En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes. Salmo 86:7.
David huyó a Ramá, al hogar del anciano profeta Samuel. Los pocos días que pasó en compañía del envejecido hombre de Dios fueron pacíficos y llenos de lecciones preciosas.
Ahora Saúl estaba más celoso que nunca. El Rey sentía que, cuanto más tiempo David y Samuel estuvieran juntos, el pueblo se pondría más del lado de David y su propio reino podría derrumbarse. Así que, envió a sus oficiales a Ramá para tomar prisionero a David.
Pero, el Señor intercedió para controlar a los soldados de Saúl. Angeles invisibles desviaron a estos guerreros y los hicieron profetizar como lo había hecho Balaam. Saúl envió otro grupo de hombres, pero ocurrió lo mismo. Finalmente, el Rey mismo viajó a Ramá. “Pero un ángel de Dios lo encontró en el camino, y lo dominó. El Espíritu de Dios lo mantuvo bajo su poder, y salió dirigiendo oraciones a Dios” (Patriarcas y profetas, p. 709). Saúl, ahora completamente bajo el poder del Señor, también hizo predicciones y cantó canciones sagradas. Cuando llegó a la casa de Samuel, en lugar de matar a David como había planeado, se sacó sus ropas reales, y se acostó en el piso todo el día y toda la noche, bajo la influencia del Espíritu.
Jonatán creyó que su padre había cambiado y que nunca más dañaría a David otra vez. Pero David no estaba tan convencido.
Más tarde, se suponía que ambos, David y Jonatán, estarían en la mesa del Rey durante una fiesta sagrada, pero David se escondió en el campo, no muy lejos. Él y Jonatán habían elegido una señal. Si Saúl se enojaba por la ausencia de David, entonces no era seguro quedarse por allí por mucho tiempo más. El primer día de la fiesta, el Rey no mencionó la ausencia. Sin embargo, el segundo día le preguntó a Jonatán por David. Durante el transcurso de la conversación, Jonatán trató de razonar con su padre acerca de su odio hacia David. De pronto, Saúl se llenó de tal furia satánica que arrojó a su hijo la lanza con la que había intentado matar a David.
Jonatán abandonó el salón de banquetes triste y molesto. Su padre no solo casi mata a su propio hijo, sino también había hecho algunos comentarios terriblemente ofensivos enfrente de todos los invitados. Ahora sabía que su amigo no estaría seguro y que David tendría que irse. Cuando los dos se encontraron en el campo para despedirse, hubo muchas lágrimas. Ambos sabían que había llegado el tiempo de angustia de David.
La única defensa real para un cristiano que pasa por ese momento es la oración.
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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