jueves, 10 de noviembre de 2011

¡RESCATADOS!

Sabéis y fuisteis rescatados de vuestra vana muñera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. (1 Pedro 1:18-19).

Durante los últimos tres días hemos tratado el tema de cómo enfrentar el pecado. Ya sea que pequemos por ignorancia, porque nos guste o porque somos pecadoras, el rescate, divino es válido para cualquiera de las dimensiones mencionadas. Hemos sido rescatadas de nuestra conducta heredada, del pecado que habita en las células más pequeñas de nuestro ser. Pero el rescate no podía efectuarse con cosas corruptibles, ni siquiera con tesoros muy valiosos. Solo la sangre expiatoria del Cordero sin mancha y sin contaminación podía pagar el precio demandado por la transgresión humana.
El célebre escritor Miguel de Cervantes regresaba a España tras haber cumplido el servicio militar en Italia cuando el barco en el que navegaba fue tomado por piratas, quienes lo llevaron prisionero a África. Cuando estos se dieron cuenta de quién era el distinguido personaje que llevaban a bordo, decidieron pedir una buena suma de dinero por el rescate del escritor. Su familia tuvo que vender joyas y propiedades para poder rescatar a Miguel y librarlo de la condición de esclavo en la que se, encontraba. Por fin, y solo después de muchos obstáculos, Cervantes regresó a España, quedando así en libertad y recuperando su lugar en la sociedad.
Un día, tú y yo caímos prisioneras del pecado, que nos sumió en la esclavitud. La única carta de recomendación que, poseíamos era nuestro parecido con el Creador. Entonces, el opresor, habiendo pedido un alto precio por nuestra libertad, obtuvo en la cruz del Calvario el pago que demandaba. Allí tu vida y la mía sobrepasaron el valor de cualquier tesoro terrenal. ¡Por fin el pecado había sido derrotado! ¡Se había rescatado el alma humana!
Nunca dejes que el enemigo te haga sentir como una mujer que tiene que ser rescatada por causa de sus pecados. Aférrate a la promesa divina que es fiel y verdadera. Entrégate en las manos que un día cargaron tu cruz y en aquellas que llevan esculpidas las cicatrices de tu rescate.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

¡CUIDADO CON DESLIZARSE!

Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Hebreos 2:1.

Todavía recuerdo a una joven de 17 años que se bautizó a mediados de la década de 1980. Fue la primera persona de su hogar en aceptar la fe adventista. Con alegría y gratitud tomó todos los estudios bíblicos. Todas las noches concurría a la carpa donde un evangelista animaba a los oyentes a dejar sus caminos y a entregarse a Cristo; y después de meses de preparación llegó el momento de mostrar públicamente la aceptación del Salvador. Ese día se bautizó también gran parte de su familia.
Esta joven se integró en las actividades de la iglesia como cualquier otro miembro. Le gustaba enseñar a los niños de Cuna e Infantes los relatos de la Escuela Sabática. Cuando algunos miembros de su familia abandonaron la iglesia, a ella pareció no importarle, porque su actividad en el templo no menguó ni se estancó. Pero tristemente, con el paso de los años también su amor por Jesús y su entrega se fueron desgastando. Ya no había estudio de la Biblia, ni oración en su vida privada, ni testificación; solo había una costumbre semanal a punto de extinguirse. Después de casi una década como miembro de la iglesia adventista, se apartó totalmente cuando terminó la relación con su novio adventista.
Hasta el día de hoy me pregunto: ¿Habría pensado ella alguna vez que abandonaría su fe? Cuando se bautizó, ¿imaginaría que años más tarde renunciaría al pacto realizado con Dios y con su iglesia?
El acto de abandonar la fe y de renunciar a un sistema religioso es lo que entendemos comúnmente como apostasía. El libro de Hebreos dedica mucho de su contenido a advertir sobre el peligro de la apostasía y presenta una serie de "síntomas" para que el lector vea cómo está su condición espiritual.
El versículo de hoy presenta uno de esos síntomas, y el peligro está en "descuidar las cosas que hemos oído" y "deslizamos". Quizá no haya un rechazo directo del evangelio, sino negligencia. La falta de atención, la apatía y la pereza en los detalles de la vida espiritual, pueden conducir a la apostasía. La diligencia y la perseverancia en el estudio de las Escrituras, en la oración que dialoga con Dios sin la prisa cotidiana y en la testificación, son el antídoto contra este síntoma que puede resultar fatal para el creyente desprevenido.
Nunca te permitas "deslizarte" de la fe que ahora abrazas, mantén tu mirada firme en el Señor, y lograrás la victoria en esta tierra y por la eternidad.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

SOLO JESÚS

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo [por gracia sois salvos]. Efesios 2:4-6.

Las palabras de San Pablo revelan que Jesús es el Señor y el Autor de nuestra salvación. Es mediante Cristo que recibimos la vida. Solo por él, un día nos sentaremos en tronos celestiales... en fin. Todo el proceso y las bendiciones de la salvación tienen, como eje principal, el amor, la obra y el sacrificio infinitos de Jesús.
Los seres humanos tenemos la tendencia a teorizar las cosas. Pero, el cristianismo no se relaciona con una teoría o con un cuerpo de creencias fundamentales, a pesar de que todo eso forme parte de la experiencia cristiana.
La columna vertebral del cristianismo es Jesús. En realidad, todo es Jesús. La vida no es un período de tiempo que el corazón late: es Jesús. Él dijo "yo soy la vida". La verdad no es un cuerpo de doctrinas, es Jesús: él afirmó "yo soy la verdad". La justicia no es algo que recibimos de Jesús, es el propio Señor Jesús: Jeremías dijo: "en sus día Judá será salvo e Israel estará seguro y este es el nombre por el que será llamado: Señor, justicia nuestra". La salvación no es solo un don que recibimos, es el mismo Jesús: un día, él entro en la casa de Zaqueo y dijo: "hoy ha entrado la salvación a esta casa".
Jesús es el inicio, el medio y el fin de la experiencia cristiana. Y ser cristiano es vivir una vida de comunión diaria con Jesús. Sin embargo, el peligro que muchos cristianos corren es el de teorizar también la experiencia cristiana; creer que el compañerismo con Cristo es, simplemente, cantar y mencionar a Jesús en todo momento.
Sin duda esto es bueno; pero no es suficiente. Porque la verdadera comunión con Cristo tiene dos aspectos. El primero es el tiempo que se pasa con Cristo, orando y estudiando la Biblia. El segundo es tener presente a Jesús a lo largo del día, en todas las actividades que se realiza. Para que esta segunda experiencia sea posible, es necesario participar de la primera.
Cuando, al empezar el día, separas tiempo para meditar y orar, es como si estuvieses abasteciendo el vehículo de combustible: si el tanque está lleno, el vehículo va a andar; si no, te quedarás parado en cualquier lugar de la carretera.
Haz de este día un día de victoria en Cristo, porque "Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón