Dijo Jehová a Samuel: «Oye la voz del pueblo en todo lo que ellos digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado. (1 Samuel 8:7).
Un niño le pregunto a su madre por que lloraba, y ella le contesto que nunca lo entendería. Convertido ya en adolescente, le pregunto a su padre la razón por la que su madre lloraba, y esta le respondió simplemente que las mujeres lloran mucho. Siendo hombre, le pregunto a Dios, y este le explico: «Cuando me dispuse a crear a la mujer, sabía que debía ser distinta. En ella coloque toda la fuerza del universo y la mezcle con la delicadeza y fragancia de una flor. Por eso puse él roció de sus lágrimas, para que refrescaran su abatido corazón».
Me sentí identificada con esas palabras, porque soy mujer y Dios ha puesto lágrimas en mí, por lo que puedo comprender las lágrimas que Dios derrama por sus hijos. Las lágrimas de Dios también son derramadas por ti. ¡Eres muy especial a sus ojos!
Cuando durante el día no dedicas tiempo a comunicarte con él por medio de la oración, sus lágrimas se desbordan, deseosas de sentir una mirada tuya o de escuchar tu voz. Él sabe que el enemigo trata de entramparte, de hacerte súbdito de su reino, y desea darte las fuerzas suficientes para vencer. Anhela reinar en tu corazón y otorgarte la victoria por medio de su sangre redentora. Las lágrimas de Dios se vierten cada día por ti y por mí.
Cuando te sientas sola, traicionada o abandonada por los que deberían estar a tu lado, mira hacia el cielo y veras que caen gotas cual lluvia derramada por tu Dios que sufre junto a ti. No dudes nunca de su infinito amor, y recuerda: las lágrimas de Dios son una expresión de su amor.
Cada día dedica un tiempo a compartir tu vida, tus sufrimientos, tus debilidades, fracasos y éxitos con aquel que estará a tu lado para sustentarte, alentarte y darte las fuerzas que necesitas. No le des nunca la espalda a ese Dios que tomo tiempo para hacerte, redimirte, cuidarte, limpiarte, salvarte y, sobre todo, para amarte.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Un niño le pregunto a su madre por que lloraba, y ella le contesto que nunca lo entendería. Convertido ya en adolescente, le pregunto a su padre la razón por la que su madre lloraba, y esta le respondió simplemente que las mujeres lloran mucho. Siendo hombre, le pregunto a Dios, y este le explico: «Cuando me dispuse a crear a la mujer, sabía que debía ser distinta. En ella coloque toda la fuerza del universo y la mezcle con la delicadeza y fragancia de una flor. Por eso puse él roció de sus lágrimas, para que refrescaran su abatido corazón».
Me sentí identificada con esas palabras, porque soy mujer y Dios ha puesto lágrimas en mí, por lo que puedo comprender las lágrimas que Dios derrama por sus hijos. Las lágrimas de Dios también son derramadas por ti. ¡Eres muy especial a sus ojos!
Cuando durante el día no dedicas tiempo a comunicarte con él por medio de la oración, sus lágrimas se desbordan, deseosas de sentir una mirada tuya o de escuchar tu voz. Él sabe que el enemigo trata de entramparte, de hacerte súbdito de su reino, y desea darte las fuerzas suficientes para vencer. Anhela reinar en tu corazón y otorgarte la victoria por medio de su sangre redentora. Las lágrimas de Dios se vierten cada día por ti y por mí.
Cuando te sientas sola, traicionada o abandonada por los que deberían estar a tu lado, mira hacia el cielo y veras que caen gotas cual lluvia derramada por tu Dios que sufre junto a ti. No dudes nunca de su infinito amor, y recuerda: las lágrimas de Dios son una expresión de su amor.
Cada día dedica un tiempo a compartir tu vida, tus sufrimientos, tus debilidades, fracasos y éxitos con aquel que estará a tu lado para sustentarte, alentarte y darte las fuerzas que necesitas. No le des nunca la espalda a ese Dios que tomo tiempo para hacerte, redimirte, cuidarte, limpiarte, salvarte y, sobre todo, para amarte.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera