Aunque te laves con lejía y te frotes con mucho jabón, ante mí seguirá presente la mancha de tu iniquidad —afirma el Señor omnipotente— (Jeremías 2:22).
Hace unos años, durante unas vacaciones en Colombia, mi país de origen, nos aventuramos en un recorrido por las bravas tierras de Santander. Mi esposo y mi hijo iban a caballo, cuando de repente al cruzar bruscamente un lodazal sus camisetas blancas se ensuciaron. Al instante mi pequeño se angustió y casi lloró al mostrarme las manchas que habían quedado en su camiseta; se sentía avergonzado, no quena que los demás lo vieran sucio. Lo consolé y le dije que no había problema, que mamá quitaría esas manchas cuando lavara su ropa. Pero, para mi sorpresa, al lavar dichas prendas las manchas no cedieron. Usé cuantos detergentes y quita manchas me recomendaron pero todo lúe en vano. Por su puesto mi hijo no quiso volver a usar esa prenda, siempre me decía: «Ésa no mamá, está manchada».
Una ropa sucia o manchada puede hacernos sentir avergonzadas y conscientes de nuestro problema. El pueblo de Dios a través de la historia ha tratado de borrar las manchas de su trasgresión con lejía, con abundante jabón, y Dios mismo enfatiza que esto no es posible. A veces nosotras nos sentimos así. Un error, un tropiezo, nos lleva a pecar; se siente como una mancha incómoda. Y Satanás aprovecha cada oportunidad para recordarnos y señalar nuestros errores.
Hoy es el día en que debes venir a lavar tus vestiduras en las aguas vivas del perdón que el Señor Todopoderoso, el Fuerte de Israel, te ofrece. Recuerda lo que él te dice en Isaías 1: 25: «Limpiaré tus escorias con lejía y quitaré todas tus impurezas». No dejes que Satanás te siga acusando, ni trates de borrar tus errores, recibe las blancas vestiduras de lino fino que Dios está dispuesto a ofrecerte y siente el poder trasformador del perdón.
Hace unos años, durante unas vacaciones en Colombia, mi país de origen, nos aventuramos en un recorrido por las bravas tierras de Santander. Mi esposo y mi hijo iban a caballo, cuando de repente al cruzar bruscamente un lodazal sus camisetas blancas se ensuciaron. Al instante mi pequeño se angustió y casi lloró al mostrarme las manchas que habían quedado en su camiseta; se sentía avergonzado, no quena que los demás lo vieran sucio. Lo consolé y le dije que no había problema, que mamá quitaría esas manchas cuando lavara su ropa. Pero, para mi sorpresa, al lavar dichas prendas las manchas no cedieron. Usé cuantos detergentes y quita manchas me recomendaron pero todo lúe en vano. Por su puesto mi hijo no quiso volver a usar esa prenda, siempre me decía: «Ésa no mamá, está manchada».
Una ropa sucia o manchada puede hacernos sentir avergonzadas y conscientes de nuestro problema. El pueblo de Dios a través de la historia ha tratado de borrar las manchas de su trasgresión con lejía, con abundante jabón, y Dios mismo enfatiza que esto no es posible. A veces nosotras nos sentimos así. Un error, un tropiezo, nos lleva a pecar; se siente como una mancha incómoda. Y Satanás aprovecha cada oportunidad para recordarnos y señalar nuestros errores.
Hoy es el día en que debes venir a lavar tus vestiduras en las aguas vivas del perdón que el Señor Todopoderoso, el Fuerte de Israel, te ofrece. Recuerda lo que él te dice en Isaías 1: 25: «Limpiaré tus escorias con lejía y quitaré todas tus impurezas». No dejes que Satanás te siga acusando, ni trates de borrar tus errores, recibe las blancas vestiduras de lino fino que Dios está dispuesto a ofrecerte y siente el poder trasformador del perdón.
Libny Raquel Bocanegra Velásquez
Tomado de Manifestaciones de su amor
Tomado de Manifestaciones de su amor