Lugar: Suiza
Palabra de Dios: Colosenses 1:21,22
Tenemos que irnos ahora —dijo Agassiz a su hermano menor—. Papá nos espera del otro lado del lago.
Cerrándose bien las chaquetas, salieron al hielo. Era pleno invierno, y el lago estaba congelado.
Cuidadosamente, los dos muchachos caminaron por la superficie resbalosa. Habían cruzado el lago congelado que quedaba al lado de su casa una cantidad de veces, y estaban bastante acostumbrados a esa caminata media resbalada, que debían hacer para mantenerse de pie.
Al acercarse a la mitad del lago, Agassiz y su hermano se dieron cuenta de que el hielo había comenzado a agrietarse. Entre las grietas, podían ver agua. La idea de caerse hizo que Agassiz temblara.
— ¿Deberíamos volver? —preguntó su hermano.
Agassiz miró su reloj. Su padre los estaría esperando.
—Sigamos —dijo—. No es un hueco muy grande, y pareciera que el resto del lago está bien.
El chico más grande cruzó la grieta; solamente tuvo que estirarse un poquito, no demasiado. Pero, sabía que a su hermano le costaría más. Su hermano tenía piernas más cortas y tendría que saltar. Si se caía al agua helada… bueno, no quería ni pensar en ello.
Entonces, se le ocurrió una idea.
—Me voy a acostar sobre la grieta —le explicó a su hermano—. Puedes gatear encima de mí.
El plan funcionó, y en un minuto o dos ambos estaban a salvo, del otro lado.
Eso es lo que Jesús hizo por ti y por mí. El hizo de puente entre nosotros y Dios. La Biblia dice: «En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte». Jesús puso su vida, murió por nosotros, para que podamos «cruzar» con seguridad y volver a Dios.
Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson