Y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová pondrá. (Isaías 62:2).
La muchedumbre entusiasmada aclamaba al recién elegido nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Las campanas de las iglesias emitían sonidos de triunfo y los cañones anunciaban la victoria. George Washington hacía su entrada triunfal en la ciudad de Nueva York el 30 de abril de 1789, montado sobre un enorme caballo, vestido con su característico traje marrón y llevando su brillante espada a un costado. Entre la muchedumbre que lo aclamaba en aquella ocasión se encontraba un niño, a quien le habían puesto el nombre de Washington Irving en honor a tan famoso comandante a quien ahora podía contemplar tan de cerca.
En una oportunidad, este niño logró acercarse al gran libertador, y la nana que lo acompañaba le comunicó a Washington que el pequeño llevaba su nombre en honor a él. El comándame sonrió amablemente y, mientras acariciaba la cabeza del niño, le dijo: «Me da mucho gusto conocerte. Espero que seas siempre un buen niño y que cuando crezcas te conviertas también en un buen hombre. Dios te bendiga».
Esas palabras quedaron grabadas en la mente impresionable de aquel niño, que años más tarde se convirtió en un gran escritor. Escribió las biografías de George Washington. John Jacob Astor, Cristóbal Colón, Oliver Goldsmith y del capitán Bonneville. Recordando aquellas palabras pronunciadas por George Washington decidió honrar el nombre que llevaba y sirvió a su país como embajador en España e Inglaterra.
El día en que Cristo entró triunfante en tu vida, tu nombre fue cambiado por el de «cristiano». Al igual que hizo Washington con aquel pequeño, Cristo te miró y con amor profundo te mostró lo que significa llevar su nombre. ¿Qué estás haciendo para honrar el nombre de Cristo? Profesar el cristianismo de palabra no tiene valor; lo que se espera de nosotros, que llevamos su nombre, es que pasemos del dicho al hecho y honremos el nombre de Cristo con nuestra influencia para el bien.
«A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mat. 10: 32).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La muchedumbre entusiasmada aclamaba al recién elegido nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Las campanas de las iglesias emitían sonidos de triunfo y los cañones anunciaban la victoria. George Washington hacía su entrada triunfal en la ciudad de Nueva York el 30 de abril de 1789, montado sobre un enorme caballo, vestido con su característico traje marrón y llevando su brillante espada a un costado. Entre la muchedumbre que lo aclamaba en aquella ocasión se encontraba un niño, a quien le habían puesto el nombre de Washington Irving en honor a tan famoso comandante a quien ahora podía contemplar tan de cerca.
En una oportunidad, este niño logró acercarse al gran libertador, y la nana que lo acompañaba le comunicó a Washington que el pequeño llevaba su nombre en honor a él. El comándame sonrió amablemente y, mientras acariciaba la cabeza del niño, le dijo: «Me da mucho gusto conocerte. Espero que seas siempre un buen niño y que cuando crezcas te conviertas también en un buen hombre. Dios te bendiga».
Esas palabras quedaron grabadas en la mente impresionable de aquel niño, que años más tarde se convirtió en un gran escritor. Escribió las biografías de George Washington. John Jacob Astor, Cristóbal Colón, Oliver Goldsmith y del capitán Bonneville. Recordando aquellas palabras pronunciadas por George Washington decidió honrar el nombre que llevaba y sirvió a su país como embajador en España e Inglaterra.
El día en que Cristo entró triunfante en tu vida, tu nombre fue cambiado por el de «cristiano». Al igual que hizo Washington con aquel pequeño, Cristo te miró y con amor profundo te mostró lo que significa llevar su nombre. ¿Qué estás haciendo para honrar el nombre de Cristo? Profesar el cristianismo de palabra no tiene valor; lo que se espera de nosotros, que llevamos su nombre, es que pasemos del dicho al hecho y honremos el nombre de Cristo con nuestra influencia para el bien.
«A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mat. 10: 32).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera