lunes, 26 de marzo de 2012

TORMENTA DE AMOR

«Ahora que es el tiempo de la cosecha de trigo, no llueve, ¿verdad? Pues yo clamaré al Señor y él mandará truenos y lluvia, para que ustedes reconozcan y comprendan que, tal como lo ve el Señor, ustedes han hecho muy mal en pedir un rey» (1 Samuel 12:17).

¡Dejemos de caminar y corramos! ¡Busquemos refugio! ¿Has oído ese trueno? Es peligroso quedarse afuera. ¿Te gustan las tormentas eléctricas? Mientras me encuentre a salvo, a mí sí. La lluvia, los rayos, el sonido de los truenos... Dios sin duda creó fuerzas poderosas en la naturaleza.
El trueno produce un sonido sorprendente. ¿Sabes cómo ocurre? Cuando cae un rayo, este calienta el aire a su alrededor Y se calienta tan rápido, que explota. Esa explosión es el trueno. Así que, como podrás imaginar, un rayo es muy caliente.
Las palabras pueden ser como los rayos y los truenos, pueden herir y quemar a los demás. A veces explotan en la boca de una persona y, al igual que un rayo, hieren rápidamente los sentimientos de los demás. Cuando esas palabras poderosas e hirientes salen de la boca, resuenan tan fuerte como un trueno para quien las recibe. Esfuérzate para que tus palabras sean como una ligera llovizna. Que refresquen los corazones de los demás y ayuden a que el amor crezca en ellos. Crea tu propia «tormenta de amor».

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

REFUGIO EN LA TORMENTA

Parque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo. (Mateo 24:21-22).

Jesús nos hace una advertencia que no debemos pasar por alto. Quizá hemos leído esas citas muchas veces, al punto que han dejado de impactarnos. Creo que si las volvemos a leer con detenimiento, meditando en sus palabras, escucharemos la urgencia con que se nos alerta respecto a los terribles tiempos que se avecinan.
Elena G. de White nos dice: «Sucede muchas veces que los peligros que se esperan no resultan tan grandes como uno se los había imaginado; pero este no es el caso respecto de la crisis que nos espera. La imaginación más fecunda no alcanza a darse cuenta de la magnitud de tan dolorosa prueba» (El conflicto de los siglos, cap. 40, p. 607).
No es fácil pronosticar la aparición y trayectoria de los tornados. Por esta razón se emiten avisos graduales que comienzan con una «vigilancia de tornado». Si un tornado es detectado se convierte en «advertencia de tornado». De igual forma, ya hemos recibido mediante las profecías un aviso de vigilancia respecto a ese tiempo de angustia sin igual que se avecina. La tormenta ha sido detectada y ahora escuchamos la advertencia.
Mi pregunta es: «¿Qué estamos haciendo para prepararnos?». ¿Estamos actuando de tal manera que nuestra fe no sea destruida al enfrentar las adversidades y dificultades? Jesús nos dice: «Pero sabed esto, que si el padre de familia supiera a qué hora el ladrón habría de venir, velaría y no lo dejaría entrar en su casa» (Mal. 24:43). ¿Acaso la tormenta que se aproxima como ladrón en la noche nos encontrará sin preparación y descuidadas?
Pienso en la conocida historia de Jonás, cuando el capitán de la nave se le acercó y le dijo: «¿Qué tienes, dormilón? Levántate y clama a tu Dios. Quizá tenga compasión de nosotros y no perezcamos» (Jon. 1:6). En este tiempo nosotros también debemos clamar a Dios y humillarnos ante él para que nos sostenga.
¿Deseas sobrevivir a esa tormenta y ser salva? Como dice el profeta Ezequiel: «Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel?» (Eze. 18:30-32). Nuestro Padre celestial desea que no perezcamos; desea salvarnos.
El día de tribulación está a las puertas, ¿Estamos acaso durmiendo durante este tiempo de advertencia?

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Jenny Avaylon

«EL SIGUIENTE»

He aprendido a contentarme con lo que tengo. Filipenses 4:11

«Pertenezco al "Club del siguiente". No escogí ser parte de él. El problema es que no pude resistirme». Estas palabras las escribió Mark Buchanan en un interesante artículo publicado en la revista Signs of the Times (Señales de los tiempos, junio de 2001 ,pp. 8,9).
¿En qué consiste ese «club»? En que sus miembros viven pendientes de «el siguiente traje», «el siguiente par de zapatos», «el siguiente modelo de IPad», «el siguiente automóvil». Y claro, también «la siguiente cámara digital», «la siguiente computadora», y pare usted de contar.
Los publicistas conocen muy bien esta realidad; por eso no cesan de bombardearnos para que consumamos más, y más y cada vez más.
¿Cuál es el problema con este «club»? Básicamente, que se basa en el deseo de tener más cosas, aunque no las necesitemos.
Esta realidad la ilustra Patricia Maxwell en su artículo «Los siete secretos de una vida satisfecha» (Signs of the Times [Señales de los tiempos], agosto de 2007, p. 27). Cuenta ella que estaba en una tienda probándose unos zapatos cuando se le acercó una señora.
—¿Me quedan bien estas sandalias? —le preguntó la señora a Patricia. —Sí, le quedan bien.
—Yo no sé por qué estoy probándome estas sandalias —dijo la señora, mientras se reía—. Lo que pasa es que no puedo resistir la tentación de comprar. Ya tengo 69 pares de zapatos en casa, y lo peor es que no los puedo usar en mi trabajo porque cuido enfermos y ahí me exigen usar un calzado especial.
¡69 pares! Es verdad que el ejemplo de esta señora ilustra un caso extremo. Pero ¿podría ser que, sin damos cuenta, los cantos de sirena provenientes de los centros comerciales nos estén induciendo a consumir cada vez más? Quizás una mirada al clóset de ropa nos ayude a responder esta pregunta. ¿Cuántos vestidos tienes? ¿Cuántos trajes? ¿Cuántos pares de zapatos? ¿Tienes lo suficiente? Si es así, entonces ¿por qué sigues comprando más de lo mismo?
No sé si participas de este culto al consumismo. Pero, por si acaso, he aquí una humilde recomendación. Dale gracias a Dios por lo que tienes y púlele que le dé sabiduría para adquirir lo que de ventad necesitas.
Ayúdame, Señor, a estar contento con lo que tengo, y a usar sabiamente los recursos que pones en mis manos.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

JESÚS PUEDE LIMPIARNOS

«Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14-15).

Piense en la peor de las enfermedades que se conocen hoy día: eso es lo que pensaba la gente de los tiempos bíblicos sobre la lepra. De hecho, se consideraba que la lepra era un castigo divino por algún terrible pecado que hubiera cometido la persona.
En realidad, todas las enfermedades son, a la vez, el resultado y símbolo del pecado. Todo empezó en Edén, con Adán y Eva desobedeciendo a Dios. Y desde entonces, el diablo ha acumulado en nosotros enfermedad sobre enfermedad. Pero la lepra era una enfermedad que despertaba un temor especial. Estaba tan asociada al pecado que quien la padecía tenía que separarse completamente de todo lo santo y era considerado impuro.
La gente creía que esta enfermedad procedía de la mano de Dios y, por lo tanto, solo él podía quitarla. La capacidad de curar la lepra era una de las señales del Mesías (ver Mat. 11:5). El rey de Israel preguntó: «¿Soy yo Dios, que da vida y la quita, para que este me envíe a un hombre a que lo sane de su lepra?» (2 Rey. 5:7).
Se consideraba que la lepra era incurable a menos que Dios interviniera. Por esa razón, un leproso nunca acudía a un médico para que lo sanara. ¿Qué podría hacer el médico si la curación era obra de Dios? En su lugar, el sacerdote, el ministro del Señor, tenía la responsabilidad de examinar al presunto leproso y declararlo puro o impuro. Si el sacerdote veía evidencias de enfermedad, la persona era declarada impura. Si no percibía ninguna evidencia, la persona podía volver a su casa.
¿Se imagina qué era levantarse una mañana y descubrir que se padecía la lepra? El leproso tenía que abandonar de inmediato la casa y la familia, tenía que vivir fuera de la ciudad, con los enfermos incurables y, cada vez que pasaba cerca de una persona sana, tenía que gritar: «¡Impuro!».
De hecho, todos sufrimos la lepra del pecado. Somos impuros y tenemos que permanecer apartados de las cosas santas. La ley de Dios, como el sacerdote, nos puede mostrar que somos impuros, pero no nos puede curar. Jesús puede hacer lo que para la ley es imposible (Rom. 8:3). Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, quita el pecado, nos limpia y nos declara sanos. Ya no somos impuros. Demos gracias a Dios por Jesús, el Gran Médico. Basado en Mateo 8: 1-4

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill