He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia., para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempos de hambre (Salmo 33:18,19).
¡Qué mejor lugar para estar un hermoso día de verano que en una piscina! Mis hijas y yo estábamos en una, pero mientras ellas se divertían -el agua, yo me quedaba en la orilla tratando desesperadamente de refrescarme, a pesar de mi inhabilidad para nadar. Para mi sorpresa, mi hija menor, Jennifer, nadaba fácilmente el largo de la piscina. Ante su hazaña, le pregunté:
-Jenny, ¿desde cuándo sabes nadar? Hasta donde yo recuerde, nunca te dejé nadar sola y nunca tomaste lecciones.
Cuando me contó que había aprendido por sí misma, le pregunté cómo podía ser.
-Cuando tenía 6 años y fuimos a una reunión campestre en Saint Damien, los chicos siempre jugaban en la piscina, mientras los adultos estaban en la carpa grande, en la reunión de oración.
-Ya veo. Así que ¿fue allí fue donde aprendiste a nadar?
-Bueno, no exactamente. Esta es la historia -respondió ella rápidamente, antes es que yo pudiera decir otra palabra-. Algunos de nosotros estábamos en la piscina y, por supuesto, yo no sabía nadar. Entonces Angelina, que tenía 7 años en ese momento, prometió cuidarme. Quiso hacerme una broma y me tiró en la parte profunda. Pero yo me hundí hasta el fondo, y comencé a luchar desesperadamente para salir a la superficie. Finalmente lo logré, pero estoy segura de que fue la mano de Dios que me empujó hacia arriba para evitar que me ahogara.
Muy emocionada, logré decir:
-Nunca me lo habías contado. Ahora, casi veinte años más tarde, descubro que casi te ahogas si no fuera por la gracia de Dios. Pero todavía no me contaste cómo aprendiste a nadar.
-Supongo que cuando estaba abajo del agua sucedió algo milagroso en el momento en que Jesús me sacaba, porque nunca tomé lecciones de natación; pero aquí estoy, ¡y puedo nadar!
Dios a quien sirvo siempre ha protegido a mi pequeña hija; esta misma niña que, cuando tenía dos años y medio de edad, se paró frente a la iglesia para recitar el Salmo 23. Hoy en día, sus palabras tienen otro significado para mí: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo" (Sal. 23:4).
¡Qué mejor lugar para estar un hermoso día de verano que en una piscina! Mis hijas y yo estábamos en una, pero mientras ellas se divertían -el agua, yo me quedaba en la orilla tratando desesperadamente de refrescarme, a pesar de mi inhabilidad para nadar. Para mi sorpresa, mi hija menor, Jennifer, nadaba fácilmente el largo de la piscina. Ante su hazaña, le pregunté:
-Jenny, ¿desde cuándo sabes nadar? Hasta donde yo recuerde, nunca te dejé nadar sola y nunca tomaste lecciones.
Cuando me contó que había aprendido por sí misma, le pregunté cómo podía ser.
-Cuando tenía 6 años y fuimos a una reunión campestre en Saint Damien, los chicos siempre jugaban en la piscina, mientras los adultos estaban en la carpa grande, en la reunión de oración.
-Ya veo. Así que ¿fue allí fue donde aprendiste a nadar?
-Bueno, no exactamente. Esta es la historia -respondió ella rápidamente, antes es que yo pudiera decir otra palabra-. Algunos de nosotros estábamos en la piscina y, por supuesto, yo no sabía nadar. Entonces Angelina, que tenía 7 años en ese momento, prometió cuidarme. Quiso hacerme una broma y me tiró en la parte profunda. Pero yo me hundí hasta el fondo, y comencé a luchar desesperadamente para salir a la superficie. Finalmente lo logré, pero estoy segura de que fue la mano de Dios que me empujó hacia arriba para evitar que me ahogara.
Muy emocionada, logré decir:
-Nunca me lo habías contado. Ahora, casi veinte años más tarde, descubro que casi te ahogas si no fuera por la gracia de Dios. Pero todavía no me contaste cómo aprendiste a nadar.
-Supongo que cuando estaba abajo del agua sucedió algo milagroso en el momento en que Jesús me sacaba, porque nunca tomé lecciones de natación; pero aquí estoy, ¡y puedo nadar!
Dios a quien sirvo siempre ha protegido a mi pequeña hija; esta misma niña que, cuando tenía dos años y medio de edad, se paró frente a la iglesia para recitar el Salmo 23. Hoy en día, sus palabras tienen otro significado para mí: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo" (Sal. 23:4).
Jeannette Belo
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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