domingo, 4 de noviembre de 2012

LA HUELLA DACTILAR DE DIOS


«Dios [...] elige a quien él quiere, de acuerdo con su plan» (Romanos 9:11,TLA).

En nuestra expedición bíblica de hoy Dios está hablando de unos gemelos. Estos gemelos son nada más y nada menos que Jacob y Esaú. Si quieres leer su historia, puedes hacerlo en Génesis 25. Aunque ellos eran gemelos, en realidad eran muy diferentes.
¿Sabes qué son gemelos? Son dos bebés que una mamá lleva dentro de sí al mismo tiempo. Algunos gemelos son diferentes, y se les conoce como gemelos no idénticos. Otros, por el contrario, son casi iguales y se les conoce como gemelos idénticos. Los gemelos idénticos tienen el mismo tipo de cabello y de sangre. Estos gemelos son casi exactamente iguales entre sí, pero existen unas pequeñas diferencias.
Uno puede ser más extrovertido que el otro, y las huellas dactilares son siempre diferentes.
Como cristianos, nosotros debemos parecemos a Jesús. Así como los gemelos nunca son exactamente iguales, nosotros jamás podremos ser exactamente iguales a él, pero su amor podrá brillar siempre a través de nuestra vida. La gente notará cada día cómo nos vamos pareciendo más a él.
Pídele a Jesús que te ayude a parecerte cada vez más a él. Dile que ponga su «huella dactilar» en ti.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

SER MADRE


Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16).

Ser madre ha sido una de las experiencias más bellas de mi vida. La ilusión, los planes y los sueños tejidos durante el embarazo hicieron que mi vida se convirtiera en algo placentero y feliz. Las emociones que experimentaba me hacían soñar. El apoyo y las buenas intenciones de mis seres amados ayudaban a transformar mi vida.
La profunda, maravillosa y única emoción de dar a luz a un ser vivo formado en nuestro vientre es casi imposible de describir. Es también un milagro de Dios cómo la naturaleza cumple su función a través de la lactancia, uniendo en un vínculo tan especial a la madre y a su bebé.
Una de las alegrías más exquisitas que puede experimentar una madre es ver crecer a su bebé en forma saludable, escuchar su dulce vocecita cuando dice «mami» por primera vez, o entonar una hermosa canción que recién ha aprendido. Disfrutar de los logros y ocurrencias de un niño es una experiencia inolvidable.
¡Qué maravillosa experiencia es la maternidad! Esa gama de emociones y sentimientos únicamente pueden emanar de un amor perfecto como el amor de Dios. Aunque existen numerosas vivencias distintas que experimentamos al convertirnos en madres, hay una que destaca: adquirir una idea más clara de lo profundo que es el amor de Dios por nosotras.
El amor de Dios y su carácter perfecto distan mucho de parecerse a los nuestros, pero aun así podemos tener una minúscula idea de lo mucho que Dios nos ama. ¿Cómo podría yo menospreciar esa hermosa demostración de amor infinito? Si yo, que soy humana, imperfecta y pecadora puedo experimentar vivencias únicas, maravillosas y profundas como las que propicia la maternidad, ¿cuánto más nuestro Dios, que es perfecto e infinito, es capaz de sentir y hacer por nosotras?
Querido Señor, no permitas que olvide jamás lo importante y valiosa que soy para ti. Que cada mañana recuerde lo mucho que me amas, así como el sacrificio que hiciste por mí.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Pagan Bartolomei

LO QUE PIENSAS, ESO ERES.


Tal como piensa en su corazón, así es él. Proverbios 23:7, NRV 2000.

«No eres lo que piensas ser —escribió Norval Pease— sino lo que piensas, eso eres» (En esto pensad, p. 181).
En otras palabras, tus acciones no necesariamente reflejan lo que eres. Tampoco tus palabras. Ni tu reputación. Eres, en última instancia, el producto de tus pensamientos. Dicho de otra manera, nunca te elevarás por encima de tus conceptos de lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto. Lo que hay en tu corazón (tu mente), eso eres.
Ahora bien, si somos lo que pensamos, la conclusión obvia es que necesitamos cuidar celosamente la calidad del material que entra a nuestra mente. ¿Cómo lograr este control? Las siguientes cuatro leyes nos ayudarán:
  1. Ley de la contemplación. Esta ley enseña que terminamos pareciéndonos a las personas o cosas en las que concentramos nuestra atención. Conviene, pues, que nos preguntemos: ¿Qué tipo de programas de TV vemos? ¿Qué clase de música escuchamos? ¿Qué libros o revistas leemos? ¿Qué artistas o estrellas del deporte admiramos? Al final nos pareceremos a lo que más amamos.
  2. Ley de la adaptación. Esta ley afirma que nuestra mente «crecerá» o se «empequeñecerá» de acuerdo al tipo de material que le llegue a través de nuestros sentidos. ¿Qué clase de alimento le estamos dando? ¿Chatarra (por ejemplo, las telenovelas)? ¿O alimento sólido (por ejemplo, la buena lectura)?
  3. Ley del deseo sustituido. Esta ley destaca la propiedad que tiene la mente de desistir de un deseo que se le niegue firmemente y acostumbrarse a otro que se use como sustituto. Por ejemplo, si deseamos eliminar un mal hábito, la mejor manera de lograrlo es cultivando un buen hábito. Algo así como «un clavo saca otro clavo».
  4. Ley de la expresión. Esta ley consiste en que nuestras palabras, al igual que un bumerán, tienen el poder de volver a nosotros y fortalecer los sentimientos y pensamientos que las originaron. En otras palabras, si llenamos nuestra mente de basura, muy probablemente hablaremos basura, lo cual nos hará también pensar en basura.

¿Conclusión? Reforcemos el control de calidad en nuestra mente de manera que pensemos solo en lo que es bueno y merece alabanza (ver. Fil. 4:8). A fin de cuentas, no somos  lo que pensamos ser. Más bien, somos lo que pensamos.

Padre celestial, ayúdame a tener una mente como la de Jesucristo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

SENCILLAMENTE, AGUA


«Lo necio del mundo escogió Dios y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte»(1 Corintios 1:27).

Moisés comenzó la liberación de los hijos de Israel convirtiendo agua en sangre. Jesús comenzó su ministerio terrenal transformando agua en vino. Además de suplir nuestras necesidades, Jesús nos da más de lo que necesitamos. Lo mismo sucede con el reino de su gracia. Además de darla suficientemente a los pecadores para que se salven, la da en sobreabundancia. El vino es símbolo de su gracia y su gran cantidad ilustra las bendiciones y el perdón que ha puesto a disposición de cada uno de sus hijos.
El primer milagro de Jesús fue sencillo y corriente. Sería de esperar que cuando el Creador del universo viniera a la tierra adoptando forma humana empezara su milagrosa carrera reuniendo, al menos, a los escribas y a los fariseos, cuando no a los reyes y a los príncipes de la tierra, para obrar ante ellos algún milagro, como en su momento hicieran Moisés y Aarón ante el Faraón, con el fin de que se convencieran de que él era el Mesías. Pero no fue así. Acudió a una sencilla boda de gente humilde 
y, con toda naturalidad, mostró su gloria. Cuando convirtió el agua en vino, no llamo al maestro de ceremonias, al novio ni a ningún invitado para decirle: «Ya sabes que se ha acabado el vino. Pues bien, estoy a punto de hacer un milagro; convertiré el agua en vino». No, lo hizo discretamente, con los criados. Les dijo que llenaran las tinajas de agua.
No pidió que fueran nuevas, usó lo que tenía a su alcance y sin hacer bullicio ni ostentación. Usó agua clara, de la que tenían en abundancia, y obró el milagro con el más natural de los estilos. 
No llamó a ningún desconocido que lo ayudara, sino que hizo que los criados de la casa trajeran agua, solo agua. Luego, cuando sacaban el agua, o lo que les parecía que era agua, los criados se dieron cuenta de que se había transformado en vino. Imagine su sorpresa. A veces, las personas más humildes y sencillas son las primeras que ven la obra de Dios. Lamentablemente, hay otros que nunca lo consiguen.
Señor, cambia mi vida corriente en una extraordinaria bendición para los demás. Basado en Juan 2:1-11.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill