sábado, 18 de junio de 2011

DÉJALE ACTUAR

Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintos 6:20).

Sobresalía en aquella escuela un estudiante conocido por llevar una vida piadosa. Uno de sus profesores, mostrando un interés especial en él, quiso saber el porqué de su actitud, a lo que el muchacho le respondió: «Cuando yo nací hubo complicaciones durante el parto y el doctor le dijo a mi padre que tenía que decidir entre la vida de mi madre o la mía. Mi padre pidió la vida de mi madre, pero ella gritó con las fuerzas que le quedaban: "¡Salve a mi hijo! ¡Salve a mi hijo!". ¿Entiende? Yo estoy vivo porque ella murió por mí. Por eso, mi actitud debe honrar su sacrificio».
Tú y yo tenemos una historia parecida que contar. Gozamos de verdadera vida porque alguien decidió morir en nuestro lugar. Ese alguien que nos ha amado desde la fundación del mundo pagó un precio muy elevado para garantizarnos la vida eterna. La sangre que manchó las polvorientas calles de Palestina es el único antídoto contra la enfermedad del pecado. Ese sacrificio merece una reacción de nuestra parte. Merece que honremos su memoria con nuestra conducta.
Pero nuestra meta no debe ser esforzarnos por comportarnos de una forma que dé gloria a Dios, porque en la medida en que lo hagamos, cosecharemos un fracaso rotundo. ¿Qué podemos hacer entonces? ¿Cómo podemos glorificar a Dios en nuestros cuerpos y en nuestro espíritu?
Solo hay una fórmula, y no es mágica. Si permites que Jesús more en ti, si lo conviertes en tu más íntimo amigo, si dejas que él guíe tus pasos, si todos los días acudes a él en oración, meditación y estudio de su Palabra, entonces podrás ser más que vencedora y exclamar como el apóstol Pablo: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gal. 2: 20).
Acude a él. No temas. Aquel que fue capaz de dar su vida por la tuya, hará todo lo posible para que ocupes un lugar en las mansiones celestiales. Déjale actuar. Solo Cristo puede efectuar una obra transformadora en ti.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

LA MEJOR PETICIÓN

Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto. 1 Reyes 3:9, 10.

¿Quién no soñó alguna vez con tener en su poder la lámpara de Aladino? El pensamiento de tener la posibilidad de pedir un deseo y que este se cumpla, ha alimentado la imaginación de muchos en todos los tiempos. Si tú pudieras tener la lámpara en tus manos, ¿qué pedirías?
Salomón, como muy pocos, tuvo esa posibilidad, y no se trató de una ilusión o fantasía, sino que Dios mismo se le apareció en sueños y le dijo: "Pide lo que quieras que yo te dé" (1 Rey. 3:5).
Este flamante rey israelita expresó en su oración algo que conviene recordar. "Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir" (vers. 7). ¡Qué humildad! Lejos de ceder al orgullo o de albergar sentimientos de arrogancia, este joven rey se humilla ante Dios y le confiesa que se siente incapaz de realizar la tarea a la que ha sido llamado. Aunque la Biblia no lo dice, podemos suponer que él se comparaba con David, su padre, quien murió en el trono y ya muy anciano, y al verse tan joven, le dice a Dios que no se siente apto para la tarea.
Luego, con profunda humildad, agrega: "Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?"
Teniendo tantas cosas para elegir, y seguro de que el Todopoderoso podía otorgarle lo que pidiera, Salomón solo pidió sabiduría para juzgar, y poder "discernir entre lo bueno y lo malo". ¿Cuál crees que fue la reacción de Dios ante tal pedido? "Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto".
Salomón, uno de los hombres más sabios que han vivido, se preparó en su juventud al pedirle a Dios sabiduría. Y aunque no pidió fama, ni riquezas, ni glorias mundanales, ni muchos años de vida, ni la vida de sus enemigos, también recibió todo eso.
¿Qué es lo que deseas para ti en los años futuros? ¿Cuál es el sueño para tu vida adulta y profesional? Piensa bien lo que vas a pedirle a Dios, porque si tu pedido le agrada, no solo obtendrás lo que pediste, también te agregará esas cosas que no pediste, pero que al corazón humano le agrada tener. Al igual que el rey Salomón, pídele a Dios sabiduría, para vivir.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

PROPÓSITO DEL DOLOR

Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Juan 15:2.

El versículo de hoy muestra el lugar de las pruebas en la vida del cristiano. El ser humano no fue creado para sufrir. El dolor es una experiencia intrusa en la vida del hombre, y vino después de la entrada del pecado en el mundo. El dolor nace en la mente del enemigo; pero Dios, en su infinito amor, lo toma y lo transforma en un instrumento de crecimiento y de purificación, para el ser humano. Eso es lo que dice Juan 15:2: "y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto".
El verbo "limpiar", en griego, es kathairo, e involucra la idea de purificación a través del sufrimiento. El verbo más adecuado sería "purgar". ¿Tomaste purgante alguna vez? Es horrible; pero, más horrible son los efectos colaterales, el dolor de estómago, la incomodidad, el malestar. Pero, a pesar de eso, aceptas el purgante porque sabes que te estás limpiando de las impurezas.
Jesús hace lo mismo con nosotros, al permitir que el dolor llegue a nuestras vidas. Él desea que crezcamos, que seamos limpios. ¿Para qué? Para que llevemos más fruto. Es en el dolor que se aprende a depender de Dios; es a través de las lágrimas que, muchas veces, encontramos lo que habíamos perdido hace ya mucho tiempo: la maravillosa experiencia de comunión con Cristo.
Conozco más de una persona en cuya vida el dolor fue redentor. Mientras las cosas iban bien, cayeron en la monotonía de la vida y dejaron a Jesús en un segundo plano. Perdieron el primer amor; se volvieron miembros de un club religioso y nada más. Pero de repente, el cielo azul de esas personas se cubrió de nubes cargadas de tormenta. De un momento a otro empezó la tempestad, y la embarcación parecía zozobrar.
En ese momento, sin saber adónde ir, se acordaron de Jesús y volvieron los ojos hacia él, en busca de ayuda. A partir de ese momento, la vida cristiana de esas personas se volvió una vida exuberante y llena de frutos, para la gloria de Dios.
Por eso, si hoy no hay sol en tu horizonte, recuerda que "todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón