Ya no hay Judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28).
El dueño de la posada miró despectivamente al agricultor que pedía una habitación. Pensando que tal vez llegarían clientes con más clase, le negó su hospitalidad. Thomas quiso darle una nueva oportunidad al posadero, e insistió en que quería una habitación, pero recibió la misma respuesta. Poco después llegó un personaje elegante y sin duda de buena posición económica y social, que fue hospedado con toda prontitud. Mientras el hostelero conducía a su importante huésped hasta la habitación, este le puso al corriente de quién era el hombre que había pedido posada antes que él. Alarmado por su descortesía, el propietario envió un mensajero para que alcanzara a tan ilustre personaje, y le ofreció su mejor cuarto. Pero Thomas Jefferson envió la siguiente respuesta: «Si en esa posada no hay lugar para un humilde agricultor, tampoco hay lugar para el vicepresidente de los Estados unidos».
Dios deseaba que todo ser humano llegara a convertirse en hijo legítimo de su reino, pero algunos pensaron que por pertenecer al pueblo a quien se le había conferido la misión de anunciar al Mesías prometido, se encontraban en una posición más elevada y favorecida por Dios. Ciertamente Dios obró incontables milagros y derramó múltiples bendiciones sobre la nación judía, pero eso no excluía a otros del plan de salvación. Con su presencia en esta tierra, Jesús demostró que Dios nos ama a todos por igual.
Jesús fue señalado en múltiples ocasiones por relacionarse con pecadores, cosa que impedía a los líderes religiosos admitir que aquel fuera el Mesías que esperaban. Pero las palabras de Cristo rompieron todo prejuicio: «Os digo que habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Luc. 15: 7).
Medita en este texto. ¿Hay a tu alrededor personas que son despreciadas por causa de los prejuicios? Derribemos las barreras y mostremos que el amor de Dios es para todos por igual.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El dueño de la posada miró despectivamente al agricultor que pedía una habitación. Pensando que tal vez llegarían clientes con más clase, le negó su hospitalidad. Thomas quiso darle una nueva oportunidad al posadero, e insistió en que quería una habitación, pero recibió la misma respuesta. Poco después llegó un personaje elegante y sin duda de buena posición económica y social, que fue hospedado con toda prontitud. Mientras el hostelero conducía a su importante huésped hasta la habitación, este le puso al corriente de quién era el hombre que había pedido posada antes que él. Alarmado por su descortesía, el propietario envió un mensajero para que alcanzara a tan ilustre personaje, y le ofreció su mejor cuarto. Pero Thomas Jefferson envió la siguiente respuesta: «Si en esa posada no hay lugar para un humilde agricultor, tampoco hay lugar para el vicepresidente de los Estados unidos».
Dios deseaba que todo ser humano llegara a convertirse en hijo legítimo de su reino, pero algunos pensaron que por pertenecer al pueblo a quien se le había conferido la misión de anunciar al Mesías prometido, se encontraban en una posición más elevada y favorecida por Dios. Ciertamente Dios obró incontables milagros y derramó múltiples bendiciones sobre la nación judía, pero eso no excluía a otros del plan de salvación. Con su presencia en esta tierra, Jesús demostró que Dios nos ama a todos por igual.
Jesús fue señalado en múltiples ocasiones por relacionarse con pecadores, cosa que impedía a los líderes religiosos admitir que aquel fuera el Mesías que esperaban. Pero las palabras de Cristo rompieron todo prejuicio: «Os digo que habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Luc. 15: 7).
Medita en este texto. ¿Hay a tu alrededor personas que son despreciadas por causa de los prejuicios? Derribemos las barreras y mostremos que el amor de Dios es para todos por igual.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera