Ester se ganaba el favor de todos los que veían (Ester 2:15).
La historia de Ester es realmente fascinante. Una jovencita que podía haber muerto como muchas otras bajo las penosas condiciones en que vivían los israelitas, no solo vivió para crecer, desarrollarse física, mental, emocional y espiritualmente, sino que fue la elegida por Dios entre miles para que ocupara un cargo único y cumpliera un propósito especial. Hermosas virtudes acompañaban a esta joven. Dios pudo hacer cumplir su voluntad en ella y la Biblia recoge el hecho de que «se ganaba el favor de todos».
Pero en el transcurso de esta historia aparece otra mujer cuyo nombre conocemos, aunque tío era costumbre social de la época mencionar el nombre de mujeres a menos que fueran importantes en la esfera pública. Zeres representa lo opuesto a Ester. Su carácter revela rasgos completamente negativos. Pero lo más dramático es que su mala influencia aceleró el macabro plan de destrucción que afectaría a miles de vidas inocentes.
¿Cuánto poder ejercemos sobre nuestros esposos o sobre los hombres que nos rodean? ¿Los beneficiamos o los perjudicamos? La historia recoge las buenas obras que se produjeron debido a la influencia de la vida de Ester, pero también manifiesta las lágrimas derramadas por los miles de judíos que sufrieron a causa del edicto formulado por la sugerencia de Zeres.
Nuestra influencia puede ser beneficiosa o perjudicial. ¿Qué te parecería que una hermana de la iglesia te observara dialogando con tu esposo para establecer sus propios patrones de conducta? ¿Qué influencia ejercerás sobre las personas que acuden a ti confiándote un problema, seguras de tu discreción? Estando como estamos sujetas a cometer errores no deberíamos ser los patrones de conducta de nadie, pero el ser humano pone su vista en sus semejantes para tratar de encontrar su propio camino. Haríamos muy bien en fijarnos únicamente en Cristo, pero tampoco perdamos de vista la responsabilidad que tenemos como embajadoras del reino celestial.
Cuida tu influencia, porque ciertamente obrará para bien o para mal. Acude a Cristo, él te capacitará para llegar a decir como Pablo: «imítenme a mi, así como yo imito a Cristo» (1 Cor. 11: 1, NVl).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La historia de Ester es realmente fascinante. Una jovencita que podía haber muerto como muchas otras bajo las penosas condiciones en que vivían los israelitas, no solo vivió para crecer, desarrollarse física, mental, emocional y espiritualmente, sino que fue la elegida por Dios entre miles para que ocupara un cargo único y cumpliera un propósito especial. Hermosas virtudes acompañaban a esta joven. Dios pudo hacer cumplir su voluntad en ella y la Biblia recoge el hecho de que «se ganaba el favor de todos».
Pero en el transcurso de esta historia aparece otra mujer cuyo nombre conocemos, aunque tío era costumbre social de la época mencionar el nombre de mujeres a menos que fueran importantes en la esfera pública. Zeres representa lo opuesto a Ester. Su carácter revela rasgos completamente negativos. Pero lo más dramático es que su mala influencia aceleró el macabro plan de destrucción que afectaría a miles de vidas inocentes.
¿Cuánto poder ejercemos sobre nuestros esposos o sobre los hombres que nos rodean? ¿Los beneficiamos o los perjudicamos? La historia recoge las buenas obras que se produjeron debido a la influencia de la vida de Ester, pero también manifiesta las lágrimas derramadas por los miles de judíos que sufrieron a causa del edicto formulado por la sugerencia de Zeres.
Nuestra influencia puede ser beneficiosa o perjudicial. ¿Qué te parecería que una hermana de la iglesia te observara dialogando con tu esposo para establecer sus propios patrones de conducta? ¿Qué influencia ejercerás sobre las personas que acuden a ti confiándote un problema, seguras de tu discreción? Estando como estamos sujetas a cometer errores no deberíamos ser los patrones de conducta de nadie, pero el ser humano pone su vista en sus semejantes para tratar de encontrar su propio camino. Haríamos muy bien en fijarnos únicamente en Cristo, pero tampoco perdamos de vista la responsabilidad que tenemos como embajadoras del reino celestial.
Cuida tu influencia, porque ciertamente obrará para bien o para mal. Acude a Cristo, él te capacitará para llegar a decir como Pablo: «imítenme a mi, así como yo imito a Cristo» (1 Cor. 11: 1, NVl).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera