Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas (Josué 1: 9).
Cuando tenía seis años de edad pasé por una dura experiencia que me ha acompañado toda mi vida: un terrible accidente automovilístico. Los seis miembros de la familia sufrimos fuertes golpes y quedamos malheridos. La peor parte la había llevado yo, quien a criterio de los médicos, no volvería a caminar. Nadie me habló sobre mi verdadera situación, tal vez por temor a que tuviera una reacción descontrolada. Pero los días pasaban y yo seguía en el hospital sin saber lo que me pasaba. Una mañana se acercó un hombre alto y de buen parecer. Me preguntó si yo quería caminar y yo le respondí que sí, que lo deseaba mucho. Este caballero me tocó unas tres partes de mi cuerpo y yo grité del dolor. Me miró con un rostro amable y me aseguró que volvería a caminar, que no me preocupara. Más tarde le comenté a la enfermera sobre el médico que me habla visitado, pero después de oír mi descripción del caballero, ella me dijo que no conocía a alguien con esas características. Pasadas las horas tuve la necesidad de ir al baño pero nadie venía ayudarme, y como pude fui al sanitario. Cuando llegó la enfermera y se dio cuenta que no estaba en la cama se asustó mucho. De inmediato fue a buscarme y me dijo que era imposible que yo me moviera porque estaba inválida. Me llevó a la cama tomada de la mano, como cuando se le enseña a un niño caminar. Aquella dama no podía entender lo que sucedía. Hasta el día de hoy creo que aquel Médico que puso su mano poderosa en mi dañado cuerpo y que me sanó, es Jesús. Tengo la convicción y me aferró a sus promesas de que él estará a nuestro lado siempre. Su gracia me permitió disfrutar de una vida plena. Hoy tengo treinta y siete años, estoy casada con un maravilloso esposo y tengo dos hijos. Alabo a Dios por su poder y estoy segura que él tiene grandes proezas que hará en tu vida.
Cuando tenía seis años de edad pasé por una dura experiencia que me ha acompañado toda mi vida: un terrible accidente automovilístico. Los seis miembros de la familia sufrimos fuertes golpes y quedamos malheridos. La peor parte la había llevado yo, quien a criterio de los médicos, no volvería a caminar. Nadie me habló sobre mi verdadera situación, tal vez por temor a que tuviera una reacción descontrolada. Pero los días pasaban y yo seguía en el hospital sin saber lo que me pasaba. Una mañana se acercó un hombre alto y de buen parecer. Me preguntó si yo quería caminar y yo le respondí que sí, que lo deseaba mucho. Este caballero me tocó unas tres partes de mi cuerpo y yo grité del dolor. Me miró con un rostro amable y me aseguró que volvería a caminar, que no me preocupara. Más tarde le comenté a la enfermera sobre el médico que me habla visitado, pero después de oír mi descripción del caballero, ella me dijo que no conocía a alguien con esas características. Pasadas las horas tuve la necesidad de ir al baño pero nadie venía ayudarme, y como pude fui al sanitario. Cuando llegó la enfermera y se dio cuenta que no estaba en la cama se asustó mucho. De inmediato fue a buscarme y me dijo que era imposible que yo me moviera porque estaba inválida. Me llevó a la cama tomada de la mano, como cuando se le enseña a un niño caminar. Aquella dama no podía entender lo que sucedía. Hasta el día de hoy creo que aquel Médico que puso su mano poderosa en mi dañado cuerpo y que me sanó, es Jesús. Tengo la convicción y me aferró a sus promesas de que él estará a nuestro lado siempre. Su gracia me permitió disfrutar de una vida plena. Hoy tengo treinta y siete años, estoy casada con un maravilloso esposo y tengo dos hijos. Alabo a Dios por su poder y estoy segura que él tiene grandes proezas que hará en tu vida.
María Guadalupe Garría Martínez
Tomado de la Matutinas Manifestaciones de su amor
Tomado de la Matutinas Manifestaciones de su amor