Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate, por todos. (Marcos 10:45)
La historia de Isabel de Hungría no es excepcional. Dios siempre ha contado con mujeres valientes, humildes, sinceras y bondadosas, las cuales se han convertido en sus manos aquí en la tierra. Pero la mayor muestra de servicio desinteresado surgió en el mismo corazón del amor.
Un día, un rey, el mayor, el más exaltado, el más poderoso y soberano, Dios, decidió convertirse en siervo. Dejó todo lo que tenía: los tesoros del universo, sus ropas reales y una gloriosa corona. Despojado de todo, escogió un pesebre como cuna y un establo como lugar de nacimiento, unos padres pobres y un pueblo bajo el yugo de otro más poderoso. Eligió vestir una túnica sin adornos, tener unos amigos que lo traicionaron, cargar un madero sobre sus hombros y ponerse una corona de espinas. Te escogió a ti y me escogió a mí, que tantas veces le hemos dado la espalda.
¿Por qué tanto sacrificio? ¿Por qué un servicio tan mal recompensado? Solamente por amor. Sí, allí, mientras Jesús se despojaba de toda su gloria, estaba tu nombre escrito en su corazón. Allí, mientras pendía de una cruz, pagaba tus pecados y los míos.
Mientras lavaba los pies de sus orgullosos discípulos, Jesús pronunció las siguientes palabras: «Porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13: 15). El que poseía los tesoros del universo no tenía dónde recostar su cabeza. El que abasteció de alimento al pueblo de Israel en el desierto, ayunó durante cuarenta días. El que trasladó a Elías en un carruaje de oro, cargó un pesado madero. El que caminó sobre calles de oro, manchó con su sangre la polvorienta senda del Gólgota. No hay cosa alguna que Cristo no hiciese por salvarte. ¿Hay algo en lo que tú no puedas servir?
Muy pronto las compuertas celestiales se desbordarán de coronas brillantes e incorruptibles. Todas tendrán nombres de siervos convertidos en reyes y reinas. Asegúrate de que Cristo le coloque una en aquel día.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La historia de Isabel de Hungría no es excepcional. Dios siempre ha contado con mujeres valientes, humildes, sinceras y bondadosas, las cuales se han convertido en sus manos aquí en la tierra. Pero la mayor muestra de servicio desinteresado surgió en el mismo corazón del amor.
Un día, un rey, el mayor, el más exaltado, el más poderoso y soberano, Dios, decidió convertirse en siervo. Dejó todo lo que tenía: los tesoros del universo, sus ropas reales y una gloriosa corona. Despojado de todo, escogió un pesebre como cuna y un establo como lugar de nacimiento, unos padres pobres y un pueblo bajo el yugo de otro más poderoso. Eligió vestir una túnica sin adornos, tener unos amigos que lo traicionaron, cargar un madero sobre sus hombros y ponerse una corona de espinas. Te escogió a ti y me escogió a mí, que tantas veces le hemos dado la espalda.
¿Por qué tanto sacrificio? ¿Por qué un servicio tan mal recompensado? Solamente por amor. Sí, allí, mientras Jesús se despojaba de toda su gloria, estaba tu nombre escrito en su corazón. Allí, mientras pendía de una cruz, pagaba tus pecados y los míos.
Mientras lavaba los pies de sus orgullosos discípulos, Jesús pronunció las siguientes palabras: «Porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13: 15). El que poseía los tesoros del universo no tenía dónde recostar su cabeza. El que abasteció de alimento al pueblo de Israel en el desierto, ayunó durante cuarenta días. El que trasladó a Elías en un carruaje de oro, cargó un pesado madero. El que caminó sobre calles de oro, manchó con su sangre la polvorienta senda del Gólgota. No hay cosa alguna que Cristo no hiciese por salvarte. ¿Hay algo en lo que tú no puedas servir?
Muy pronto las compuertas celestiales se desbordarán de coronas brillantes e incorruptibles. Todas tendrán nombres de siervos convertidos en reyes y reinas. Asegúrate de que Cristo le coloque una en aquel día.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera