martes, 8 de noviembre de 2011

LAS TRES DIMENSIONES – 2ª PARTE

No hijos míos, porque no es buena fama la que yo oyó, pues hacéis pecar al pueblo de Jehová.(1 Samuel 2: 24)

La segunda dimensión es el gusto por el pecado, en el cual cayeron los hijos de Eli. Siendo su padre sacerdote, sabían perfectamente lo que Dios esperaba de ellos. Tenían conocimiento como para discernir lo correcto, pero cedieron ante el mal.
El gusto por el pecado no solo condena al que lo comete, sino que involucra a otros, como sabemos por las palabras de Jesús: «Muchas cosas en el mundo hacen que la gente desobedezca a Dios. Y eso siempre será así. Pero ¡qué mal le irá a quien haga que otro lo desobedezca» (Luc. 17:1, TLA). Como vemos, la amonestación reservada para ellos es sumamente dura.
A Eli se le envió mensaje tras mensaje para que hiciera valer su autoridad como padre y guía espiritual, de modo que sus hijos se volvieran del mal camino. A Saúl le fue enviado el profeta Samuel para que recapacitara. Elías amonestó a Acab. Y así una larga lista de pecadores empedernidos recibieron la amonestación de Dios. Aunque el fin de estos pecadores contumaces fue desastroso, Dios nunca permitió que sufrieran las consecuencias de su obstinación sin que antes el Espíritu Santo apelara a sus corazones.
Nuestra época también está plagada de pecadores empedernidos. La Biblia dice de ellos que «tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia y son hijos de maldición» (2 Ped. 2: 14). ¡Qué terrible condición! Algunas personas piensan que pueden pecar y seguir teniendo control sobre el pecado, pero lo cierto es que no es un juguete con el que uno se pueda divertir: «Habréis pecado ante Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzará» (Núm. 32: 23).
El único antídoto contra el pecado es acercarse a Cristo. Él es el único que vivió sin pecar, por lo tanto es el único que tiene poder para trasformar la naturaleza pecadora a fin de que se deleite en las cosas de Dios.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

ADENTRO ES MEJOR

Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos. Salmo 122:1.

Nos habían invitado a que dirigiéramos una Sociedad de Jóvenes en una iglesia que no conocíamos. Como lo habíamos hecho en otras ocasiones, mi esposa y yo preparamos con esmero todo el programa, y al llegar la fecha indicada allí estuvimos. Si bien al principio la iglesia estaba semivacía, a medida que el programa avanzaba se fue llenando. Al terminar, una cantidad de hermanos en la fe llegaron para saludarnos, y me quedé conversando con un joven de unos 25 años. Sin buscarlo, el joven manifestó cierto descontento "porque a veces los programas son aburridos". Cuando escuché esa frase, le pregunté: "¿Será que se habrán aburrido nuestros jóvenes con el programa que trajimos?" Rápidamente respondió: "No pastor, para nada. Usted lo hubiera notado, porque todos los jóvenes hubieran salido a la vereda y no se habrían quedado en el templo, como lo hicieron".
Como adventista de cuna, después de haber visitado muchos templos, noto que en algunas iglesias existe la costumbre entre los jóvenes de quedarse fuera del templo. En algunos casos es porque el que predica "es un viejo", en otras ocasiones para conversar con los amigos "y nadie está diciendo que hagan silencio". Y también porque hay quienes no tienen el deseo de escuchar la Palabra de Dios; solo van a la iglesia por costumbre social.
No sé cuáles son las costumbres entre los jóvenes de tu iglesia local, pero si un sábado de mañana vas a la iglesia porque quieres encontrarte con Dios, seguramente lo podrás hacer dentro del templo. Soy consciente de que a veces el programa no es muy interesante, e incluso parece que la conversación con un amigo no puede esperar hasta el final del culto, pero si realmente quieres tener la bendición divina ese sábado, lo mejor es que ocupes tu lugar en la adoración colectiva.
La casa de Dios es para todos, no porque Dios necesite que vayamos, sino porque somos nosotros los que nos enriquecemos al asistir a su templo. El salmista, conociendo esta riqueza, no podía menos que alegrarse con los que decían "a la casa de Jehová iremos", porque solo dentro de ella es posible encontrarse con Jehová.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

CIELO

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Apocalipsis 21:1.

Buscando en Internet lo que las personas piensan acerca del cielo, encontré lo siguiente: "Dicen que los benditos que alcancen la gloria y el cielo, pasarán la eternidad contemplado el rostro de Dios, en perpetua adoración. ¿Te seduce esa idea? ¿No será un poco aburrido? ¿No preferirías algo más humano, tal como cuidar el huerto y tus lechugas? ¿No te apetecerían más las setenta vírgenes del paraíso islámico? ¿O una reencarnación en lagartija, o algo así, que esté vivo?"
Las respuestas a esta pregunta son interesantes. "No me gustaría pasarme la eternidad sobre una nube, tocando el arpa y mirando a la cara al viejo iracundo inexistente. Prefiero reencarnarme en lagartija"; "Si contemplar el rostro de diosito, por toda la eternidad, es el premio, prefiero vivir lo que me quede de vida, y se acabó".
Pero, entre las muchas respuestas socarronas que encontré, había una diferente. Creo que la chica se llamaba Patricia: "Es lo único que quiero en la vida. Contemplar a Jesús a sus ojos eternamente. Mirarlo y admirarlo; adorarlo. Descansar sobre su pecho, y sentir los divinos latidos de su amoroso corazón. Escuchar su voz, todo el tiempo, que me llame por el nombre que él me puso. Decirle todo el tiempo "Te amo" con mis ojos, con mi voz, con mis manos, con mi corazón".
Lo único que la Biblia registra, al respecto, es que lo que te espera en el cielo es cosa que ojo no vio ni oído oyó, ni ha subido en el pensamiento del hombre. Y que allá no habrá dolor, ni muerte, ni llanto ni nada de lo que te causa tristeza, porque las primeras cosas habrán pasado. ¿Para qué preocuparme con el hecho de que allá solo comeré hojas de árboles, o qué forma tendrá la casa en la que viviré?
Dios entregó el trabajo, a Adán y a Eva, como una bendición, antes de la caída; quiere decir que el trabajo es parte de una vida gloriosa, en la que el pecado no existe. Y, si el trabajo es la bendición de los redimidos, entonces la vida será un permanente estar ocupado. La diferencia es que el trabajo no tendrá el aspecto cansador, agobiante e injusto de este mundo de pecado.
Haz de este un día de expectativas. No te dejes influenciar por la manera incrédula de encarar las cosas divinas, porque "vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón