Y tocando su oreja, le sanó (Lucas 22:51).
Ingresó silenciosamente a mi cubículo y me dijo suavemente: "Vine para estar contigo. Nadie debería pasar por un procedimiento así sola". Muchos pensamientos pasaron por mi mente: Es solo una biopsia. Soy una persona fuerte ¡Es la jefa de las enfermeras, por todos los cielos! Debe tener muchas cosas más que hacer hoy. Sin embargo, mientras Mary sonreía y se sentaba al lado de la camilla, me sorprendí al darme cuenta de cuán bien me sentía por tenerla allí.
La enfermera terminó con los últimos preparativos, lo que incluía colocar un suero en mi brazo derecho, y me llevaron a la sala de tomografías. Mary estaba a mi lado. Qué interesante es experimentar de primera mano por lo que pasan los pacientes, pensé. Si todos aquí se preocupan tanto por ellos, no es de extrañar que los sanatorios adventistas reciban tantas felicitaciones por parte de sus pacientes.
El radiólogo que me intervendría se me acercó, con las agujas en la mano, y se presentó. Respiré profundamente, y me recordé a mí misma que debía permanecer calma. Puedo hacerlo. Mary se persignó, como buena católica que es, y me preguntó: "¿Te gustaría que sostuviera tu mano?" Dudé en responder. Soy una chica grande, pensé. ¿Necesito que alguien sostenga mí mano? ¿Quiero que alguien lo haga?
Tal vez, sintiendo mi indecisión, Mary simplemente estiró su mano, tomó la mía envolvió entre las suyas. En ese instante todo cambió. Sí, todavía era conciente de las agujas que clavaban en mi cuello y de todo el bullicio profesional que había a mi alrededor, pero mi atención se centraba en la sensación mi mano ente las suyas. Un sentido de comodidad, seguridad, camaradería conexión corría por mi cuerpo. Tiempo después, comprendí que el amor generado por el corazón amante de Mary fluía a través de sus manos. En el momento, simplemente me sentí agradecida de que me hubiese dado un regalo personal y transformador; uno que ni siquiera me había dado cuenta necesitaba o quería.
Ya en la sala de recuperación, me dije a mí misma: ¡Qué habrá sentido la gente cuando era tocada por el Maestro! Por primera vez en mi vida, me sentí ansiosa por sentir el toque de la mano de Cristo en la mía, en persona.
Ingresó silenciosamente a mi cubículo y me dijo suavemente: "Vine para estar contigo. Nadie debería pasar por un procedimiento así sola". Muchos pensamientos pasaron por mi mente: Es solo una biopsia. Soy una persona fuerte ¡Es la jefa de las enfermeras, por todos los cielos! Debe tener muchas cosas más que hacer hoy. Sin embargo, mientras Mary sonreía y se sentaba al lado de la camilla, me sorprendí al darme cuenta de cuán bien me sentía por tenerla allí.
La enfermera terminó con los últimos preparativos, lo que incluía colocar un suero en mi brazo derecho, y me llevaron a la sala de tomografías. Mary estaba a mi lado. Qué interesante es experimentar de primera mano por lo que pasan los pacientes, pensé. Si todos aquí se preocupan tanto por ellos, no es de extrañar que los sanatorios adventistas reciban tantas felicitaciones por parte de sus pacientes.
El radiólogo que me intervendría se me acercó, con las agujas en la mano, y se presentó. Respiré profundamente, y me recordé a mí misma que debía permanecer calma. Puedo hacerlo. Mary se persignó, como buena católica que es, y me preguntó: "¿Te gustaría que sostuviera tu mano?" Dudé en responder. Soy una chica grande, pensé. ¿Necesito que alguien sostenga mí mano? ¿Quiero que alguien lo haga?
Tal vez, sintiendo mi indecisión, Mary simplemente estiró su mano, tomó la mía envolvió entre las suyas. En ese instante todo cambió. Sí, todavía era conciente de las agujas que clavaban en mi cuello y de todo el bullicio profesional que había a mi alrededor, pero mi atención se centraba en la sensación mi mano ente las suyas. Un sentido de comodidad, seguridad, camaradería conexión corría por mi cuerpo. Tiempo después, comprendí que el amor generado por el corazón amante de Mary fluía a través de sus manos. En el momento, simplemente me sentí agradecida de que me hubiese dado un regalo personal y transformador; uno que ni siquiera me había dado cuenta necesitaba o quería.
Ya en la sala de recuperación, me dije a mí misma: ¡Qué habrá sentido la gente cuando era tocada por el Maestro! Por primera vez en mi vida, me sentí ansiosa por sentir el toque de la mano de Cristo en la mía, en persona.
Arlene Taylor
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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