Dios no dará luz divina a nadie que se halle contento con permanecer en las tinieblas. Elena de White
Un famoso pintor invitó a un amigo a su casa para mostrarle su último cuadro. Cuando el amigo llegó, el maestro lo hizo esperar en una sala poco iluminada. Tras la espera, dijo a su amigo: “Te habrá parecido extraño que te haya hecho esperar tanto en este cuarto, pero si hubieras entrado al estudio con el resplandor de la calle en los ojos, no hubieras podido apreciar la pintura. Por eso te he dejado un rato a oscuras, hasta que se te pasara el deslumbramiento”.*
A menudo nosotras nos dejamos deslumbrar por los falsos espejismos de la vida. El afán por mejorar profesionalmente, obtener una buena posición económica, vestir bien, tener fama, etcétera, nos puede impedir ver claramente las líneas que trazan las Escrituras. La sencillez del evangelio resplandece con luz propia, pero para que podamos apreciarla como corresponde, y responder a ella de la manera en la que hemos sido llamadas a responder, hemos de pasar a veces por un túnel previo.
Hemos de liberamos de nuestros deslumbramientos personales, “porque nada de lo que el mundo ofrece viene del Padre, sino del mundo mismo. Y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de las riquezas” (1 Juan 2:16).
Para que a nuestros ojos les agrade lo que agrada a Dios, es necesario desaprender, como tuvo que hacerlo Moisés, quien había sido “instruido en la sabiduría de los egipcios, y fue un hombre poderoso en palabras y en hechos” (Hech. 7:22). Sin embargo, “cuando ya fue hombre, no quiso llamarse hijo de la hija del faraón; prefirió ser maltratado junto con el pueblo de Dios, a gozar por un tiempo los placeres del pecado. Consideró de más valar sufrir la deshonra del Mesías que gozar de la riqueza” (Heb. 11:24-26).
Para que pudiera ver más allá de su corona perecedera, hacia la corona eterna, el Maestro hizo esperar un rato a Moisés, desaprendiendo en el desierto. Para que nosotras podamos ver más allá del deslumbramiento provocado por las luces de neón que nos rodean, tal vez tengamos que atravesar antes un oscuro túnel, una prueba de aprendizaje, que nos permita distinguir la verdadera luz y disfrutar de sus matices. Pidamos a Dios que nos lleve a nuestra sala de espera.
* Enrique Chaij, A pesar de todo… ¡Qué linda es la vida! (Doral, Florida: APIA, 2013), p 130.
“Nada de lo que el mundo ofrece viene del Padre, sino del mundo mismo. Y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de las riquezas” (1 Juan 2:16).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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