Lugar: Bulgaria
Palabra de Dios: Romanos 5:20
Los tres chicos -Marco, Mitko e Ilko- estaban sentados, apretujados, en un rincón de la estación de policía. Como uno de ellos tenía una navaja en el bolsillo, un policía los había interrogado para saber si tenía algún otro plan en mente; como robar, por ejemplo. Cuando el oficial se dio cuenta de que los muchachos no estaban pensando hacer nada malo, los dejó ir, con una advertencia.
-Llamaré a tu padre, para que los venga a buscar-le dijo a Marco.
Los muchachos estaban sentados, mudos. Ahora, tendrían que enfrentar al padre de Marco. Seguramente estaría muy enojado. Por un lado, el llamado telefónico lo despertaría a mitad de la noche.
Además, el llamado sería de la policía, con noticias de su hijo, que supuestamente estaba durmiendo en su cama. Y, en tercer lugar, su hijo había sacado el auto sin permiso, cuando ni siquiera tenía edad suficiente para manejar.
¿Qué piensas que hará? -preguntó Ilko.
Marco se encogió de hombros.
-Me gustaría que no tuviéramos que descubrirlo...
Los minutos pasaban. Si tan solo pudieran retroceder en el tiempo... En eso, se abrió la puerta y entró el papá de Marco. Los chicos se pudieron de pie, listos para enfrentar las palabras airadas que seguramente recibirían. Pero, no vieron señales de enojo en el rostro del padre.
Sin una palabra, les hizo señas de que salieran con él. Durante el viaje de vuelta hasta su casa, el papá de Marco no dijo ni una palabra. No era un silencio desagradable; solo un padre cansado. La Biblia dice: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". Cuando hacemos algo malo, a veces tenemos miedo y vergüenza de ir a Dios; pero, él nos extiende su gracia. En lugar de temer el encuentro con Dios, podemos decirle que lo sentimos y aceptar el amor y el que él ofrece.
Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson