Moisés aceptó vivir en casa de aquel hombre y este dio a su hija Séfora por mujer a Moisés. (Éxodo 2:21).
El nombre de Séfora, que quiere decir «ave», sigue siendo muy común actualmente en el desierto de Arabia. Aunque se la llama «mujer cusita» o «etíope», la esposa de Moisés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de Abraham. En su aspecto personal difería de los hebreos, pues era más morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios verdadero. Era de un temperamento tímido y retraído, tierno y afectuoso, y se afligía mucho en presencia de los sufrimientos. Por ese motivo cuando Moisés fue a Egipto, consintió en que ella regresara a Madián. Quería evitarle la pena que le significaría presenciar los juicios que iban a caer sobre los egipcios (ver Comentario bíblico adventista, t. I, p. 403).
Conocemos el nombre de esta mujer, pero no sabemos mucho sobre su vida. Los escasos textos bíblicos que hacen referencia a ella la presentan como una mujer que pasó por momentos muy difíciles. Aunque no cumplió la orden divina de circuncidar a su hijo menor, fue de gran apoyo para su esposo. Cuando Jetro, su padre, la trajo de regreso para que se uniera en el desierto con Moisés, Séfora supo que debía ayudar a su esposo en la gran tarea de dirigir a un pueblo numeroso.
Llegado un momento, el visionario Jetro le sugirió a Moisés varias medidas para aliviar su carga de trabajo, lo que provocó celos entre los hermanos de Moisés, quienes se consideraron relegados a un plano de inferioridad por causa de Séfora. Desde entonces esta mujer fue tratada con un menosprecio mal disimulado por parte de sus cuñados.
¿Te has sentido rechazada o humillada por pertenecer a una determinada raza? Si estás pasando por momentos tan amargos, estudia la vida de esta mujer, que se mantuvo al lado de su esposo y protegida por el mismo Dios. No dejes que el enemigo gane terreno haciendo que te consideres inferior por tu color, nivel educativo o posición social. Tú eres especial para Dios, porque no hay nadie como tú.
Para Jesús, todas somos de color rojo, porque estamos revestidas con su sangre.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El nombre de Séfora, que quiere decir «ave», sigue siendo muy común actualmente en el desierto de Arabia. Aunque se la llama «mujer cusita» o «etíope», la esposa de Moisés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de Abraham. En su aspecto personal difería de los hebreos, pues era más morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios verdadero. Era de un temperamento tímido y retraído, tierno y afectuoso, y se afligía mucho en presencia de los sufrimientos. Por ese motivo cuando Moisés fue a Egipto, consintió en que ella regresara a Madián. Quería evitarle la pena que le significaría presenciar los juicios que iban a caer sobre los egipcios (ver Comentario bíblico adventista, t. I, p. 403).
Conocemos el nombre de esta mujer, pero no sabemos mucho sobre su vida. Los escasos textos bíblicos que hacen referencia a ella la presentan como una mujer que pasó por momentos muy difíciles. Aunque no cumplió la orden divina de circuncidar a su hijo menor, fue de gran apoyo para su esposo. Cuando Jetro, su padre, la trajo de regreso para que se uniera en el desierto con Moisés, Séfora supo que debía ayudar a su esposo en la gran tarea de dirigir a un pueblo numeroso.
Llegado un momento, el visionario Jetro le sugirió a Moisés varias medidas para aliviar su carga de trabajo, lo que provocó celos entre los hermanos de Moisés, quienes se consideraron relegados a un plano de inferioridad por causa de Séfora. Desde entonces esta mujer fue tratada con un menosprecio mal disimulado por parte de sus cuñados.
¿Te has sentido rechazada o humillada por pertenecer a una determinada raza? Si estás pasando por momentos tan amargos, estudia la vida de esta mujer, que se mantuvo al lado de su esposo y protegida por el mismo Dios. No dejes que el enemigo gane terreno haciendo que te consideres inferior por tu color, nivel educativo o posición social. Tú eres especial para Dios, porque no hay nadie como tú.
Para Jesús, todas somos de color rojo, porque estamos revestidas con su sangre.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera