lunes, 8 de marzo de 2010

PROTEGIDOS POR LOS ÁNGELES

El ángel de jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende (Salmo 34:7).
La iglesia de mi padre estaba ubicada cerca de un barrio muy peligroso. Muchas veces habíamos tenido miedo de asistir a la iglesia para los servicios de alabanza. Un domingo de tarde, a la hora de uno de los servicios regulares, no me sentía bien. En realidad, ni siquiera me podía levantar de la cama. Mi madre decidió quedarse conmigo, y mi padre y mi hermano se dirigieron hacia la iglesia. Parecía que sería una tarde como tantas otras.
A la hora que mi padre y mi hermano deberían haber regresado a la casa, una hermana de la iglesia llamó por teléfono para ver si habían llegado bien. La mujer estaba preocupada porque había escuchado el sonido de armas de fuego cerca de la iglesia. Nos pusimos muy inquietas pensando que podían haber quedado atrapados en el fuego cruzado. Oramos suplicando que los ángeles del Señor protegieran su auto mientras regresaban.
Alabamos al Señor porque llegaron intactos. Sin embargo, el auto había recibido varios impactos de bala. Los ladrones habían querido robar nuestro auto, y habían apuntado a las ruedas para que el auto se detuviera y mi padre se los entregara. Había tantos agujeros de balas que nos fue imposible contarlos. Uno de ellos indicaba que habían apuntado directamente a la cabeza de mi padre. ¿Dónde había ido esa bala? Sin lugar a dudas los ángeles lo protegieron de esa bala y todas las demás, para que no atravesaran el auto. Dios había salvado las vidas de mi padre y mi hermano.
Una vez más, la promesa de Dios: "A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos" (Sal. 91:1 1) se había cumplido. Él prometió que nos protegería todos los días de nuestras vidas. ¡Nunca nos abandona!
Alabamos al Señor grandemente por haber puesto su mano protectora sobre nuestra familia. Hay momentos en que no vemos la mano de Dios tan claramente como en esta experiencia, pero debernos saber que Dios siempre guarda a los que lo aman y los salva. Aprenderemos mucho de estas experiencias de salvación únicamente en los cielos, cuando hablemos con nuestro ángel guardián.
¿Agradecerás a Dios hoy por su protección mientras regresas a tu hogar, en paz y segura?
Greice Marques Fonseca
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

CONFÍA EN SUS PROMESAS

Ve y reúne a todos los judíos que están en Susa, para que ayunen por mí. Durante tres días no coman ni beban, ni de día ni de noche. Yo, por mi parte, ayunaré con mis doncellas al igual que ustedes. Cuando cumpla con esto, me presentaré ante el rey, por más que vaya en contra de la ley. ! Y si perezco, que perezca! Ester 4:16.

Era un día común y corriente en la ciudad de Guayaramerín, Bolivia. Como era la época de las lluvias, Rúan Swanepoel, había aprovechado la mañana soleada para realizar los últimos trámites de la residencia migratoria para él y ocho de los misioneros que trabajaban en una escuela secundaria con internado ubicada a treinta kilómetros de esa ciudad. El trámite consistía en llevar a un agente de policía al internado para comprobar el domicilio de los misioneros y llenar los papeles correspondientes. Rúan estaba agradecido de que no lloviera, ya que tenían que viajar en motocicleta.
El primer milagro fue descubrir que los nueve tenían documentos le-galizados para ese trámite. Agradecido, Rúan recogió al agente de policía y emprendieron el viaje. No habían avanzado mucho cuando vieron que se aproximaba un fuerte aguacero. Ante la situación, el policía le recomendó regresar a la ciudad e intentarlo otro día.

Rúan no tenía opción. Si no alcanzaba a cumplir con el trámite aquel mismo día, los misioneros tendrían que pagar una multa o abandonar el país. Había que tomar una decisión. A Rúan no se le ocurrió otra cosa sino orar con el policía y pedir un milagro. Pero ¿que podía pasar si Dios decidía no hace nada? Su fe pendía de un hilo y su credibilidad se hallaba en juego. Decidió arriesgarse e invitó al uniformado a orar. El hombre lo miraba con incredulidad pero en silencio.
Así avanzaron, la lluvia se veía cada vez más cerca formando una impresionante cortina frente a ellos. Empezaron a sentir gotas. De pronto, en el cielo apareció un pequeño claro azul entre las nubes negras, y empezó a moverse mientras ellos avanzaban. Justo al pasar por la lluvia el claro quedó sobre ellos y pasaron sin mojarse. ¿Cuántas veces Dios no hace grandes milagros porque nosotros no estamos dispuestos a confiar en sus promesas? Arriésgate hoy por Cristo. Y puedas decir con confianza: «Y si perezco, que perezca».

«Para hacer nuestra la gracia de Dios, debemos desempeñar nuestra parte». MJ 145.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

EL PERDÓN Y LA JUSTIFICACIÓN

David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras: «¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Romanos 4: 6-8).

Otro aspecto de la justificación es que se vincula con el perdón. Para que Dios pueda declarar justa a una persona, primero tiene que resolver el problema de su pecado. Es allí donde aparece el perdón. Dios perdona al ser humano; y sobre la base de ese perdón, lo declara justo.
Ayer leyó acerca de la vindicación. Declara que Dios vindica al pecador al declararlo justo. En realidad, Dios vindica al pecador sobre la base del perdón. Pero el perdón ya nos induce a pensar que el pecador no es inocente. Si fuera inocente, no habría necesidad de perdón. Luego, la vindicación no implica que el ser humano no sea culpable. Es vindicado porque Dios se echa la culpa; pero eso lo hace por un acto de misericordia y amor por el pecador. En realidad, el pecador merece su condena. En el concepto bíblico de la justificación, el pecador nunca es inocente. Es vindicado ante la justicia divina, es perdonado, pero es culpable.
En la parábola del fariseo y el publicano, el Señor dijo que el publicano ni siquiera levantaba los ojos al cielo, sino que decía: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lúe. 18: 13). Este, dijo Jesús, regresó a su casa justificado. Aceptando el hecho de ser pecador, y pidiendo perdón por sus pecados, fue declarado justo por Dios, y regresó a su casa justificado. Dios lo perdonó por su actitud; y al solucionar su pecado, recibió la justificación divina.
Podríamos decir que la justificación está fincada sobre el perdón. De ahí la vinculación estrecha que hay entre el perdón y la justificación. En el proceso de la salvación: Somos justificados porque fuimos perdonados, porque reconocimos nuestros pecados, porque somos pecadores, porque el mal existe, porque Dios hizo un plan para salvarnos del mal.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C