«Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?» (Mateo 7:11).
Una de las primeras cosas que hay que aprender cuando se entra en contacto con ciertas culturas es el arte del regateo. Mientras que en los países occidentales para la mayoría de las cosas se ha establecido un «precio fijo», en otras regiones del mundo, el precio que se paga depende de las propias habilidades en el regateo.
Definitivamente, el regateo es todo un arte. Es frecuente que un comerciante doble el precio de un bien en particular y no se es descortés si se contraoferta con la mitad del precio de salida. Si bien el comprador puede quedar exhausto tanto desde el punto de vista físico como psíquico, no deja de ser satisfactorio y una buena fuente de diversión.
Pero el regateo puede hacer que una persona se sienta un poco culpable, en especial si el vendedor es alguien pobre que vende un recuerdo cuyo precio de venta es ya bajo En ese caso, el vendedor se considera afortunado si consigue un beneficio de unos pocos centavos al día.
A veces, en nuestras oraciones intentamos hacer tratos con Dios o, dicho de otro modo, negociar una respuesta que sea de nuestro agrado. ¿Me equivoco o le ha pasado alguna vez? ¿Se supone que nuestra comunicación con Dios tiene que incluir el regateo, la negociación, el halago e, incluso, la amenaza?
La mayoría de la gente tendría que admitir que sus oraciones tienden a ir cargadas de promesas; cosas del estilo: «Señor, si haces esto por mí, yo haré aquello por ti». Quizá no estemos dispuestos a admitir que regateamos con el Señor, pero si, de vez en cuando, prestásemos atención a nuestras oraciones, quedaríamos francamente sorprendidos.
Sin embargo, el hecho es que no es preciso que lleguemos a intimidar, coaccionar, encandilar, halagar, engatusar ni hacer promesas. La manera más honrosa y que mayor éxito tiene a la hora de pedirle algo a alguien, en especial si ese alguien es una persona amada y sabemos que nos quiere, es, sencillamente, pedirlo.
Pedir, en lugar de exigir, es uno de los métodos de comunicación que más éxito tienen, porque deja las manos libres al que recibe la petición. En este punto, tiene libertad para aceptar, declinar, añadir o desentenderse de la petición. El hecho de pedir sin más brinda al otro la posibilidad de mostrarse compasivo y favorable.
Basta con que pida humildemente al Señor creyendo que él responderá. Basado en Lucas 18:1-8.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill