Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas (Isaías 40: 11).
Lo recuerdo con claridad. Después de tan larga espera por fin escuché al bebé que tanto anhelábamos. Mi bebé estaba sano y era muy tranquilo. Todo era casi perfecto. Pero de un momento a otro, dos semanas después del parto, mi estado de ánimo empezó a cambiar, y mis sonrisas y alegría se transformaron en tristeza y en llanto ante la mínima provocación. ¿Qué me estaba pasando? Una tarde después de una discusión con mi esposo provocada por mi estado de ánimo, él salió y tras un fuerte portazo, yo me arrodillé junto a un sofá y clamé a Dios su ayuda, abrí la puerta de mi alma como nunca lo había hecho antes y con desesperación le pedí que me diera paz. Ya no podía seguir así. Él me contestó. Me dirigí hacia el librero y mis ojos se centraron en un libro donde hablaba de depresión y al leerlo supe que necesitaba ayuda. Entonces recibí la llamada del consultorio de mi médico, confirmaba mi cita para esa tarde, y al colgar llegó mi mamá, quien, estoy segura, fue traída por un ángel hasta mi casa. Aquel día tuve la consulta médica más larga que jamás haya tenido, primero porque yo no podía dejar de llorar y segundo porque tuve que escuchar que lo que yo padecía era depresión posparto y tenía su origen en mis hormonas, y se había agravado por no atenderme desde el principio. Recibí tratamiento y ahora es cosa del pasado, aunque he aprendido que este padecimiento deja secuelas, especialmente en los hijos que, debido a su corta edad, por desgracia, perciben que estás triste a causa de ellos. La depresión posparto es más común de lo que imaginé. Si tú la padeces no te sientas culpable, mejor pide ayuda a un profesional de la salud; refúgiate en el suave pastoreo de Jesús y no dejes que este padecimiento te robe la paz.
Lo recuerdo con claridad. Después de tan larga espera por fin escuché al bebé que tanto anhelábamos. Mi bebé estaba sano y era muy tranquilo. Todo era casi perfecto. Pero de un momento a otro, dos semanas después del parto, mi estado de ánimo empezó a cambiar, y mis sonrisas y alegría se transformaron en tristeza y en llanto ante la mínima provocación. ¿Qué me estaba pasando? Una tarde después de una discusión con mi esposo provocada por mi estado de ánimo, él salió y tras un fuerte portazo, yo me arrodillé junto a un sofá y clamé a Dios su ayuda, abrí la puerta de mi alma como nunca lo había hecho antes y con desesperación le pedí que me diera paz. Ya no podía seguir así. Él me contestó. Me dirigí hacia el librero y mis ojos se centraron en un libro donde hablaba de depresión y al leerlo supe que necesitaba ayuda. Entonces recibí la llamada del consultorio de mi médico, confirmaba mi cita para esa tarde, y al colgar llegó mi mamá, quien, estoy segura, fue traída por un ángel hasta mi casa. Aquel día tuve la consulta médica más larga que jamás haya tenido, primero porque yo no podía dejar de llorar y segundo porque tuve que escuchar que lo que yo padecía era depresión posparto y tenía su origen en mis hormonas, y se había agravado por no atenderme desde el principio. Recibí tratamiento y ahora es cosa del pasado, aunque he aprendido que este padecimiento deja secuelas, especialmente en los hijos que, debido a su corta edad, por desgracia, perciben que estás triste a causa de ellos. La depresión posparto es más común de lo que imaginé. Si tú la padeces no te sientas culpable, mejor pide ayuda a un profesional de la salud; refúgiate en el suave pastoreo de Jesús y no dejes que este padecimiento te robe la paz.
Anónimo
Tomado de Manifestaciones de su amor.
Tomado de Manifestaciones de su amor.