viernes, 19 de marzo de 2010

LA AYUDA QUE DIOS NOS OFRECE

Porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: «No temas, yo te ayudaré». Isaías 41:13.

¿Le ayudo?», nos preguntan. «No gracias». Esa suele ser nuestra primera reacción.
Tendríamos que estar en verdadera necesidad para aceptar la ayuda que nos ofrecen o para pedirla. Nos da mucha vergüenza pedir ayuda. Ahora tenemos una solicitud de Dios: «¿Te ayudo?». El pensamiento completo de este acercamiento de parte de Dios comienza en el versículo cuando dice que Abraham fue su «amigo». ¡Qué legado el de Abraham! ¡Dios se acerca a su pueblo en virtud de la amistad con él! ¿Y por qué su amigo? Nada más porque Dios lo había escogido. Muchas veces nos acercamos a Dios recomendándonos a nosotros mismos. En la historia que contó Jesús acerca de dos adoradores, uno fariseo y el otro publicano, el primero se acerca recomendándose a sí mismo en virtud de sus buenas acciones. «A ver si ahora me escoges», parece decir. O más bien: «Me escogiste, y vengo a demostrarte que hiciste una buena elección».
El apóstol Juan nos recuerda que nosotros lo amamos a él porque «él nos amó primero» (1 Juan 4: 19). Pablo dice que «nos escogió en él antes de la creación del mundo» (Efesios 1:4). ¿Recuerdas a Adán y Eva en el huerto del Edén tratando de resolver su problema sin ninguna ayuda? Ellos mismos se hicieron delantales. Y así se hubieran quedado para siempre, a no ser porque escucharon un: «¿Te ayudo?», de parte de Dios. El hecho de que les haya hablado de la «descendencia» de la mujer nos indica que ya tenía un plan para el mundo recién creado. Juan lo reconoce cuando nos recuerda, en el texto más conocido de la Biblia: «Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16, TLA).
Estás identificado sin duda con el mensaje de Dios a la iglesia de Laodicea que se registra en el libro de Apocalipsis 3: 15-20. Es una descripción profética de los creyentes del último periodo de la tierra. «No me hace falta nada», una frase que resume la actitud de muchos cristianos del siglo XXI. «No te das cuenta...», les responde Dios. Acepta hoy la ayuda de Dios. Él sabe muy bien cuánto lo necesitamos.
«La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa». MJ 247.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA CONFESIÓN

Quien encubre su pecado jamas prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón (Proverbios 28: 13).

El siguiente paso en el proceso de la justificación es la confesión del pecado. Uno se pregunta: ¿Por qué es necesaria la confesión? ¿No sabe Dios todo acerca de mí, que todavía necesito hacer una confesión? Es probable que la confesión haya sido ideada por Dios para darnos sanidad mental y espiritual. El pecado y su convicción producen tal daño en la conciencia humana, que nos destruye interiormente. Dios ideó la confesión como paso fundamental para emanciparnos del complejo de culpa, y capacitarnos para vencer el mal que hay en nosotros.
Para que la confesión cumpla estos propósitos, debe ser guiada por el Espíritu de Santo. Porque así como hay una confesión genuina, hay una que es falsa. La confesión arrancada a la fuerza, o la que se hace cuando hemos sido descubiertos y no tenemos otra alternativa, no es la confesión a la que nos guía el Espíritu de Dios. No tiene ningún valor sicoterapéutico, ni produce sanidad espiritual.
En el antiguo santuario hebreo aparecen ya los elementos básicos de una confesión genuina. Leemos: «Si alguien resulta culpable de alguna de estas cosas, deberá reconocer que ha pecado y llevarle al Señor en sacrificio expiatorio por la culpa del pecado cometido, una hembra del rebaño, que podrá ser una oveja o una cabra. Así el sacerdote hará expiación por ese pecado» (Lev. 5: 5, 6). La confesión debe ser voluntaria, estar basada en un genuino reconocimiento de culpa, ser específica y aceptar la provisión de expiación hecha. El culpable confesaba su pecado poniendo sus manos sobre la víctima, y luego la degollaba para la expiación de su pecado. Después de esta ceremonia, el oferente regresaba a su casa con una conciencia libre de culpa. La confesión le daba higiene y sanidad mental.
Cuando se hace una confesión precisa del pecado, ocurren varias cosas en la mente del individuo involucrado. Tiene que recordar lo que hizo, lo cual lo lleva a recordar hechos y circunstancias. Esto lo capacita para estar alerta la siguiente vez, y lo prepara para vencer.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C