Tomo, pues, Moisés el dinero del rescate de los que excedían el número de los redimidos por los levitas. (Números 3:49).
Dios dio instrucciones precisas a Moisés en cuanto al rescate de los primogénitos. Esta acción daría una idea a los israelitas de que el Dios que los guiaba a través de la nube y de la columna de fuego, sería el que años más tarde se convertirla en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8: 29).
La acción de redimir a la raza humana sigue siendo un misterio del amor divino. ¿Cómo un Dios perfecto, que aborrece el pecado, puede amar tanto al pecador? Podemos comparar a Jesús con un buen médico que odia la enfermedad, pero que ama y se sacrifica por el que está enfermo. O quizá con un abogado, que se esfuerza por defendernos, aunque no soporta la injusticia. En realidad Jesús es todo eso y mucho más. Nunca podremos entender a cabalidad el inmenso amor que impulsó a la trinidad a no dejar abandonado al ser humano, que tan ingratamente le había dado la espalda.
Parte de esa raza perdida somos tú y yo. Si Cristo hubiera movido su cabeza negativamente, si el Padre hubiera cerrado sus ojos y si el Espíritu Santo hubiera suspirado con decepción, nuestra historia hubiera sido una desgracia.
Así como los primogénitos israelitas debían ser comprados por precio, la raza humana, pecadora primogénita entre todos los mundos creados, necesitaba ser rescatada a un precio muy alto. Tanto demandaba el rescate que no podían pagarlo ni siquiera todas las huestes angélicas que servían fielmente a su Señor. El demandante solicitaba mucho para devolver aquello de lo que se había adueñado por medio de la mentira y el engaño. Pero Dios no discutió con el enemigo, sino que mostró todo su amor, y este fue suficiente para pagar sin regateo el precio demandado por la raza caída.
¿Puedes esperar algo más de tu Dios y Salvador? Tú fuiste una mercancía de inigualable valor. Su inmenso amor no arriesgó ni un solo cabello de tu cabeza con tal de poder ofrecerle lo que habías perdido en la condición de pecadora. ¿Qué harás ante tal amor?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Dios dio instrucciones precisas a Moisés en cuanto al rescate de los primogénitos. Esta acción daría una idea a los israelitas de que el Dios que los guiaba a través de la nube y de la columna de fuego, sería el que años más tarde se convertirla en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8: 29).
La acción de redimir a la raza humana sigue siendo un misterio del amor divino. ¿Cómo un Dios perfecto, que aborrece el pecado, puede amar tanto al pecador? Podemos comparar a Jesús con un buen médico que odia la enfermedad, pero que ama y se sacrifica por el que está enfermo. O quizá con un abogado, que se esfuerza por defendernos, aunque no soporta la injusticia. En realidad Jesús es todo eso y mucho más. Nunca podremos entender a cabalidad el inmenso amor que impulsó a la trinidad a no dejar abandonado al ser humano, que tan ingratamente le había dado la espalda.
Parte de esa raza perdida somos tú y yo. Si Cristo hubiera movido su cabeza negativamente, si el Padre hubiera cerrado sus ojos y si el Espíritu Santo hubiera suspirado con decepción, nuestra historia hubiera sido una desgracia.
Así como los primogénitos israelitas debían ser comprados por precio, la raza humana, pecadora primogénita entre todos los mundos creados, necesitaba ser rescatada a un precio muy alto. Tanto demandaba el rescate que no podían pagarlo ni siquiera todas las huestes angélicas que servían fielmente a su Señor. El demandante solicitaba mucho para devolver aquello de lo que se había adueñado por medio de la mentira y el engaño. Pero Dios no discutió con el enemigo, sino que mostró todo su amor, y este fue suficiente para pagar sin regateo el precio demandado por la raza caída.
¿Puedes esperar algo más de tu Dios y Salvador? Tú fuiste una mercancía de inigualable valor. Su inmenso amor no arriesgó ni un solo cabello de tu cabeza con tal de poder ofrecerle lo que habías perdido en la condición de pecadora. ¿Qué harás ante tal amor?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera