Y el sol se detuvo, y la luna se paró, hasta, que la gente se vengó de sus enemigos. (Josué 10:13).
Ya es casi una costumbre que antes de dormir mi hijo me pida que le cuente una de sus historias favoritas. Hay varias historias que le gustan, pero me pide una con mayor frecuencia. Cuando le anuncio que ya es hora de irse a dormir, me mira y, con su lenguaje infantil, me dice: «A hitóla de cabaos savajes». Y comienzo así: «Dos niñitas vivían en una casita en el campo. El campo es un lugar donde hay muchas florecillas, árboles grandes y chiquitos, y también muchos animalitos. La mamá de estas pequeñas les contaba en el culto matutino la historia de Daniel en el foso de los leones. Cuando los hombres malos empujaron a Daniel a un foso donde había muchos leones hambrientos, Daniel no lloró, ni se puso a gritar. ¿Qué hizo Daniel?». «Ceó sus ojitos, amigo Jesús cuiame», contesta mi hijo.
«Un día las dos niñas salieron a pasear y de pronto oyeron un sonido muy fuerte. Una nube de polvo envolvía a una manada de caballos salvajes que se aproximaba a ellas. Era imposible que pudieran llegar a casa antes de que los caballos las arrollaran, así que cerraron sus ojitos y ¿qué dijeron?». «Jesús, cuíanos». «Inmediatamente Jesús envió un angelito muy fuerte y muy bueno, ¿y qué les dijo a los caballos?». «Deténanse, no pueen seguí». «Y mientras los caballos salvajes lanzaban patadas al aire, las dos niñitas corrieron hasta su casa y se pusieron a salvo. Allí se arrodillaron y repitieron junto a su mamá el hermoso versículo que dice: "El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen y los defiende" (Sal. 34: 7)».
Este relato me recuerda cada noche que no importan los contratiempos que hayamos tenido durante el día; si Dios pudo cerrar la boca de los leones y detener el Sol, puede y quiere detener los caballos salvajes que amenacen tu vida.
Si tienes niños pequeños, no pierdas la oportunidad de llevar la paz a sus vidas y a la tuya por medio de estos relatos maravillosos. Duerme tranquila, vive confiada.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Ya es casi una costumbre que antes de dormir mi hijo me pida que le cuente una de sus historias favoritas. Hay varias historias que le gustan, pero me pide una con mayor frecuencia. Cuando le anuncio que ya es hora de irse a dormir, me mira y, con su lenguaje infantil, me dice: «A hitóla de cabaos savajes». Y comienzo así: «Dos niñitas vivían en una casita en el campo. El campo es un lugar donde hay muchas florecillas, árboles grandes y chiquitos, y también muchos animalitos. La mamá de estas pequeñas les contaba en el culto matutino la historia de Daniel en el foso de los leones. Cuando los hombres malos empujaron a Daniel a un foso donde había muchos leones hambrientos, Daniel no lloró, ni se puso a gritar. ¿Qué hizo Daniel?». «Ceó sus ojitos, amigo Jesús cuiame», contesta mi hijo.
«Un día las dos niñas salieron a pasear y de pronto oyeron un sonido muy fuerte. Una nube de polvo envolvía a una manada de caballos salvajes que se aproximaba a ellas. Era imposible que pudieran llegar a casa antes de que los caballos las arrollaran, así que cerraron sus ojitos y ¿qué dijeron?». «Jesús, cuíanos». «Inmediatamente Jesús envió un angelito muy fuerte y muy bueno, ¿y qué les dijo a los caballos?». «Deténanse, no pueen seguí». «Y mientras los caballos salvajes lanzaban patadas al aire, las dos niñitas corrieron hasta su casa y se pusieron a salvo. Allí se arrodillaron y repitieron junto a su mamá el hermoso versículo que dice: "El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen y los defiende" (Sal. 34: 7)».
Este relato me recuerda cada noche que no importan los contratiempos que hayamos tenido durante el día; si Dios pudo cerrar la boca de los leones y detener el Sol, puede y quiere detener los caballos salvajes que amenacen tu vida.
Si tienes niños pequeños, no pierdas la oportunidad de llevar la paz a sus vidas y a la tuya por medio de estos relatos maravillosos. Duerme tranquila, vive confiada.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera