domingo, 16 de diciembre de 2012

TU NOMBRE EN LA PIEDRA


«Les daré también una piedra blanca, en la que está escrito un nombre nuevo que nadie conoce sino quien lo recibe» (Apocalipsis 2:17).

El versículo de hoy suena misterioso, ¿verdad? ¿Leíste la parte que habla de una piedra blanca con un nombre escrito en ella?  Yo no sé cuál será el nombre, ni qué clase de piedra será, pero tal vez sea mármol.
El mármol es un hermoso tipo de piedra que la gente ha usado durante miles de años para hacer estatuas y edificios. A pesar de que el mármol es muy resistente, puede ser esculpido. Incluso se pueden tallar nombres en mármol. ¿No te suena esto parecido al versículo de hoy?
Sorprendentemente, el mármol está hecho de pequeñísimos esqueletos y conchas de criaturas marinas. Después de miles de años de constante calor y presión estas conchas se han endurecido y convertido en mármol.
A veces en la vida ocurren cosas que nos afectan, pero así como Jesús hace que las conchas de las criaturas del mar se conviertan en algo fuerte y hermoso como el mármol, también puede hacer que las cosas que nos afectan nos fortalezcan y nos embellezcan para él. Deja que él haga su trabajo en ti, y cuando termine, relucirás más que el mármol.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UNA GRAN FAMILIA


Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28).

Nos tocó ir a trabajar a un remoto distrito en el estado Bolívar, en Venezuela. El mismo era un lugar totalmente desconocido para nosotros. Tristemente debo confesar que yo no estaba muy conforme con la idea de ir a aquel distrito; sin embargo, mi esposo estuvo animándome y convenciéndome con mucho tacto y amor.
Así fue como llegamos a trabajar a aquella región remota. Hoy puedo afirmar con toda sinceridad que ese año disfruté de una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. El desafío era grande porque casi todas las congregaciones del distrito eran indígenas, con excepción de dos. Además únicamente se podía llegar a algunas de ellas por la vía fluvial.
Un día nos dispusimos a visitar una de las iglesias principales, que quedaba a una hora en automóvil, y luego a cuatro o cinco horas rio arriba, dependiendo de cómo estuviera el río. Fuimos todos, con mis dos niñas, que para ese entonces tenían cuatro y seis años de edad. Aquella fue una experiencia nueva e inolvidable para nosotros.
Después de una larga travesía por un caudaloso río donde únicamente veíamos agua, vegetación y cielo, llegamos al lugar, donde nos recibieron con mucho interés y gran cariño. Los hermanos nos hicieron sentir que estábamos en familia. Eso me llevó a pensar que nosotros, una familia de perfectos desconocidos, estábamos en medio de una selva a muchas horas de nuestro lugar de origen, en medio de gente que no conocíamos y que nunca habíamos visto, con costumbres y una lengua diferente, y sin embargo, sentíamos un calor cristiano que nos mostraba que estábamos unidos por un vínculo más fuerte que la raza, la lengua o el color de la piel. En verdad nos unía la sangre; pero era la sangre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Su sangre preciosa vertida en la cruz es la que nos ayuda a amarnos y a vernos como lo que realmente somos: iguales.
La próxima vez que te sientas sola piensa en la gran familia que somos y en lo hermoso que será conocernos todos en el cielo. Yo quiero estar allí ¿y tú?

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Mary Sena

¿MONTAR DOS CABALLOS A LA VEZ?


Opina el necio que su camino es derecho, pero el sabio obedece el consejo. Proverbios 12:15, RV95

Hace años leí el relato de un joven que cierto día quiso montar dos caballos a la vez. Los colocó uno al lado del otro y él se ubicó, de pie, con una pierna sobre cada animal. Entonces comenzó a avanzar. Cuando vio que la idea estaba funcionando de maravilla, aligeró el paso. Entonces ocurrió lo imprevisto: los animales comenzaron a separarse gradualmente. Cuando el joven vio el peligro, pensó saltar sobre un caballo. ¿Pero cuál de los dos escogería? Cuando finalmente saltó, ya era muy tarde. Terminó comiendo polvo.
Tenía dos opciones, pero no aprovechó ninguna. O sea, ni una cosa ni la otra. Y al final terminó en el suelo. ¿No es esta una ilustración muy apropiada de quienes quieren estar bien con Dios y con el mundo? Un pie en la iglesia y otro en el mundo. No son ni una cosa ni la otra y, al final, terminan en el suelo.
El conocido dicho popular nos exhorta a «no asar dos conejos a la vez porque uno se nos va a quemar». Pero con el joven que quiere amar a Dios y al mundo la cosa es peor: en lugar de un conejo, se le queman los dos, porque no existe una entrega completa en un sentido u otro. Y en este punto pongamos las cartas sobre la mesa: si bien es cierto que Dios espera de ti una entrega completa, lo mismo espera el mundo. Dar el «sí» a Dios significa decirle «no» al mundo. Dar el «sí» al mundo significa decirle «no» a Dios. Así de sencillo. No podemos servir a dos señores (ver Luc. 16:13).
Otra cosa: El «sí» a Dios, además de significar «no» al mundo, jamás puede ser un «casi». Es un «sí» pleno, total, completo. Y es así porque hay cosas en la vida que no admiten un «casi». Como bien lo dijo alguien: «Casi dulce es insípido, casi caliente es tibio, casi sano es enfermo, casi cristiano es... ¡mundano!».
¿Y «casi salvos»? «Casi, pero no totalmente salvos, significa ser no casi sino totalmente perdidos» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 90).
Entonces, ¿intentaremos montar dos caballos a la vez? ¡Ni pensarlo! A menos que queramos comer polvo. Pero, ¿quién va a ser tan tonto?

Padre celestial, té entrego completamente mi vida. Úsala de acuerdo a tu voluntad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

UN SOLO CUERPO


«Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13).

El cuerpo está compuesto de unos cien mil millones de células: óseas, musculares, sanguíneas, nerviosas, etcétera. Todos estos tipos de células se renuevan constantemente, a excepción de las neuronas, que forman los nervios y el cerebro. Sin embargo, parece como si el cuerpo conociera cada una de ellas por su nombre. El cuerpo reconoce inmediatamente cada célula, como propia o extraña, tanto si es una neurona como una célula sanguínea recién creada.
Cuando una célula, o un grupo de ellas, procede del exterior, como en el caso de un corazón trasplantado; a pesar de que, en todos los aspectos sea idéntico a las del propio corazón original; y a pesar de que el nuevo corazón late al ritmo correcto, el cuerpo rechaza las células importadas y se moviliza para destruirlas.
Aunque cada una de los cien mil millones de células del cuerpo es, en cierto sentido, un organismo vivo separado, de hecho, su existencia continuada depende totalmente de las relaciones que mantienen las unas con las otras y todas con el cuerpo entero.
El secreto de su unidad es una molécula en forma de escalera llamada ADN.
El ADN se replica a sí mismo, de manera que cada nueva célula dispone de una copia exacta e idéntica. Aunque, con el tiempo, las células se especializan, cada una de ellas atesora un libro de instrucciones compuesto por cien mil genes. Todas poseen un código genético completo, por lo que bastaría con la información almacenada en una sola célula para reconstruir el cuerpo entero.
Hay otro cuerpo que no es físico, sino espiritual. Es la iglesia. Así como el cuerpo físico es uno, Jesús oró para que la iglesia fuera una. «Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado» (Juan 17:22,23).
Esta unidad nos alcanza en la medida en que permitimos al Espíritu Santo que nos selle con lo que podríamos llamar el ADN espiritual. Entonces, con Cristo como cabeza, somos uno. Siendo uno en Cristo, trabajaremos para su gloria y por el bien de los demás. Basado en Juan 16:7-11.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill