Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen (5. Lucas 23: 34).
Cómo reaccionas cuando alguien te ha ofendido? Quizá, depende el ánimo en el que te encuentres, dices: «¡Qué lástima! ¡Nunca me imaginé que me pagaría de esta manera! ¡Voy a dejar que pasen las cosas y luego hablaré con ella!» O quizá: «¡Me tendrá que escuchar! ¡Esto no se va a quedar así! ¡Voy a aclarar las cosas! ¡Ya verá lo que significa meterse conmigo!»
¿Cuántas expresiones te vienen a la mente cuando alguien te ha ofendido? Si somos sinceras no es fácil reaccionar de la manera más serena. El enojo y la ira están listos para desbordarse. ¡Cómo quisiéramos tener a la persona de frente para decirle su merecido! Con esta actitud cotidiana, ¿cómo reaccionamos ante el acto de perdonar? ¿Cuan difícil es para ti y para mí otorgar el perdón a aquellos que nos han ofendido?
La reacción de Jesús ante aquellos que lo escupieron y lo abofetearon, ante los que lo azotaron y lo crucificaron, fue muy especial: ¡Rogó a su Padre que los perdonara! Si alguien tenía derecho a pedir que Dios lo vengara era Jesús mismo. «El Salvador no dejó oír un murmullo de queja. Su rostro permaneció sereno. Pero había grandes gotas de sudor sobre su frente. No hubo mano compasiva que enjugase el rocío de muerte de su rostro, ni se oyeron palabras de simpatía y fidelidad inquebrantable que sostuviesen su corazón humano [...] No invocó maldición alguna sobre los soldados que le maltrataban tan rudamente. No invocó venganza alguna sobre los sacerdotes y príncipes que se regocijaban por haber logrado su propósito [...] Solo exhaló una súplica para que fuesen perdonados, "porque no saben lo que hacen"» (El Deseado de todas las gentes, p. 693).
Este mismo Jesús es el mismo que ahora ministra en el cielo en nuestro favor y está deseoso de que nuestros pecados sean perdonados. ¿Aceptarás el perdón? ¿Perdonarás al que te ha ofendido? Ésa es mi invitación esta mañana. ¡Que el Señor nos ayude!
Cómo reaccionas cuando alguien te ha ofendido? Quizá, depende el ánimo en el que te encuentres, dices: «¡Qué lástima! ¡Nunca me imaginé que me pagaría de esta manera! ¡Voy a dejar que pasen las cosas y luego hablaré con ella!» O quizá: «¡Me tendrá que escuchar! ¡Esto no se va a quedar así! ¡Voy a aclarar las cosas! ¡Ya verá lo que significa meterse conmigo!»
¿Cuántas expresiones te vienen a la mente cuando alguien te ha ofendido? Si somos sinceras no es fácil reaccionar de la manera más serena. El enojo y la ira están listos para desbordarse. ¡Cómo quisiéramos tener a la persona de frente para decirle su merecido! Con esta actitud cotidiana, ¿cómo reaccionamos ante el acto de perdonar? ¿Cuan difícil es para ti y para mí otorgar el perdón a aquellos que nos han ofendido?
La reacción de Jesús ante aquellos que lo escupieron y lo abofetearon, ante los que lo azotaron y lo crucificaron, fue muy especial: ¡Rogó a su Padre que los perdonara! Si alguien tenía derecho a pedir que Dios lo vengara era Jesús mismo. «El Salvador no dejó oír un murmullo de queja. Su rostro permaneció sereno. Pero había grandes gotas de sudor sobre su frente. No hubo mano compasiva que enjugase el rocío de muerte de su rostro, ni se oyeron palabras de simpatía y fidelidad inquebrantable que sostuviesen su corazón humano [...] No invocó maldición alguna sobre los soldados que le maltrataban tan rudamente. No invocó venganza alguna sobre los sacerdotes y príncipes que se regocijaban por haber logrado su propósito [...] Solo exhaló una súplica para que fuesen perdonados, "porque no saben lo que hacen"» (El Deseado de todas las gentes, p. 693).
Este mismo Jesús es el mismo que ahora ministra en el cielo en nuestro favor y está deseoso de que nuestros pecados sean perdonados. ¿Aceptarás el perdón? ¿Perdonarás al que te ha ofendido? Ésa es mi invitación esta mañana. ¡Que el Señor nos ayude!
Leticia Aguirre de De los Santos
Tomado de Manifestaciones de su amor
Tomado de Manifestaciones de su amor