jueves, 24 de mayo de 2012

CUANDO TRABAJES, ¡SILBA!


«Le has concedido lo que su corazón desea; no le has negado lo que sus labios piden» (Salmo 21:2, NVI).

¿Alguna vez has pensado en lo maravillosos que son tus labios? Puedes usarlos para saber cuan caliente está el chocolate. Puedes usarlos para dar el beso de buenas noches a tu mamá y a tu papá. Puedes usarlos para beber tu bebida favorita. Incluso puedes arrugarlos y soplar aire a través de ellos y producir un silbido.
A mí siempre me pareció que silbar era lo más divertido que había. Podemos silbar notas altas y notas bajas, y cambiar las notas para entonar una canción. ¿No es asombroso? Podemos silbar una melodía y que alguien nos acompañe cantándola. Si silbamos una canción sobre el amor de Jesús o sobre el cuidado que él tiene de nosotros, podemos incluso animarnos a nosotros mismos si no nos sentimos bien.
Cuando Pablo escribió su Epístola a los Filipenses, estaba en la cárcel. A pesar de que pudo haberse quejado, él escogió estar alegre. Lee Filipenses y fíjate en todas las veces que Pablo menciona que está alegre.
Decide estar alegre hoy. No importa cómo te sientas, decide ser agradecido y silba una alabanza. Al hacerlo, seguramente también alegrarás a aquellos que te rodean.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

ESPERANZA PARA LOS FIELES


Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad. (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?). (1 Timoteo 3:4-5).

A través de la historia han surgido epidemias devastadoras que segaron millones de vidas. En el pasado la ciencia médica carecía de recursos para combatir dichas pandemias, aunque siempre se abrigaba la esperanza de encontrar soluciones y remedios para las mismas.
De forma parecida las familias se han visto afectadas a través del tiempo por graves problemas y dificultades. En la actualidad, una especie de epidemia las afecta, y me refiero a la relación entre padres e hijos, caracterizada en ocasiones por la falta de comunicación, la desconfianza, la pérdida de identidad, y otros problemas. Los padres han olvidado su labor como formadores del carácter, y han dejado de ejercer disciplina y de requerir obediencia tanto a las normas hogareñas como a las divinas.
Eli fue reprendido por Dios a causa de la mala conducta de sus hijos. De igual modo algunos padres actualmente dedican toda su energía física y emocional a la adquisición de recursos y bienes materiales, descuidando a sus hijos como hizo Elí.  Si el padre no cumple con sus deberes sacerdotales, si no puede orar con sus hijos o llevarlos al templo; la madre debería hacerlo, ya que la prioridad de toda familia ha de ser ganar a sus hijos para Cristo.
Todos tenemos la oportunidad de hablar con Dios. Esa comunión nos permitirá recibir ánimo y esperanza ante los malos que aquejan a las familias. Dios escuchará nuestras súplicas, aunque nuestros problemas parezcan imposibles de resolver, y nos sintamos impotentes.  ¡Jesús es nuestro amigo y Salvador y todo el cielo está interesado en nuestro bienestar y en acudir en nuestra ayuda!
Hermana, debemos orar a fin de obtener fuerzas para afrontar los deberes cotidianos; aunque a diario nos veamos hostigados por tentaciones, chascos, disgustos y tropiezos repentinos, Dios promete que recibiremos ese socorro para no caer en tentación y para cumplir con nuestros deberes como padres, de forma que nuestros hijos e hijas estén mejor capacitados para serle fieles. Podrán también apreciar más los valores cristianos aceptándolos como una bendición divina.
¡La esperanza brilla de día y de noche para los padres que confían en Dios!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Blanca Dalila R. de Góngora

LA CORBATA FEA


En realidad, todo viene de ti y solo te damos lo que de ti hemos recibido. 1 Crónicas 29:14

¿Cómo te las arreglabas para dar regalos a tus padres en ocasiones especiales, cuando apenas eras un niño? ¿De dónde obtenías el dinero?
Cierta vez leí en la Adventist Review (la Revista adventista en inglés) un artículo que me hizo recordar lo que yo mismo hacía. En ese artículo la autora recuerda que, cuando niña, quería darle a su padre el regalo perfecto para su cumpleaños. Ese regalo resultó ser una corbata de grandes rayas marrones y anaranjadas. Pero había un problema: no tenía dinero para comprarla. Entonces pensó: «¿Por qué no pedirle el dinero prestado a papá y luego se lo pago?». Y así lo hizo. No es difícil imaginar el resto de la historia: un padre emocionado cuando recibe el regalo que su hijita le compró, con un dinero que él mismo le prestó y que ella nunca le pagó.
La niña de la historia en la actualidad es profesora de inglés. Al recordar esa experiencia, admite que la corbata en realidad era horrible, pero que eso no impidió que su papá se emocionara al recibir el regalo. ¿No es esta una buena ilustración de la manera como nos trata nuestro Padre celestial?
Cuando Tammy, la protagonista de este relato, piensa en las lecciones que aprendió de la corbata fea, escribe: «El dinero que pongo en el platillo de la ofrenda, es el dinero qué él, mi Padre celestial, me dio. El tiempo que le dedico es el mismo tiempo que él me dio. Los talentos que uso en su servicio son los mismos que él me dio [...]. Así es Dios: nunca deja de darnos cualquier cosa que necesitamos, aunque sabe que nunca se lo pagaremos» (Tammy McGuire, Adventist Review, 17 de junio de 2004, pp. 16, 17).
¡Tremenda verdad! No hay absolutamente nada que demos a Dios que antes él no nos haya dado. Ni siquiera el amor que tenemos por él nace en nosotros: «Amamos a Dios —escribió el apóstol Juan— porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19, NVI).
Al pensar hoy en todas las cosas buenas que tienes en la vida, ¿le darás gracias a Dios por cada una de ellas?
Dios mío, que yo nunca pierda de vista que lo poco o mucho que te doy primero lo recibí de tu mano.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

UN EVANGELIO VALIOSO


«Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; esto es, entre los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:3,4).

¿Conoce usted el valor de las piedras preciosas? Personalmente, soy incapaz de distinguir un diamante de un pedazo de vidrio.
Se cuenta la historia de un coleccionista de minerales que buscaba piedras y luego las vendía a otros coleccionistas. Durante una de sus excavaciones encontró un espécimen que describió como «grande y hermoso». Todos sus intentos de venderlo fracasaban; mientras, lo guardaba bajo la cama o en el armario. Suponía que aquel pedrusco azul le podía reportar unos beneficios de alrededor de quinientos dólares, pero estaba dispuesto a aceptar una suma inferior si se le presentaba un pago urgente, por ejemplo, la factura de la electricidad.
Así es como estuvo a punto de ser vendido por apenas unos cientos de dólares lo que era el mayor y más valioso zafiro jamás encontrado.  Aquel pedrusco azul que había sido condenado a la oscuridad de un armario, conocido ahora como el zafiro «Estrella de David», pesa casi medio kilo y está valorado en 2.75 millones de dólares.
Jesús dijo que el evangelio es como un tesoro escondido. ¿Pero por qué oculta Dios el evangelio? La respuesta es que no lo hace. El problema es que muchos tienen ojos, pero no ven, tienen oídos pero no oyen, tienen inteligencia, pero no entienden el tesoro que contiene. El hombre de la parábola del tesoro vio el tesoro y en seguida supo que era valioso. Volvió a enterrar el cofre, fue a casa, vendió todo lo que tenía para reunir el dinero necesario para comprar el campo, de modo que el tesoro fuera suyo.
Cuando David Livingstone, el famoso misionero, inició su viaje a través de África tenía 73 libros distribuidos en tres bultos, con un peso total de 82 kilos. Después de haber andado trescientas millas, Livingstone tuvo que deshacerse de algunos de los libros a causa de la fatiga de los porteadores. A medida que avanzaba, su biblioteca se iba reduciendo más y más, hasta que le quedó un solo libro: la Biblia.
Señor, ayúdame a apreciar la belleza de tu Palabra. Basado en Mateo 13:44

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill