Pues habéis sido comprados por precio. (1 Corintios 6:20).
La pequeña de siete años no entendía lo que sucedía. Sus padres estaban muy tristes y su hermanito pequeño yacía muy enfermo. Había oído decir al doctor que era necesaria una operación urgente, y sus padres hablaban de vender todo lo que tenían, incluida la casa donde vivían. La mamá, entre sollozos, repetía: «Necesitamos un milagro». Rápidamente la pequeña fue hasta su habitación, rompió su vieja alcancía y contó todas las monedas. Salió sigilosamente de la casa y se dirigió a la farmacia. Después de esperar su turno le pidió al farmacéutico que por favor le vendiera un milagro. «¡Un milagro! ¡Qué ocurrencia, niña! Aquí no vendemos milagros».
El hermano del farmacéutico, que estaba de visita, era testigo de la conversación. Para quitársela de encima, o tal vez por curiosidad, aquel hombre elegantemente vestido le preguntó para qué quería un milagro. La niña le contó que su hermanito estaba muy enfermo y que necesitaba una operación. Sus padres decían que solo un milagro podría solucionar el problema, así que ella traía todo su dinero para comprar un milagro. «¿Cuánto dinero tienes?», preguntó el hombre con bondad. «Señor, tengo un dólar y once centavos, pero si vale más, estoy dispuesta a conseguirlo».
Los dos hombres se miraron; la agitación y la emoción los paralizó. El hermano del farmacéutico tomó a la niña de la mano y le pidió que lo llevara a su casa. Aquel hombre era un famoso neurocirujano y se convirtió en el milagro de un dólar y once centavos. El niño fue operado gratuitamente y su salud fue restaurada.
Tú también has sido comprada por un precio. El sumo sacerdote, le dio a judas treinta monedas de plata, pero para Jesús tu vida valía mucho más que eso. Él se convirtió en el milagro que necesitabas para restaurar tu vida. El precio que Jesús pagó por tu salvación va más allá de lo que el dinero puede comprar. No hay tesoro que pueda pagar su sangre derramada voluntariamente por ti.
Recuerda que eres un milagro de. Dios, porque has sido comprada a un precio muy alto. Dile al Señor: «Gracias por ser el milagro que salvó mi vida».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La pequeña de siete años no entendía lo que sucedía. Sus padres estaban muy tristes y su hermanito pequeño yacía muy enfermo. Había oído decir al doctor que era necesaria una operación urgente, y sus padres hablaban de vender todo lo que tenían, incluida la casa donde vivían. La mamá, entre sollozos, repetía: «Necesitamos un milagro». Rápidamente la pequeña fue hasta su habitación, rompió su vieja alcancía y contó todas las monedas. Salió sigilosamente de la casa y se dirigió a la farmacia. Después de esperar su turno le pidió al farmacéutico que por favor le vendiera un milagro. «¡Un milagro! ¡Qué ocurrencia, niña! Aquí no vendemos milagros».
El hermano del farmacéutico, que estaba de visita, era testigo de la conversación. Para quitársela de encima, o tal vez por curiosidad, aquel hombre elegantemente vestido le preguntó para qué quería un milagro. La niña le contó que su hermanito estaba muy enfermo y que necesitaba una operación. Sus padres decían que solo un milagro podría solucionar el problema, así que ella traía todo su dinero para comprar un milagro. «¿Cuánto dinero tienes?», preguntó el hombre con bondad. «Señor, tengo un dólar y once centavos, pero si vale más, estoy dispuesta a conseguirlo».
Los dos hombres se miraron; la agitación y la emoción los paralizó. El hermano del farmacéutico tomó a la niña de la mano y le pidió que lo llevara a su casa. Aquel hombre era un famoso neurocirujano y se convirtió en el milagro de un dólar y once centavos. El niño fue operado gratuitamente y su salud fue restaurada.
Tú también has sido comprada por un precio. El sumo sacerdote, le dio a judas treinta monedas de plata, pero para Jesús tu vida valía mucho más que eso. Él se convirtió en el milagro que necesitabas para restaurar tu vida. El precio que Jesús pagó por tu salvación va más allá de lo que el dinero puede comprar. No hay tesoro que pueda pagar su sangre derramada voluntariamente por ti.
Recuerda que eres un milagro de. Dios, porque has sido comprada a un precio muy alto. Dile al Señor: «Gracias por ser el milagro que salvó mi vida».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera