lo que para él era una humillación vergonzosa. Mientras oraba, imaginó lo estupendo que sería, por la mañana, mostrar a sus compañeros de clase que era capaz de hablar con toda normalidad como ellos.
Se durmió lleno de esperanza. A la mañana siguiente, se vistió rápidamente, bajó corriendo las escaleras y, entrando en la cocina saludó a sus padres, que estaban desayunando, con un sonoro: «Bu... bu... buenos d... dí...as». En ese preciso instante algo dentro del alma de Somerset Maugham se quebrantó y dejó de orar.
Sin duda alguna, en las Escrituras encontramos extraordinarios ejemplos de milagros que sucedieron en respuesta a una oración. La oración abrió el Mar Rojo. La oración hizo que la roca diera agua y lloviera pan del cielo. La oración consiguió que el sol se detuviera en su camino hacia la puesta.
Hizo descender fuego del cielo sobre el sacrificio de Elías. Protegió a Daniel en el foso de los leones y, en el homo incandescente, impidió que las llamas alcanzaran a los tres hebreos.
Los Evangelios y el libro de los Hechos están llenos de historias de milagros realizados por Cristo y sus discípulos. Con todo, los milagros no se detuvieron con los apóstoles. A lo largo de los años ha habido milagros innegables.
Las Escrituras indican que los milagros desempeñarán un papel importante en los acontecimientos del tiempo del fin. Asimismo, advierten que los demonios también obrarán milagros. «Son espíritus de demonios, que hacen señales y van a los reyes de la tierra en todo el mundo para reunirlos para la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso» (Apoc. 16:14).
Un famoso autor de un éxito de librería sobre la oración sugiere que, si orásemos correctamente, tendríamos la posibilidad de obrar un milagro cada día. De ser cierto, nos encontraríamos ante un problema, porque, si los milagros se convirtieran en algo común, dejarían de ser milagros.
¿Hace falta un milagro para creer en Jesús? Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill