Corrige a tu hijo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma. (Proverbios 29:17).
Corrían las horas del fin de su existencia y tan solo le faltaba un último deseo por cumplir: «Quiero ver a mi madre». Aquel hombre lleno de vida pronunciaba el nombre de su madre como queriendo volver a nacer. El pedido le fue concedido y, poco tiempo después, entro en aquella fría celda una anciana, consumida por el dolor y encorvada por la espera y el sufrimiento. Las miradas de ambos se encontraron y; tras las lágrimas, se agolparon los reproches: «Mamá, ¿por qué no me corregiste a tiempo? La planta tierna puede enderezarse fácilmente, pero a la fuerte no la dobla ni el viento.
Esta trágica historia ilustra el resultado de corregir a su debido tiempo. Obviamente aquel hombre no podía hallar justificación a sus actos, pero tampoco puede una madre quedar impune si no ha cumplido el mandato divino de corregir y educar a sus hijos.
Actualmente las madres parecen cada vez más propensas a dejar en manos ajenas la responsabilidad de educar a los hijos que han traído al mundo. Por motivos económicos nos ausentamos del hogar y terminamos adquiriendo una frialdad que en ocasiones nos lleva a decir palabras como: «¡Que vaya a la calle, así aprenderá!», «¡Ve a jugar, quiero estar un rato tranquila! » o «¡Espabílate, porque no voy a vivir para siempre!».
No es madre la que simplemente aporta su cuerpo y su sangre para formar una vida. Ni tampoco la que amamanta o alimenta a un pequeño para que crezca saludable. Ser madre no es únicamente abrigar en tiempo de frio, ni calzar unos pies desnudos. No es comprar juguetes, libros, ni caprichos. Ser madre es hacer de cada noche una velada de oración. Es alimentarse con el Espíritu Santo para darlo a conocer a los hijos. Ser madre es educar, guiar, labrar con amor y sabiduría la viña que le ha confiado el cielo. Ser madre es la tarea más difícil que puede asumir un ser humano. Por eso, ante el gran desafío que tienes ante ti, no dejes de orar: «Señor, dame tu sabiduría para ser una madre como tu deseas».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Corrían las horas del fin de su existencia y tan solo le faltaba un último deseo por cumplir: «Quiero ver a mi madre». Aquel hombre lleno de vida pronunciaba el nombre de su madre como queriendo volver a nacer. El pedido le fue concedido y, poco tiempo después, entro en aquella fría celda una anciana, consumida por el dolor y encorvada por la espera y el sufrimiento. Las miradas de ambos se encontraron y; tras las lágrimas, se agolparon los reproches: «Mamá, ¿por qué no me corregiste a tiempo? La planta tierna puede enderezarse fácilmente, pero a la fuerte no la dobla ni el viento.
Esta trágica historia ilustra el resultado de corregir a su debido tiempo. Obviamente aquel hombre no podía hallar justificación a sus actos, pero tampoco puede una madre quedar impune si no ha cumplido el mandato divino de corregir y educar a sus hijos.
Actualmente las madres parecen cada vez más propensas a dejar en manos ajenas la responsabilidad de educar a los hijos que han traído al mundo. Por motivos económicos nos ausentamos del hogar y terminamos adquiriendo una frialdad que en ocasiones nos lleva a decir palabras como: «¡Que vaya a la calle, así aprenderá!», «¡Ve a jugar, quiero estar un rato tranquila! » o «¡Espabílate, porque no voy a vivir para siempre!».
No es madre la que simplemente aporta su cuerpo y su sangre para formar una vida. Ni tampoco la que amamanta o alimenta a un pequeño para que crezca saludable. Ser madre no es únicamente abrigar en tiempo de frio, ni calzar unos pies desnudos. No es comprar juguetes, libros, ni caprichos. Ser madre es hacer de cada noche una velada de oración. Es alimentarse con el Espíritu Santo para darlo a conocer a los hijos. Ser madre es educar, guiar, labrar con amor y sabiduría la viña que le ha confiado el cielo. Ser madre es la tarea más difícil que puede asumir un ser humano. Por eso, ante el gran desafío que tienes ante ti, no dejes de orar: «Señor, dame tu sabiduría para ser una madre como tu deseas».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera