lunes, 28 de septiembre de 2009

¡LIBÉRATE!

Perdona, Señor, a tu pueblo Israel, al cual liberaste, y no lo culpes de esta sangre inocente (Deuteronomio 21: 8).

Perdón. Palabra fácil de pronunciar, acción difícil de realizar, especialmente cuando la persona a quien tienes que perdonar continuamente te ofende. Siempre pensé que yo debía perdonar cuando me lo pidieran con arrepentimiento genuino, pero pronto me di cuenta que estaba muy alejada de la realidad. Dios nos llama a perdonar a los que no se han arrepentido de sus acciones contra nosotros y mucho menos nos han pedido una disculpa. Antes de seguir, si esto te ayuda un poco, déjame decirte que yo también he padecido en carne propia traición, engaño e infidelidad. Así que de alguna manera puedo entenderte cuando se te hace tan difícil perdonar.
He oído muchas veces ese dicho que dice: «Te perdono, pero no olvido». Hoy te digo que ese dicho es cierto en parte. Olvidar es algo imposible, especialmente si lo que te hicieron marcó tu vida o tiene consecuencias para siempre. Pero perdonar es recordar sin que te duela, y eso con la ayuda de Dios es posible. Hay cosas que siempre recordarás, pero como experiencias, sin dolor, rencor u odio. He descubierto que Dios te invita a perdonar no para ganarte el cielo, sino porque él sabe que perdonando es la única forma en que serás libre y feliz. Conozco a mujeres que viven amargadas, con mucho rencor en su corazón el cual han alimentado por años, y lo peor es que la persona que las ofendió o les hizo algún mal vive muy feliz y sin sentimientos de culpa. No permitas nunca que ése sea tu caso.
Dios desea que vivas una vida plena, que seas feliz y que hagas feliz a todos los que te rodean, independientemente de lo que la gente te pueda decir o hacer. Algo muy importante: nunca bases tu felicidad en la desgracia de quien te hizo daño, porque puede ser que esta persona viva en la prosperidad y abundancia y tú, amargada y triste. La felicidad es una actitud que no depende de una persona, mucho menos de esa persona que te hizo daño. Lo único que necesitas para ser feliz es a Dios en tu corazón. Es un proceso, no te desesperes ni te angusties, como dijo el apóstol Pablo: «Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avan¬zando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su lla¬mamiento celestial en Cristo Jesús» (Fil. 3: 14).
Sandra Díaz Rayos
Tomado de Manifestaciones de su amor

HAZLO AHORA

El perezoso desea y no consigue. Proverbios 13:4

¿Tú postergas los asuntos, aplazas las cosas? Postergar algo tiene que ser uno de los peores problemas.
Algunas personas posponen las cosas porque temen fracasar. Si lo intentasen y fracasasen, la situación sería embarazosa.
Una segunda razón para posponer las cosas es el miedo al éxito. ¿Por qué alguien tendría que temer tener éxito? Bueno, a veces la gente teme lo desconocido. «Si me dan el empleo, tendré que trabajar con desconocidos y quizá yo no les guste».
Otra razón es que a la gente le falta autodisciplina. Las personas aprenden a hacer cualquier cosa que sea fácil y divertida al momento. Una de las señales de madurez es incapacidad de hacer lo correcto, a cualquier precio.
Cuando Gary suspendió los exámenes de ortografía una semana tras otra, le pedí a otro alumno que lo ayudara a estudiar. Estaba convencida de que bastaría con que Gary Aprobara un solo examen para que empezase a creer en sí mismo y desde entonces lo haría mejor.
Ese viernes, Gary resolvió correctamente el noventa por ciento del examen de ortografía. Toda la clase lo vitoreó. Pero, por desgracia, ese éxito no duró mucho. Dejó de estudiar y acabó con un suspenso mayúsculo en ortografía. Parecía que para él era más cómodo suspender. No requería ningún esfuerzo. Era fácil.
No esperes a ser mayor para vencer el hábito de aplazar las cosas. Dedica un tiempo ahora a analizarte. ¿Qué cosas dejas para mañana? ¿Y por qué?
La próxima vez que te vengan ganas de dejar para más tarde los estudios para un examen o limpiar la habitación di... «¡Hazlo ahora!» Quizá te inspires y te pongas manos a la obra para hacer lo que es preciso. Cuando lo hayas acabado te sentirás de fábula.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

HIJOS ADOPTIVOS DE DIOS

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!» Romanos 8: 15

El texto de hoy tiene un mensaje para todos nosotros. Los cristianos no deben tener «espíritu de esclavitud», es decir, una disposición de ánimo, un hábito o un estado sentimental de temor, tristeza, soledad y desamparo. Los que viven así tienen una sensación de servidumbre. Ese espíritu de esclavitud es el espíritu de servidumbre que en toda la epístola se contrasta con la libertad de los hijos de Dios (6: 6,16,17). La persona que todavía está bajo la ley y en la servidumbre del pecado está acosada por presentimientos, temores e inseguridades por causa del pecado no perdonado. Pero mando se recibe el Espíritu Santo termina esa condición desesperada. El Espíritu trae vida y amor y libertad del temor. Tenemos la seguridad de que somos hijos y herederos, no esclavos. Por eso no se admite que el cristiano viva en esclavitud y en temor, porque hemos recibido el espíritu de adopción. Es decir, ahora somos hijos de Dios. Gozamos de los privilegios y garantías de la condición de hijos. ¿Cómo puede un hijo de Dios vivir en temor y en inseguridad? No es posible. Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos. Todos los derechos de los hijos de Dios nos pertenecen. Tenemos un Hermano mayor en quien podemos confiar: nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién no se siente bien y con un santo orgullo al tener un Padre y un Hermano de esa categoría? En nuestra adoración debemos ver a Dios como un verdadero Padre. Como un Padre bueno, comprensivo, amante, paciente y bondadoso. Jesús siempre se refería a Dios como su Padre. Es normal, pues son de la misma esencia; tienen los mismos "genes"; ambos son Dios en la más elevada expresión de ese término. Con reverencia y prudencia, nosotros también podemos decir que tenemos los "genes" espirituales de Dios, porque es nuestro Padre, en el más amplio sentido del término. Gracias a Jesús y su sacrificio supremo en la cruz, podemos disfrutar de este privilegio. ¡Alabado sea Jesús! Porque la creencia en él no deja huérfanos en este mundo. Somos hijos del Altísimo, y seguros herederos de la promesa. Como padre, uno de mis objetivos es que mis hijos nunca duden del incondicional amor que tengo por ellos. De igual manera, el Padre celestial quiere que te convenzas hoy del amor incondicional que siente por ti. Por eso, no podemos caminar en este mundo como seres humanos derrotados y desamparados, sino como hijos que claman: «Abba, Padre», con profundo sentimiento filial.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.