No hijos míos, porque no es buena fama la que yo oyó, pues hacéis pecar al pueblo de Jehová.(1 Samuel 2: 24)
La segunda dimensión es el gusto por el pecado, en el cual cayeron los hijos de Eli. Siendo su padre sacerdote, sabían perfectamente lo que Dios esperaba de ellos. Tenían conocimiento como para discernir lo correcto, pero cedieron ante el mal.
El gusto por el pecado no solo condena al que lo comete, sino que involucra a otros, como sabemos por las palabras de Jesús: «Muchas cosas en el mundo hacen que la gente desobedezca a Dios. Y eso siempre será así. Pero ¡qué mal le irá a quien haga que otro lo desobedezca» (Luc. 17:1, TLA). Como vemos, la amonestación reservada para ellos es sumamente dura.
A Eli se le envió mensaje tras mensaje para que hiciera valer su autoridad como padre y guía espiritual, de modo que sus hijos se volvieran del mal camino. A Saúl le fue enviado el profeta Samuel para que recapacitara. Elías amonestó a Acab. Y así una larga lista de pecadores empedernidos recibieron la amonestación de Dios. Aunque el fin de estos pecadores contumaces fue desastroso, Dios nunca permitió que sufrieran las consecuencias de su obstinación sin que antes el Espíritu Santo apelara a sus corazones.
Nuestra época también está plagada de pecadores empedernidos. La Biblia dice de ellos que «tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia y son hijos de maldición» (2 Ped. 2: 14). ¡Qué terrible condición! Algunas personas piensan que pueden pecar y seguir teniendo control sobre el pecado, pero lo cierto es que no es un juguete con el que uno se pueda divertir: «Habréis pecado ante Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzará» (Núm. 32: 23).
El único antídoto contra el pecado es acercarse a Cristo. Él es el único que vivió sin pecar, por lo tanto es el único que tiene poder para trasformar la naturaleza pecadora a fin de que se deleite en las cosas de Dios.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La segunda dimensión es el gusto por el pecado, en el cual cayeron los hijos de Eli. Siendo su padre sacerdote, sabían perfectamente lo que Dios esperaba de ellos. Tenían conocimiento como para discernir lo correcto, pero cedieron ante el mal.
El gusto por el pecado no solo condena al que lo comete, sino que involucra a otros, como sabemos por las palabras de Jesús: «Muchas cosas en el mundo hacen que la gente desobedezca a Dios. Y eso siempre será así. Pero ¡qué mal le irá a quien haga que otro lo desobedezca» (Luc. 17:1, TLA). Como vemos, la amonestación reservada para ellos es sumamente dura.
A Eli se le envió mensaje tras mensaje para que hiciera valer su autoridad como padre y guía espiritual, de modo que sus hijos se volvieran del mal camino. A Saúl le fue enviado el profeta Samuel para que recapacitara. Elías amonestó a Acab. Y así una larga lista de pecadores empedernidos recibieron la amonestación de Dios. Aunque el fin de estos pecadores contumaces fue desastroso, Dios nunca permitió que sufrieran las consecuencias de su obstinación sin que antes el Espíritu Santo apelara a sus corazones.
Nuestra época también está plagada de pecadores empedernidos. La Biblia dice de ellos que «tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia y son hijos de maldición» (2 Ped. 2: 14). ¡Qué terrible condición! Algunas personas piensan que pueden pecar y seguir teniendo control sobre el pecado, pero lo cierto es que no es un juguete con el que uno se pueda divertir: «Habréis pecado ante Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzará» (Núm. 32: 23).
El único antídoto contra el pecado es acercarse a Cristo. Él es el único que vivió sin pecar, por lo tanto es el único que tiene poder para trasformar la naturaleza pecadora a fin de que se deleite en las cosas de Dios.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera