Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra alguna (Salmo 91: 12).
Hace algunos años mi esposo, mis dos niños y yo viajábamos de Mexicali a Navojoa, en el norte de México. Cuando estábamos cerca de llegar a nuestro destino, tomamos una carretera muy estrecha. Empezaba a oscurecer y, como venían autos de frente, mi esposo bajó las luces. De pronto, a corta distancia vimos una vaca. No había manera de salir-nos de la carretera. Colisionamos de frente con el animal, la camioneta comenzó a dar vueltas como un torbellino. Finalmente paró con el techo aplastado y las llantas fuera de su lugar. Alicia, mi hijita mayor, dormía en la parte de atrás de la camioneta y poco antes se había pasado adelante, para acurrucarse en la cunita de Alejandro. Ella terminó parada frente a mí, pero todos los objetos que venían cerca de ella quedaron regados en la carretera porque la puerta trasera se desprendió. Mi esposo y yo estábamos malheridos, sin embargo, a pesar de los fuertes dolores que sentíamos, buscamos al bebé que yo llevaba en los brazos pero no estaba por ningún lado. Por fin, guiándose por el llanto, mi esposo lo ubicó. Había caído en el pavimento y la camioneta cayó encima de donde él estaba. ¡La escena era terrible! ¡Mi criatura había quedado entre las cuatro llantas! Como él sangraba manchó al niño y al verlo, pensó que estaba herido. Un camión se detuvo y nos llevó a un hospital de Navojoa. Los médicos examinaron a los niños cuidadosamente pero no tenían ni golpe ni rasguño alguno. En este accidente Dios cuidó de todos nosotros, pero de una manera maravillosa al bebé, a quien llevaron los ángeles en sus manos y lo depositaron suavemente de manera que no se lastimara. Siempre agradeceré a Dios el habernos protegido de una manera tan notable.
Hace algunos años mi esposo, mis dos niños y yo viajábamos de Mexicali a Navojoa, en el norte de México. Cuando estábamos cerca de llegar a nuestro destino, tomamos una carretera muy estrecha. Empezaba a oscurecer y, como venían autos de frente, mi esposo bajó las luces. De pronto, a corta distancia vimos una vaca. No había manera de salir-nos de la carretera. Colisionamos de frente con el animal, la camioneta comenzó a dar vueltas como un torbellino. Finalmente paró con el techo aplastado y las llantas fuera de su lugar. Alicia, mi hijita mayor, dormía en la parte de atrás de la camioneta y poco antes se había pasado adelante, para acurrucarse en la cunita de Alejandro. Ella terminó parada frente a mí, pero todos los objetos que venían cerca de ella quedaron regados en la carretera porque la puerta trasera se desprendió. Mi esposo y yo estábamos malheridos, sin embargo, a pesar de los fuertes dolores que sentíamos, buscamos al bebé que yo llevaba en los brazos pero no estaba por ningún lado. Por fin, guiándose por el llanto, mi esposo lo ubicó. Había caído en el pavimento y la camioneta cayó encima de donde él estaba. ¡La escena era terrible! ¡Mi criatura había quedado entre las cuatro llantas! Como él sangraba manchó al niño y al verlo, pensó que estaba herido. Un camión se detuvo y nos llevó a un hospital de Navojoa. Los médicos examinaron a los niños cuidadosamente pero no tenían ni golpe ni rasguño alguno. En este accidente Dios cuidó de todos nosotros, pero de una manera maravillosa al bebé, a quien llevaron los ángeles en sus manos y lo depositaron suavemente de manera que no se lastimara. Siempre agradeceré a Dios el habernos protegido de una manera tan notable.
Susana Limón de Reyna
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor