Entró, pues, aquella mujer de Tecoa al rey, y postrándose sobre su rostro en tierra, hizo una reverencia (2 Samuel 14:41.
Esta mujer que fue buscada por el general Joab debido a su astucia e inteligencia se presenta ante el rey David para lograr la reconciliación entre Absalón, hijo rebelde y contumaz, y su padre, quien lo había deportado a tierras de Gesur por matar a su hermano Amón, quien había deshonrado a Tamar, su hermana.
David estaba sufriendo las consecuencias de su pecado al haber tomado por mujer a Betsabé, esposa de Urías. Las duras palabras «no se apartará jamás de tu casa la espada» (2 Sam. 12:10) pronunciadas por el profeta Natán, traían a su mente el recuerdo de su falta. Había perdido a su hijo Amnón. Tamar había sido mancillada y Absalón estaba desterrado. Ese no era el futuro que Dios deseaba para aquel hombre que una vez se había colocado en sus manos y que había sido grande ante los hombres y ante el cielo.
La mujer de Tecoa presentó ante el rey una historia falsa. Aunque sabemos que Absalón no aprovechó la nueva oportunidad que se le concedió y que su final fue dramático como consecuencia de su rebelión, David elogió la sabiduría de aquella mujer y le concedió a Joab lo que a través de ella pedía.
Esta historia me hace reflexionar en lo que hizo Cristo por nosotros, Absalones rebeldes y pecadores. Nadie tuvo que buscar a Cristo para convencerlo de que se presentara al padre con una historia ficticia y lograra que le concediera permiso para salvar a la raza humana. Cuando Adán y Eva pecaron, la trinidad ya había asumido el plan de salvación.
Nosotros, al igual que David, estamos sufriendo las consecuencias de nuestras decisiones. Al ser condescendientes con el pecado nos ponemos bajo la sentencia: «La paga del pecado es muerte». Pero, gracias a Dios, el texto continúa diciendo: «Pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús» (Rom. 6: 23). ¿Aceptas esa dádiva de Dios que es capaz de cambiar tu sentencia de muerte en una de vida eterna?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Esta mujer que fue buscada por el general Joab debido a su astucia e inteligencia se presenta ante el rey David para lograr la reconciliación entre Absalón, hijo rebelde y contumaz, y su padre, quien lo había deportado a tierras de Gesur por matar a su hermano Amón, quien había deshonrado a Tamar, su hermana.
David estaba sufriendo las consecuencias de su pecado al haber tomado por mujer a Betsabé, esposa de Urías. Las duras palabras «no se apartará jamás de tu casa la espada» (2 Sam. 12:10) pronunciadas por el profeta Natán, traían a su mente el recuerdo de su falta. Había perdido a su hijo Amnón. Tamar había sido mancillada y Absalón estaba desterrado. Ese no era el futuro que Dios deseaba para aquel hombre que una vez se había colocado en sus manos y que había sido grande ante los hombres y ante el cielo.
La mujer de Tecoa presentó ante el rey una historia falsa. Aunque sabemos que Absalón no aprovechó la nueva oportunidad que se le concedió y que su final fue dramático como consecuencia de su rebelión, David elogió la sabiduría de aquella mujer y le concedió a Joab lo que a través de ella pedía.
Esta historia me hace reflexionar en lo que hizo Cristo por nosotros, Absalones rebeldes y pecadores. Nadie tuvo que buscar a Cristo para convencerlo de que se presentara al padre con una historia ficticia y lograra que le concediera permiso para salvar a la raza humana. Cuando Adán y Eva pecaron, la trinidad ya había asumido el plan de salvación.
Nosotros, al igual que David, estamos sufriendo las consecuencias de nuestras decisiones. Al ser condescendientes con el pecado nos ponemos bajo la sentencia: «La paga del pecado es muerte». Pero, gracias a Dios, el texto continúa diciendo: «Pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús» (Rom. 6: 23). ¿Aceptas esa dádiva de Dios que es capaz de cambiar tu sentencia de muerte en una de vida eterna?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera