viernes, 6 de mayo de 2011

LA MANCHA-1ª PARTE

Mi pecado te declare y no encubrí mi iniquidad (Salmos 32: 51).

Una pequeña estaba muy intrigada por saber por qué su mama había colgado de la pared de su casa un adorno un tanto raro: un estropajo. ¿Que representaba aquel estropajo colgado de la pared? Una vez se lo pregunto a su mamá, y ella le conto que hacía varios años, cuando tenía su misma edad, había recibido de regalo una caja de bombones. Su mama le había dado una parte, y había compartido el resto con los demás miembros de la familia, colocando después la caja en el armario de la cocina hasta el día siguiente.
«Yo -continúo la mamá- no podía esperar tanto, y además tenía que compartir los bombones con mis hermanos, con lo cual a mí me tocaban menos. Así que aquella noche, mientras los demás dormían me levante y me dirigí de puntillas directamente a donde estaba la caja de bombones.
Me subí a una silla con mucho cuidado, porque no lograba alcanzar la caja, y en el proceso derrame un vasito de tinte que estaba junto a ella. Me quede paralizada pensando que el ruido habría despertado a todo el mundo, pero tras cerciorarme de que nadie se había enterado, me dirigí a mi habitación y, a escondidas, me comí todos los bombones que quedaban. Como estaba demasiado cansada no me lave la cara antes de volver a la cama. Aparentemente todo había salido bien pero mis acciones estaban delante de mí y yo no podía encubrirlas.
Como seres humanos tratamos de justificar nuestros actos para librarnos de sus consecuencias. Ese es un hecho con el que tendrán que lidiar tus hijos. Por eso, no dejes pasar las oportunidades que te brindan sus errores para mostrarles una enseñanza espiritual. Esa fue la metodología que uso esta madre y que también usó Jesús mientras enseñaba a sus hijos en esta tierra.
Tú puedes junto con Dios convertir los fracasos de tus hijos en victorias. En lugar de juzgarlos, censurarlos, o burlarte de sus derrotas, ruega sabiduría al cielo para que te de la virtud de ser, más que madre, maestra.
La madre es la maestra que cincela el carácter para la vida eterna.


Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

OBSERVANDO EL VIENTO Y LAS NUBES

El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará. Eclesiastés 11:4.

En una escuela donde trabaje se propuso que tuviéramos una "semana sin televisión". El experimento consistió en invitar a las familias de los alumnos a que estuvieran una semana con el televisor apagado, y luego, el sábado de noche, cada familia contaría que sintió, quienes no "aguantaron" y como les fue durante esos cinco días de "abstinencia". La propuesta incluía una lista de sugerencias de actividades para ocupar el tiempo: conversar con un ser querido, comenzar a leer un nuevo libro, escribir, cocinar, sembrar una huerta, practicar algún deporte, andar en bicicleta, hacer algún arreglo en el hogar que no necesite mano de obra especializada, pintar un cuarto de la casa, construir maquetas, organizar las fotos familiares, visitar algún museo, etc.
Ese sábado de noche, más de setenta personas, entre adultos, niños y jóvenes se hicieron presentes para compartir lo vivido. Muchos de ellos, con aire de triunfo, contaban que habían comenzado a hacer, y que lo continuarían haciendo en el tiempo que empleaban para mirar algún programa televisivo. Una de las madres presentes expreso: "Los primeros días sentíamos algo extraño, como si nos sobrara el tiempo".
Esto es clave. A todos nos falta el tiempo, esta es la excusa más común de todas. El tiempo es don valioso del cual Dios nos hace responsable a cada uno de sus hijos; puede ser desperdiciado fácilmente. Se emplean horas y horas observando escenas que al final no dejan ningún beneficio interior. El sabio Salomón expreso: "El que al viento observa, no sembrara; y el que mira a las nubes, no segara". Con este ejemplo trato de ensenar que sin la siembra y la siega (figuras del trabajo y del alimento que provee), llegaran la pobreza y el hambre.
Hoy podría aplicarse esta sentencia a los hábitos que le quitan tiempo al estudio y a la preparación profesional. Por eso, valora el tiempo y esfuérzate en realizar una buena siembra que traiga prosperidad espiritual y material a tu vida.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

COMO UNA MADRE

Como aquel a quien consuela su madre, así os consolare yo a vosotros, y en Jerusalén tomareis consuelo. Isaías 66:13.

Todavía es temprano. Del lado de afuera veo un árbol que empieza a florecer, anunciando que el invierno se va. Al fondo, hay unos pinos tiernos, bañados de roció; parecen llorar. Las gotas depositadas en sus ramas caen, como lágrimas de una naturaleza con nostalgia del sol. De todos modos, nada es perfecto: un sol esplendoroso que brille esta mañana completaría la belleza del paisaje. Pero vivimos en un mundo marcado por el dolor y la tristeza.
Hablando de tristeza, anoche me entregaron una carta. Es la historia de una madre que se enteró de que su hija, de apenas 16 años, estaba embarazada. ¿Que hacer en esas circunstancias? Ella cerró los ojos, e imagino el "escándalo" que eso significaría para la familia. Imagino el futuro de la hija, cuyos sueños parecían desmoronarse; imagino, también, el futuro de un niño sin padre. Ella jamás había conocido a su padre, y eso le había dejado en el alma un vacío difícil de llenar. Asustada, veía repetirse la historia, y no soporto. En un momento de rabia y de desesperación, obligo a la hija a realizar un aborto.
Todo parecía resuelto pero, de repente, el fantasma de la culpa empezó a atormentarla de día y de noche. Verdugos implacables la perseguían en sus noches de pesadilla, mientras ella corría con las manos ensangrentadas, atormentada por el grito de un niño sin rostro que le gritaba: "Abuela, no me mates, por favor". Ella escribió, deseando la muerte.
Nada justifica lo que hiciste, llevada por la desesperación. El pecado es pecado justamente por eso: te hace creer que es la solución, pero te hunde en la arena movediza de tus tormentos interiores. Pero, no quiero hablarte hoy de lo que hiciste o no hiciste. No quiero decirte que, cuando una vida surge en el vientre de una mujer, no es por causa del error de los seres humanos sino por la voluntad de Dios. Y si él lo permitió es porque, aunque tú no lo entiendas, Dios tenía un plan maravilloso para esa vida.
Lo que quiero decirte es: el Señor Jesús ya pago el precio de tu culpa. Mereces lo peor por lo que hiciste, pero Jesús asumió tu culpa y pago el precio con su vida. A ti solo te resta aceptar o rechazar. Aceptar, porque el perdón no puede ser otorgado a nadie por la fuerza, o rechazar porque eres libre, incluso para decir no.
No salgas hoy de tu casa sin meditar en la promesa bíblica: "Como aquel a quien consuela su madre, así os consolare yo a vosotros, y en Jerusalén tomareis consuelo".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón