Su madre le hacía una pequeña túnica y se la traía cada año. (1 Samuel 2:19)
El deseo de Ana era comprendido por Elí, ya que en su cultura la mujer era considerada maldita si no tenía hijos. Pero Ana no solo deseaba un hijo, sino que su amor de madre era semejante al verdadero amor divino. Su amor iba mucho más allá del deseo de acariciar a su bebe, de besarlo, de alimentarlo y educarlo, ella quería lo mejor para él, aunque eso implicara vivir separada del ser que más amaba y por el cual había sufrido tanto.
Cuando Dios asumió el papel de madre al crearnos, no solo pensó en el placer de sentarse a conversar con sus hijos; él nos hizo libres para que nuestra felicidad pudiera ser completa, aunque eso implicara que pudiéramos tomar decisiones que nos alejarían de él. Después del pecado, Dios llama a sus hijos una y otra vez con gemidos indecibles, intentando buscar un lugar en nuestro corazón.
Repasa tu vida. ¿Has tenido una madre como Ana? La Biblia dice que, aunque nuestra madre pueda llegar a olvidarse de nosotros, hay un Dios que nunca lo hará. Por eso, asegúrale de que su amor pueda producir en ti gratitud hacia tus progenitores humanos y sobre todo hacia tu Creador.
«¡Si tienes una madre todavía, /da gracias al Señor que te ama tanto, /que no lodo mortal contar podría / dicha tan grande ni placer tan santo. / Si tienes una madre, se tan bueno / que ha de cuidar tu amor su paz sabrosa, / pues la que un día te llevo en su seno / siguió sufriendo y se quedó dichosa. / Ella puso en tu boca la dulzura / de la oración primera balbucida, / y plegando tus manes con ternura, / te enseñaba la ciencia de la vida. / Si acaso sigues por la senda aquella / que va segura a tu feliz destine, / herencia santa de la madre es ella, / tu madre sola te enseño el camino* (E. Neuman).
Te invito a que en este día repases la historia de esta gran mujer. Su ejemplo de fe, valor y amor te ayudara en tu relación con tus hijos y sobre todo en tu relación con Dios.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El deseo de Ana era comprendido por Elí, ya que en su cultura la mujer era considerada maldita si no tenía hijos. Pero Ana no solo deseaba un hijo, sino que su amor de madre era semejante al verdadero amor divino. Su amor iba mucho más allá del deseo de acariciar a su bebe, de besarlo, de alimentarlo y educarlo, ella quería lo mejor para él, aunque eso implicara vivir separada del ser que más amaba y por el cual había sufrido tanto.
Cuando Dios asumió el papel de madre al crearnos, no solo pensó en el placer de sentarse a conversar con sus hijos; él nos hizo libres para que nuestra felicidad pudiera ser completa, aunque eso implicara que pudiéramos tomar decisiones que nos alejarían de él. Después del pecado, Dios llama a sus hijos una y otra vez con gemidos indecibles, intentando buscar un lugar en nuestro corazón.
Repasa tu vida. ¿Has tenido una madre como Ana? La Biblia dice que, aunque nuestra madre pueda llegar a olvidarse de nosotros, hay un Dios que nunca lo hará. Por eso, asegúrale de que su amor pueda producir en ti gratitud hacia tus progenitores humanos y sobre todo hacia tu Creador.
«¡Si tienes una madre todavía, /da gracias al Señor que te ama tanto, /que no lodo mortal contar podría / dicha tan grande ni placer tan santo. / Si tienes una madre, se tan bueno / que ha de cuidar tu amor su paz sabrosa, / pues la que un día te llevo en su seno / siguió sufriendo y se quedó dichosa. / Ella puso en tu boca la dulzura / de la oración primera balbucida, / y plegando tus manes con ternura, / te enseñaba la ciencia de la vida. / Si acaso sigues por la senda aquella / que va segura a tu feliz destine, / herencia santa de la madre es ella, / tu madre sola te enseño el camino* (E. Neuman).
Te invito a que en este día repases la historia de esta gran mujer. Su ejemplo de fe, valor y amor te ayudara en tu relación con tus hijos y sobre todo en tu relación con Dios.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera